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La aceleración del pensamiento

La aceleración del pensamiento

La aceleración del pensamiento / El Día

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Llegan las máquinas a relativizar las escaramuzas de los humanos. Fijémonos en un efecto socioeconómico. El juego de la política empuja a los políticos a incrementar el Salario Mínimo. Pero si se hace por encima del valor de mercado surgen efectos indeseados ya que las empresas acudirán al actual competidor y killer de los trabajadores: la Inteligencia Artificial.

A los trabajadores hoy día se les sustituye con máquinas, y con la Inteligencia Artificial ese coeficiente de sustitución se va a acelerar enormemente, con lo que el desempleo se convertirá en estructural a porcentajes de dos dígitos, y subiendo, y el Estado tendrá que subvencionar más, y los políticos serán, pues, como los carceleros, el mal necesario. Personas que llegan al mercado laboral sin experiencia, o de baja formación, o jóvenes, se encontrarán con un muro aún mayor que el que ha habido hasta ahora. Por fijarnos en Europa, países como España, con las mayores cotizaciones laborales, migrarán hacia las máquinas de Inteligencia Artificial de forma acelerada, y países como Suecia, Dinamarca, Finlandia, Austria, Italia, Noruega o Islandia, con cotizaciones laborales bastante inferiores tendrán un paro estructural más llevadero. Países como Alemania o Francia, incluso, bajan el salario mínimo para facilitar la entrada en el mundo laboral a los nuevos contratados (el salario mínimo no se aplica en Alemania a trabajadores en prácticas, empleados domésticos, a los primeros seis meses de contrato, o a los parados de larga duración). Pero estos tapujos no evitarán lo obvio: las máquinas de Inteligencia Artificial inundarán al postproletariado y lo dejarán a merced de las subvenciones y ayudas estatales, los convertirán en esclavos dependientes del Estado.

Entre tanto, la denominada ultraderecha recoge los votos de los trabajadores desfavorecidos, en el campo, en la industria, en los servicios. Portugal con Chega, Italia con Meloni de Fratelli, Alemania con AfD, Francia con Le Pen, Hungría con Orban, Suecia, Dinamarca, Noruega, Polonia, Holanda... España no cuenta ahora porque en la historia siempre lleva el paso cambiado, pero siempre acelera en las curvas.

El Instituto IFO de Investigación Económica de Alemania, acaba de publicar un estudio: ¿Prosperidad en peligro? Causas y consecuencias del populismo, donde constatan la correlación del número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social y el incremento del voto a la ultraderecha. Cuando el índice de pobreza sube un 1 por ciento, los votos a la ultraderecha suben un 1,2 por ciento. Ambos efectos avanzan aceleradamente: el paro estructural por la llegada de la IA y el denominado torticeramente populismo de ultraderecha, que no es sino una consecuencia lógica de la pobreza estructural. Y nos abocan a un panorama histórico de aceleración.

La obra, de 1909, The Rule of Phase Applied to History, es decir, La regla de la fase aplicada a la Historia, del historiador Henry Adams, defendió una teoría física de la historia con la fórmula de los cuadrados inversos. De aquí propuso la que denominó «Ley de la Aceleración del Pensamiento», y definía los cambios históricos como singularidades: «las consecuencias pueden ser tan sorprendentes como el cambio de agua a vapor, del gusano a mariposa o de la radio a los electrones».

Hay una escuela de aceleracionistas más clásicos, vinculados al estudio de épocas apocalípticas o revolucionarias. Uno de ellos es el francés François Hartog, quien sigue a Reinhart Koselleck, que también propuso el concepto de «aceleración histórica». Existe hasta un Manifiesto por una política aceleracionista, pero se introducen en el estudio de los aspectos revolucionarios y apocalípticos de la historia, dejando más de lado la tecnología.

Dice Hartog, por ejemplo: «¿Qué sucede con la decisión política en un mundo donde todo se acelera, incluso tecnológicamente? Desde hace un tiempo, nuestros procedimientos democráticos del voto de leyes suelen ser vistos como una pérdida de tiempo: llegan demasiado tarde, por lentos. Muy a menudo ponemos en duda la pertinencia de nuestros Parlamentos», y observa: «De un lado están los surfistas, los ases de la velocidad, de la fluidez, de la ductilidad, los beneficiarios del presentismo; del otro, los que viven al día, sin posibilidad de proyectar, los desempleados, los precarizados, los inmigrantes. Ellos están, por así decir, atrapados en el presente. ¿Qué es para ellos la aceleración, cuyos contragolpes son los primeros en sufrir?» (en Cuaderno Lírico, número 22 de 2021 ¿Hay que creer en la aceleración histórica? Entrevista a François Hartog).

Nos interesa menos este tipo de historiadores amedrentados por la velocidad de avance de la tecnología, que observadores como Hans Moravec, que ha generalizado la ley de Moore para la Inteligencia Artificial (en su libro Mind Children, de 1988, previó que los robots evolucionarán a ser especies artificiales hacia 2030-2040, y en Robot: Mere Machine to Transcendent Mind, de 1998, previó una superinteligencia de rápida expansión), o Raymond Kurzweil, que avisa de la singularidad robótica para 2045, y de que a finales de la década de 2020 (predijo en 2011) «los ordenadores serán capaces de tener una inteligencia a nivel humano». Kurzweil propuso la ley de rendimientos o retornos acelerados en el sentido de que cada vez que una tecnología llega a su límite, surgen nuevas tecnologías que la superan, no se para el mundo o la inteligencia o la razón, y además, el progreso tecnológico no es lineal, sino que se acelera a un ritmo exponencial, lo cual derivó Kurzweil del crecimiento de la densidad de los transistores en los chips. En futurología se habla de que una singularidad tecnológica de este tipo llevaría a una civilización Tipo I en la escala de Nikolai Kardashev, que es la que pasa al dominio de todos los recursos del planeta.

Estamos ya llegando. La aceleración del pensamiento nos alcanza de lleno.