Historias irrepetibles

El flacucho de Laurel

Ralph Boston, fallecido esta semana, fue el hombre que hizo de puente en el salto de longitud entre dos mitos del atletismo como Jesse Owens y Bob Beamon: le quitó a uno el récord y lo cedió al otro

Ralph Boston.

Ralph Boston.

Juan Carlos Álvarez

Ralph Boston, el décimo hijo de la pareja que Peter y Eulalia formaron en Laurel (Mississippi), vivió entre dos mitos. Su aplastante palmarés y los inmensos logros conseguidos en los años sesenta aparecen algo diluidos en el imaginario popular por lo que sucedió antes y después de él. Boston fue el saltador que reinó entre Jesse Owens y Bob Beamon, dos atletas cuyos nombres aparecen esculpidos en el olimpo del deporte mundial por su infinita trascendencia. Sus logros resultan tan abrumadores que pudiera parecer que no hubo nada entre ellos, que el salto de longitud pasó directamente de uno a otro, pero lo cierto es que la transición la protagonizó un deportista flaco, de trato agradable y excelente humor que se llamaba Ralph Boston y que realmente lo que quería ser de niño era jugador de fútbol americano.

“En casa prevalecía lo que decía mamá”. Una de las sentencias más repetidas y sólidas de la humanidad. Así se le quitaron a Ralph Boston las ganas de dejarse los huesos jugando al fútbol americano. Su madre lo veía demasiado frágil y al deporte, excesivamente peligroso y por eso le insistió en que se dedicase al atletismo donde no se advertían tantos riesgos. Y el pequeño de los Boston agarró los aperos de labranza de su padre y en un descampado próximo a la casa familiar montó una pequeña pista para poder correr y saltar. Sus condiciones físicas hicieron el resto. Comenzaron a llegar los buenos resultados, las victorias en las pruebas escolares, los cazatalentos en busca de los deportistas del futuro y la entrada en la Universidad de Tennessee donde en 1960, con apenas veinte años, conquistó el título de la NCAA superando con facilidad la barrera de los ocho metros. Era el aviso de lo que vendría. El récord del mundo de Jesse Owens, figura venerada por la historia gracias a sus oros ante Hitler en los Juegos de Berlín en 1936, tenía ya veinticinco años pero por primera vez la opinión pública entendió que estaba a punto de caducar. Sucedió ese mismo mes de agosto, en Colorado, donde voló hasta los 8,21 metros. Fue poco antes de subirse al avión con destino a los Juegos Olímpicos de Roma. En el viaje le sucedió una curiosa anécdota. Su popularidad se había disparado gracias al récord del mundo. En el aeropuerto se le acercó un muchacho enorme de Louisville que también formaba parte de la expedición para pedirle hacerse una foto juntos: “Me llamo Cassius Marcellus Clay. Aún no sabes quién soy, pero pronto lo sabrás”, le dijo. Uno de esos momentos que Ralph Boston confesó haberle marcado, por aquella personalidad que destilaba quien unos años después sería mundialmente conocido como Muhammad Ali. En la capital italiana se sintió algo avergonzado porque, en un exceso verbal unos días antes, aseguró que Jesse Owens le había dicho que sentía cierta carga y ya tenía ganas de que le quitasen el récord. Esa conversación no había sucedido en realidad. Y resultó que en Roma se encontró directamente con él porque era uno de los invitados de la expedición norteamericana. Boston se fue a pedirle disculpas por su exceso y Owens, pura cordialidad, le dijo que “tenía que suceder. Lo que me hace feliz es haberlo tenido tanto tiempo, es algo que no me esperaba”. En Roma, ante los ojos de Jesse Owens, Ralph Boston conquistó la medalla de oro gracias a un salto de 8,12 metros, solo un centímetro mejor que el de su compatriota Irvin Roberson.

Ralph Boston en 1960.

Ralph Boston en 1960.

Los sesenta fueron su década. El dueño del salto de longitud que fue capaz de sumar otros cinco récords del mundo más, en dura pugna con el soviético Igor Ter Ovanesian, su gran rival aunque un punto por debajo de él casi siempre. En los Juegos de 1964 en Tokio debía producirse un nuevo duelo entre ambos y se esperaba que Boston renovase su título olímpico. Hubiera sucedido en una competición sin excesivas incidencias. Pero los de Japón fueron los Juegos del mal tiempo, el viento y la lluvia. El día de la final de longitud hizo un día lamentable que condicionó la competición. Y por allí andaba el galés Lynn Davies, un atleta notable que se encontró un ambiente que le resultaba familiar. El único que parecía feliz en medio del frío y la lluvia. Davies estaba siempre pendiente de las banderas, de si se agitaban más o menos. El viento azotaba en contra de los saltadores y su nivel de intensidad podía ser determinante. En uno de sus intentos observó que las banderas parecían desvanecerse y eso le dio alas, una oportunidad del destino. Se concentró para hacer su mejor salto y llegar a los 8,07 metros que le servían para ponerse como líder. Boston, en su último intento, superó los ocho metros pero solo le sirvió para mejorar la marca de Igor Ter Ovanesian y quedarse a cuatro centímetros del oro. Davies era el sorprendente campeón olímpico.

Fue el mentor de Bob Beamon y quien le prestó una esencial ayuda en México

Boston completó su vida olímpica en 1968 en México. Su récord del mundo de 8,35 ya tenía tres años, pero estaba convencido de que estaba a punto de caer. Pese a sus 28 años seguía siendo uno de los favoritos aunque él tenía claro lo que iba a suceder. “Hay un chico, Bob Beamon, que puede saltar 29 pies” repetía a quien le cuestionaba por su pronóstico. Boston tenía información de primera mano porque unos meses antes había entrenado de forma extraoficial a Beamon después de que éste fuese suspendido por negarse a competir contra la Universidad Briham Young debido a sus políticas racistas. En México jugaría un papel esencial para que Bob Beamon hiciese historia. En la calificación se le vio excesivamente nervioso, tenso, incapaz de adaptarse a la competición y a las condiciones tan particulares del estadio mexicano. Dos nulos en sus primeros intentos y la amenaza de la eliminación sobrevolando sobre él. En ese momento Boston abandonó su papel de rival y adoptó el de entrenador para serenar los ánimos de Beamon, reajustar su carrera y permitirle un tercer salto que le daba el pase a la final del día siguiente. Boston siempre restó importancia a esa circunstancia aunque Bob Beamon no se cansó de repetir en los años posteriores que “sin la ayuda de Ralph no lo habría logrado”. La cuestión es que en la final del día siguiente, en su primer salto, Beamon voló como nadie imaginaba que lo haría un ser humano. Ralph Boston aún no se había quitado el chándal para comenzar a competir. “¿Has visto Ralph? Eso deben ser 28 pies…” decía sonriente. “No Bob, es mucho más” pronosticaba Boston. Luego vino la eterna medición, el aparato que no alcanzaba a dar la cifra exacta y la búsqueda de la vieja cinta métrica para resolver el misterio. Más de una hora de espera hasta que los marcadores al fin resolvieron la duda: “8,90”. Beamon fue a abrazarse enloquecido a Boston aunque al principio, por la conversión de pies a metros, no estaba muy seguro de lo que había saltado. Ralph Boston acababa de perder para siempre el récord del mundo de salto de longitud pero asistía entre divertido y conmocionado a la escena. Luego se centró lo suficiente para conseguir sumar una medalla de bronce que le permitió completar los tres metales olímpicos en sus tres participaciones en los Juegos.

Ralph Boston no volvió a competir a nivel internacional y se retiró poco después para centrarse en la enseñanza y el entrenamiento de otros atletas en la misma Universidad de Tennessee en la que había estudiado. En 1972 vivió un episodio muy triste cuando unos ladrones entraron en su casa y además de un par de electrodomésticos y unos pocos dólares se llevaron las tres medallas que había conseguido ganar en sus participaciones olímpicas. Nunca las recuperó aunque el COI años más tarde se preocupó de que recibiera unas réplicas de aquellas. Vivió en paz cada vez más alejado del atletismo aunque sin abandonar nunca su excelente carácter. Hace unos meses, con 83 años, sufrió un derrame cerebral del que finalmente ya no fue capaz de recuperarse. Falleció hace menos de una semana. Uno de los más grandes de todos los tiempos, el hombre que se encargó de la transición más importante del salto de longitud, la que va de Jesse Owens a Bob Beamon. Esa inmensidad fue de Ralph Boston.

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