Empate previsible en el Tartiere

Un Oviedo al que le cuesta marcar y un Tenerife sólido en defensa igualan sin goles en un partido denso y sin historia | De camino al derbi, los de Ramis vuelven a sumar tras dos derrotas.

Abel Bretones y Borja Garcés.

Abel Bretones y Borja Garcés. / LaLiga

Julio Ruiz

Julio Ruiz

Si hay un resultado que se podía esperar en el Real Oviedo-Tenerife disputado este viernes en el Carlos Tartiere, era el que se produjo, un empate sin goles. El equipo asturiano, practicante del fútbol control de caracteriza Álvaro Cervera, en las buenas y en las malas, es el que menos goles ha marcado esta temporada –solo 19–, y el tinerfeño, de los que mejor se manejan en defensa. Pero tampoco es que los de Luis Miguel Ramis estén para presumir de sus números en ataque: dos tantos en las seis últimas jornadas, ambos de penalti. Esta vez, no remataron ni una vez entre los tres palos. Por todo esto, el encuentro nació con pinta de 0-0. Y acabó así.

Desde la perspectiva del Tenerife, el resultado llega después de dos derrotas seguidas. Es un punto de nueve que no hace sino atrapar al representativo en la zona tibia de la clasificación, demasiado lejos del sexto y con un margen considerable –9, a falta de que se complete la jornada– respecto al puesto de descenso más cercano.

No hubo efecto sorpresa al quitarle el envoltorio al partido. Fue tal como podía imaginar cualquiera. De entrada, ritmo lento, muy lento. Cada uno, marcando sus distancias, sin arriesgar. A Cervera no le obsesiona no tener la posesión del balón, y Ramis se suele sentir más cómodo cediendo la iniciativa para tratar de pillar al contrario al contragolpe. Tal para cual. Por eso, el menor detalle podía ser útil para encontrar la combinación de la caja fuerte. Por ejemplo, una jugada a balón parado. Así, el Tenerife pudo dar un pasito adelante para acomodarse en el terreno del Carlos Tartiere. En su primer saque de esquina, Corredera metió un centro medido a la cabeza de Sipcic, cuyo remate se perdió en un bosque de piernas de camino a la meta (5’).

Con eso le bastó para coger confianza y preocupar a un Real Oviedo que llevaba tres encuentros seguidos en su estadio sin ganar. Solo un regalo animó a los ovetenses a acercarse con peligro al área tinerfeña: un mal saque de puerta de Soriano que cortó Rama, cuyo desesperado chut acabó justo en el origen, en las manos del sevillano. Había sido una señal de que la presión alta de los asturianos podía generarle problemas al Tenerife. Esa era la principal amenaza.

Lo más interesante era que los de Ramis se hacían notar cada vez que superaban esa barrera. El ejemplo estuvo en un chut pegado al palo de Elady, un futbolista al que no le hace falta pensárselo dos veces para armar la pierna y mirar la portería (12’). Poco después, el jienense volvió a aparecer. Aprovechó un control defectuoso de Costas para pisar el área en una jugada sin más recorrido.

Al cuarto de hora, casualidad o no, los errores defensivos estaban siendo los únicos que se atrevían a romper un duelo táctico denso, un pulso en el centro del campo sin un dueño claro, normalmente con más fuerza que continuidad y fluidez, y con desesperantes imprecisiones en un lado y en otro.

Pero el Oviedo demostró que sabía ser algo más que un equipo sujeto al empuje de la presión. Como el Tenerife, se apoya en sus laterales para ensanchar el campo. El izquierdo, Lucas Ahijado, superó a Mellot –a pierna cambiada, con Buñuel por la derecha– y entregó un pase al área al especialista Borja Bastón que situó a Soriano en un plano protagonista. Buena parada del sevillano en el 19’.

El encuentro había cogido algo de velocidad, tampoco mucha. De paso, al Tenerife ya le empezaba a costar encontrar su sitio en un campo bien ocupado por el Oviedo. Pero los blanquiazules no bajaban la guardia, seguían atentos al menor despiste para recuperar el balón y morder sin la necesidad de elaborar. A falta de que intervinieran más los extremos Elady y Waldo Rubio, esa parecía ser su principal vía de acceso, Así volvió a disparar a puerta, fuera, cuando Garcés robó cerca del área y optó por enlazar con Gallego, cuya finalización no inquietó a Braat (31’).

El partido llegó al descanso con un 60 por ciento de posesión del balón para el Tenerife, una cuota conveniente para el Oviedo y desarrollada casi siempre en zonas de baja influencia. Esa tendencia se mantuvo en el segundo tiempo. Fue una invitación para los de Ramis, que avisaron primero con un remate de Gallego que Costas desvió a saque de esquina (46’).

Cada uno seguía a lo suyo. El Oviedo insistía a cuentagotas por los costados, de nuevo con los laterales en fase ofensiva. Bretones se encargó de agitar el ataque ovetense por la banda de Aitor Buñuel con un par de centros al corazón del área, con sendos saques de esquina como bola extra. Dos zarpazos que confirmaron cuál podía ser camino para el Oviedo, y también el riesgo para el Tenerife.

La partida de ajedrez continuó con un primer cambio de piezas a cargo de Ramis. A falta de media hora, fuera un apagado Waldo y dentro el eléctrico Iván Romero.

El sevillano entró en escena justo en un tramo en el que el Oviedo, que a esas alturas tenía a los dos mediocentros con tarjeta amarilla –Luismi y Montoro–, se había entonado con el balón. Simplificando los procedimientos, los de Cervera aprovecharon el momento para mover de un lado a otro e insistir por los costados. La producción acabó en tres remates en un espacio de cuatro minutos, de Calvo, Lucas y Viti, sin la necesidad de que interviniera Soriano.

Cervera debió detectar que era el instante de apretar y añadió el factor diferencial de Borja Sánchez, un talento dosificado por las lesiones. A renglón seguido, Ramis prescindió de un desasistido Gallego para rellenar por dentro con Teto. Ajustes tácticos con el freno de mano puesto, dentro de un partido de pizarra, que apenas se notaron. De hecho, lejos de entrar en una recta final de vértigo, motivada por la supuesta urgencia de ambos de ganar para abrir hueco con los puestos de descenso –sobre todo en el caso del Oviedo–, el encuentro siguió atascado de camino al minuto 90. Pasaba poco relevante, por no decir nada. Lo único, un remate de cabeza desviado de Nikola Sipcic, tras un saque de falta lateral, y otro a la grada de Aitor Sanz. Y casi más como anécdota que otra cosa, el premio para Pablo Larrea, que llevaba sin jugar desde el 10 de diciembre.

Ya en el alargue, Bastón trató de evitar la pitada de la afición con una jugada individual, a golpe de fe. Faltó puntería, sonó la pitada.

El previsible 0-0 en este partido sin historia da paso a la cuenta atrás con vistas al derbi. El Tenerife-Las Palmas del sábado será otra cosa. Debería serlo. Una oportunidad para maquillar la temporada.

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