Un artista legendario

Ascenso, caída y redención de Frank Sinatra

La carrera del cantante se prolongó durante más de cinco décadas y en cada una de ellas supo reinventarse como intérprete, captando la atención del público

Ascenso, caída y redención de Frank Sinatra.

Ascenso, caída y redención de Frank Sinatra. / ARCHIVO

Elena Hevia

La leyenda de Frank Sinatra es posiblemente una de los más poderosas en un país sobrado de ellas. Su carrera se prolongó durante más de cinco décadas y en cada una se diría que supo reinventarse como intérprete, y captar la atención del público, no siempre el mismo tipo de público, convirtiéndose en símbolo de muchas de las aspiraciones de la clase trabajadora norteamericana, estableciendo así una cierta idea del Estados Unidos más popular. A 25 años de la muerte del 'Viejo Ojos Azules' se ha publicado ‘La voz. Por qué importa Sinatra’ (Libros del Kultrum), un texto que ningún admirador debería desconocer y además, una perfecta muestra de la excelencia a la que llegó la narrativa del periodismo norteamericano de la segunda mitad del siglo XX.

Su autor, Pete Hamill, era fan y a la vez amigo, pero no eso no le impide establecer una mirada analítica desapasionada frente al personaje, marcando sus virtudes pero también, sus debilidades. Hamill puede situarse en una liga ideal de periodistas estrella formada por Tom Wolfe, Gay Talese, Norman Mailer y su colega Jimmy Breslin, todos ellos vinculados a Nueva York. Ese dato es importante porque permite a Hamill , hijo de irlandeses crecido en Brooklyn, meterse en la piel del joven Sinatra, a su vez hijo de emigrantes italianos, también chico de barrio, en Hoboken, Nueva Jersey, al otro lado del Hudson, donde con el skyline de la gran manzana al fondo sería fácil imaginárselo silbando ‘New York, New York’ si el tema no se hubiera compuesto en 1977. 

Frank Sinatra, en 1954.

Frank Sinatra, en 1954. / COLUMBIA PICTURES.

Desde el gueto de la emigración

 En vida de Sinatra hubo un intento de que Hamill le escribiera su autobiografía que no llegó a buen puerto y muy probablemente, este recuperó a su muerte aquel empeño en este texto, una semblanza personal y luminosa que no solo cuenta a Sinatra, esa carrera vertiginosa de éxitos multitudinarios, fracasos en silencio y vuelta a levantarse hasta alcanzar de nuevo el consenso de artista legendario, sino más bien cómo el cantante fue un espejo en el que el público se miró a lo largo de la generaciones. El tipo hecho a sí mismo, que se encarama a la cima sin perder sus cualidades originales que lo igualan a cualquier hijo de vecino. 

Desde finales del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial llegaron a Estados Unidos cuatro millones y medio de italianos, una buena porción de los 24 millones de europeos que cruzaron el Atlántico. La trayectoria de Sinatra es la del chico que surge de ese gueto y a despecho de las reticencias étnicas triunfa en los medios emergentes, la radio y la industria del disco, que abrazan con fuerza los emigrantes como paréntesis en el trabajo duro. El cantante luchó por mantener su identidad negándose entre otras cosas a cambiar su apellido siciliano. Borrar el origen era algo bastante frecuente por entonces. “Querían que me llamara Frank ‘Satin’. Te imaginas. Si lo hubiera hecho ahora estaría cantando en cruceros”, explicaba. 

Hijo de la Mafia

No importa que afectara a unos pocos ciudadanos, la Mafia, en la que también cabían los judíos e irlandeses, se hizo más poderosa gracias a la Prohibición. El padre de Sinatra ejerció un tiempo como transportista para los primeros traficantes de alcohol. Entonces él era un niño pero esa vinculación se prolongaría en el tiempo cuando, años más tarde, en 1947 de visita en La Habana permitió que se le fotografiara junto a Lucky Luciano. Era entonces una de las figuras más populares del espectáculo, pero ahí empezó a fraguarse la imagen que cristalizaría años después en el personaje del ‘crooner’ en horas bajas Jimmy Fontane, trasunto del cantante en ‘El padrino’. Sinatra odió profundamente a Mario Puzo, el autor de la novela, por lo que suponía de vincular a los suyos con la criminalidad y los estereotipos. Se defendería con el desprecio, conocía a aquellos tipos desde que era un adolescente delgaducho. “Si Francisco de Asís fuera cantante y trabajara en los bares habría conocido a los mismos tipos… Venían al camerino. Te daban las gracias. Les ofrecías un trago. Eso era todo”, cuenta Hamill que contaba Sinatra. El autor achaca esta vinculación mafiosa, nunca probada, con una campaña de Hearts contra los ideales socialdemócratas del New Deal que Sinatra abrazaba por entonces. En sus últimos años, contradictorio, apoyó a Nixon, a pesar de las puyas lanzadas por éste contra la comunidad italoamericana.

Frank Sinatra y Ava Garner, en los tiempos en los que fueron matrimonio.

Frank Sinatra y Ava Garner, en los tiempos en los que fueron matrimonio.

Un hombre para la eternidad

Entre las diversas reencarnaciones del artista está el muchacho sensible que con voz aterciopelada fascina a las jovencitas mientras los chicos se iban a la Segunda Guerra Mundial -con el agravio añadido para estos de que Sinatra nunca combatió-. ¿La contrapartida? Cuando las chicas se hicieron mayores desaparecieron como fans. El final de la contienda no fue un tiempo nada bueno para él. Soplaban aires conservadores de exaltación familiar y él cometió el ‘pecado’ de abandonar la suya por la estrella del momento, Ava Gardner. Con ella forjó una relación feroz y autodestructiva que vino acompañada del ascenso de la actriz y la debacle para él. A la prensa chismosa le fue fácil pillarle borracho en cualquier local de moda, lamiéndose las heridas. Le salvó, es sabido, su aparición como actor en ‘De aquí a la eternidad’, un favor con el que Ava –fue gracias a ella y no a una cabeza de caballo en la cama- puso fin a su matrimonio y que le reportaría a él un Oscar de la Academia. 

Al mismo tiempo, supo reconvertirse, a base tanto de voz como de actitud, en ese estilo depurado apto para plateas maduras que le caracterizó. Pasó de Columbia a Capitol Records donde haría sus mejores grabaciones y poco a poco se obró uno de esos episodios de redención que tanto gustan a los estadounidenses. Nunca volvería a perder el favor del público. Su mito creció poderoso, incluso cuando en sus últimos años se volvió un tanto esclerótico en compañía de sus amigotes del Rat Pack bajo las luminarias de Las Vegas. Hamill no elude críticas a su arrogancia y a la complacencia cortesana en la que se movió el cantante. Pero fue un grande. Hoy su fama posmortem ha logrado incluso salvar la brecha digital. Los más jóvenes son capaces de reconocerle todavía, algo solo al alcance de Marilyn Monroe o Mickey Mouse. 

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