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La consciencia de los insectos

La consciencia de los insectos

La consciencia de los insectos / El Día

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Una lectura de un artículo del filósofo utilitarista Peter Singer, de 2016, nos hace pensar acerca de la naturaleza gregaria humana y lo que se esconde detrás de esa naturaleza. Se titula el artículo ¿Son conscientes los insectos?, y en él analiza la evolución de los seres como masas biológicas, y el hecho principal, utilitarista, de que el bienestar personal de los individuos es algo que trae al pairo al proceso evolutivo de la masa en la que el individuo está inserto.

Singer comienza relatando que unas orugas en su jardín comieron toda la rúcula que tenía plantada y, al acabarse, murieron todas de hambre, en una especie de holocausto microcósmico natural: «La explicación tradicional que dan los cristianos del sufrimiento humano dice que es resultado del pecado original de Adán, que supuestamente todos hemos heredado. Pero las orugas no descienden de Adán. La solución de Descartes al problema fue negar que los animales sean capaces de sentir dolor. Hoy, las investigaciones científicas de la anatomía, fisiología y conducta de mamíferos y aves proveen evidencia contraria. Pero ¿podemos al menos esperar que las orugas no sientan dolor?».

Y entonces Singer pasa a comentar otro contemporáneo artículo de Proceedings of the National Academy of Sciences, de Andrew Barron, especialista en ciencia cognitiva, y Colin Klein, filósofo, que afirmaban que la experiencia subjetiva, la toma de conciencia, podría alcanzar a los insectos: «La experiencia subjetiva es la forma más básica de consciencia. Que un ente sea capaz de tener experiencias subjetivas quiere decir que hay algo así como ser ese ente, y ese algo puede incluir el tener experiencias placenteras o dolorosas. Por el contrario, aunque un auto sin conductor tenga detectores capaces de percibir obstáculos y sea capaz de actuar para no chocárselos, no hay algo que pueda ser descrito como ser ese auto».

Los insectos tienen un ganglio central que, al igual que el mesencéfalo de los mamíferos, participa en el procesamiento de la información sensorial, la elección de objetivos y la dirección de la acción. Y Singer se preguntaba si podrían todos, las orugas en su caso, ser conscientes de sufrimiento mientras mueren de hambre: «Barron y Klein dicen que las plantas no tienen estructuras que hagan posible la consciencia. Lo mismo vale para animales simples como las medusas o los nematodos; por otra parte, los crustáceos y las arañas, lo mismo que los insectos, sí tienen esas estructuras. Si los insectos tienen experiencias subjetivas, hay en el mundo mucha más consciencia de la que pensábamos, porque, según un cálculo de la Smithsonian Institution, en cualquier momento dado hay unos diez trillones de insectos individuales vivos».

Y ahora veámoslo a la inversa, y pensemos que nuestra subjetividad individual de humanos puede no serlo, e incluso puede acercarse bastante a la de los insectos y ser más bien grupal. Por ejemplo, también en 2016, en Taropoto, Perú, en una escuela infantil se extendió una epidemia de posesiones demoníacas, el 29 de abril, sobre casi cien niños, sufriendo convulsiones, desmayos, gritos espumeantes, y todos balbuceando que les acechaba un hombre vestido de negro que quería matarles, en una alucinación colectiva en todos los casos coincidente.

Los comportamientos grupales están dirigidos desde un ser egregórico, de la masa. Hemos de pensar en la ubicación de la consciencia, en individuos vivos que consideramos «borderlines», como los insectos. Incluso podemos ubicarlas más abajo en seres sintientes pero con un sistema nervioso mínimo. O bien podemos pensar en la ubicación de la consciencia en medio de un mare magnum gigantesco de enjambres, manadas o cardúmenes. O también, podemos pensar en el surgimiento de la consciencia en un ordenador que disponga de inteligencia artificial, de autonomía para regular el uso de su inteligencia en su medio y, además, de una construcción del hardware del mismo con células o moléculas orgánicas.

Todo ello nos está llevando a entender que la consciencia puede ser distinta de lo que entendemos y, además, nos puede estar llevando a entender que tenemos una consciencia mecanicista autoinmunizada por el espejismo de la autoconciencia, o nos puede llevar a entender que la consciencia está sometida a un ser superior a nosotros del cual somos como los peces de un cardumen, y así sucesivamente.

Al final, tal vez, la consciencia puede ser una falacia humanista, todo lo más una leyenda humanista. Ya casi llegamos al transhumanismo.