Un derbi es un derbi. Hay que verlo y vivirlo, aunque sea en la distancia. Quizás ellos, los que tienen fuera su día a día, entendieran mejor que nadie a aquellos acostumbrados a no faltar en el Heliodoro un día de clásico. Este domingo, la pandemia manda, faltaron a la cita.

Mientras jugadores, técnicos y árbitros se afanaban por cumplir su misión de la mejor manera posible, los aledaños del coliseo capitalino lucían vacíos, desangelados. Ni había movimiento ni se le esperaba. Las taquillas, llenas de vida en semanas así, han permanecido cerradas. También el día del duelo de rivalidad regional. Como durante el último año, pero ayer con más pena. Ni un papelito en el suelo ni un vaso que se quedaba atrás. Ni una bufanda caída ni un rezagado llegando tarde. Si acaso alguna terraza abierta y con la televisión a toda mecha. Canal: Vamos de Movistar. Aunque, como en muchas casas, se silenciara el volumen para escuchar alguna emisora de radio local.

También ellos estuvieron ausentes. Solo un puñado de periodistas, apenas una docena, accedió al Heliodoro. El resto, así lo dicta el protocolo de LaLiga, trabaja desde la distancia. Para algunos, como el que escribe, es el primer derbi fuera del estadio desde hace más de 30 años. Y ojalá sea el último en estas circunstancias. Por aquello del nivel 3 y sus restricciones sanitarias tampoco daba el asunto para verlo en grupos de más de cuatro. Ni en casa ni fuera. Y para rematar el asunto, el toque de queda a las 22:00 horas pillaba en la recta final del partido. ¡Como para arriesgarse! Más de una carrera hubo, entre el descanso y ese momento de llegar donde correspondía.

Así las cosas, muchos aficionados del Tenerife prefirieron verlo en casa, con su gente. Los convivientes, que se dice ahora. Mientras las calles se vaciaban, el refugio del hogar permitía no perderse un detalle. Camisetas blanquiazules, bufandas al viento y videollamadas para conectarse con familiares, amigos o compañeros de butaca en el Heliodoro. Con la nostalgia de no estar donde todos querían ayer.

Así lo hicieron las peñas, que dimitieron por prudencia de cualquier tipo de iniciativa colectiva presencial. Respeto escrupuloso a las normas y tecnología para mantener la cohesión de grupo. El derbi del silencio en el Heliodoro, con las instrucciones de los jugadores en primer plano y los suplentes convertidos en el sector protestón del público inexistente, no lo fue por tanto en los salones de miles de casas. Ni siquiera en las azoteas de los edificios situados detrás de Herradura. Allí sí se colgó el “no hay billetes”. Pero tampoco era lo mismo que otras veces.

Vale por una vez la experiencia. Pero nunca más los equipos llegando al estadio en silencio y en soledad. Donde este domingo había vacío, salvo algún grupúsculo que se acercó a cruzar la calle a los blanquiazules, en otros clásicos había millares de aficionados que no paraban de gritar cánticos de animación a la espera de los suyos.

Nunca más ese sector de San Sebastián sin el amarillo de más de un millar de grancanarios llegados desde la otra orilla. Con su paseo desde el muelle de Santa Cruz hasta el estadio y su entrada, registros en medio, en el lugar desde donde veían a los suyos ceder una y otra vez.

Nunca más un partido sin celebración ni abrazos espontáneos. Ese era el pensamiento de los que ayer, aceptando las normas sanitarias vigentes, vivieron el partido del año, el que marcan en rojo tras cada sorteo de calendario, desde la distancia. ¡Nunca más!

El derbi se vivió en azoteas próximas al Heliodoro y en casas y terrazas de bares. De lejos, pero con intensidad.