‘Cacator cave malum’

Un ‘xylospongium’ o ‘tersorum’, antepasado romano de la escobilla. | D. HERDEMERTEN

Un ‘xylospongium’ o ‘tersorum’, antepasado romano de la escobilla. | D. HERDEMERTEN / lara de armas moreno

Lara de Armas Moreno

Lara de Armas Moreno

Las termas y las letrinas de la Antigua Roma fueron lugares de reunión en los que convergieron el ocio, la higiene y la socialización. El rato que pasaban los romanos en estos edificios lo aprovecharon para charlar distendidamente y, sobre todo, para cotillear. No cabe duda de que lo que actualmente es un acto tan íntimo, lo fue también en parte para los antiguos romanos, que llegaron a compartir un xylospongium o tersorum: un palo unido a una esponja de mar que servía para limpiarse después de defecar. Para quién pueda llegar a plantearse la pregunta, sí, todos compartían el mismo palo. El artilugio era reutilizable y se lavaba con una mezcla de sal y vinagre, algo que, posiblemente, no terminaba con el olor que portaba tras varios usos.

Los baños eran mixtos y no existía ninguna separación entre ellos, por lo que los asistentes defecaban mientras se miraban cara a cara o se daban codazos entre sí. En las ruinas de Pompeya, Herculano y Cartago se han hallado modelos de letrinas colectivas que constan de una mesa pétrea semicircular con al menos doce orificios de gran tamaño y un canal anexo a cada uno. Pero lo que pasaba en las letrinas se quedaba en las letrinas y para preservar la intimidad del cacator se colocaban cortinas entre la calle y los retretes para evitar que los curiosos mirasen desde fuera.

En Pompeya existen numerosas pintadas con la inscripción Cacator cave malum (Cagador, ándate con cuidado), que advertía del mal que podía encontrarse el usuario de las letrinas. Otras inscripciones dejaban el recuerdo de alguien famoso que había usado el baño, por ejemplo: Appolinaris, médico del emperador Tito en Herculano.

Lo que está claro es que los romanos no eran muy exigentes con la higiene personal. Gracias a los textos de Catón sabemos que en las casas había habitáculos de pequeño tamaño (lavatrinae) en los que los romanos se lavaban los brazos cada día y el resto del cuerpo cada nueve días. Esta costumbre duró hasta principios del siglo II a.C. cuando copiaron de los griegos el hábito de ducharse a diario.

La nueva asiduidad del baño tuvo como consecuencia la necesidad de crear espacios para facilitar la actividad, por lo que se construyeron cientos de baños en Roma. Al principio las termas y letrinas eran privadas y solo los patricios tenían acceso a ellas. Fue a finales del siglo I a.C. cuando se empezaron a construir baños públicos (thermae) que no se limitaban a prestar servicios relacionados con la higiene, sino que también tuvieron saunas, piscinas, bibliotecas, jardines y otras instalaciones que propiciaban actividades ociosas. Además, antes de bañarse en las piscinas de agua caliente (caldarium) los asistentes podían entrenar.

Las primeras grandes termas las mandó construir Marco Agripa en el siglo I a.C., cerca del Panteón. Otras termas importantes fueron las Antonianas o las de Caracalla. Por ellas pasaban a diario en torno a unas 2.000 personas. El culto al baño se tradujo en grandes esfuerzos económicos para poder ejecutar las construcciones que eran encargadas a los mejores arquitectos.

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