Canarismos

El que nace para ser pobre el oro se le vuelve cobre

La doctrina cristiana ha intentado atribuir a la pobreza un carácter virtuoso en el que, en realidad, casi nadie cree

Estas joyas de oro proceden de la Troya de la Edad del Bronce. Sin embargo, hasta el momento se desconoce de dónde sacaron el oro los primeros troyanos.

Estas joyas de oro proceden de la Troya de la Edad del Bronce. Sin embargo, hasta el momento se desconoce de dónde sacaron el oro los primeros troyanos. / J. Huber, Ch. Schwall (OeAI Viena) y Born et al. 2009

Luis Rivero

Luis Rivero

Este registro que expresa la fatalidad del destino del hombre pobre puede ser empleado tanto para compadecer a quien vive en la pobreza como de manera autorreferencial por quien vive la experiencia de ser pobre y pone de manifiesto los inconvenientes de tal condición. Con la afirmación «el que nace para pobre», parece darse a entender que existe una predisposición «natural» o, acaso, «inducida» a «ser» pobre.

Como si obedeciera a una suerte de mandato kármico a tenor del cual el destino de los seres humanos estaría marcado por una decisión propia o ajena (no se sabe) que premia la trayectoria en la vida (o en vidas precedentes) e imponen una punición según el resultado del balance moral de estas experiencias vitales o acaso dejado al azar, pero nunca al libre albedrio del individuo. Precisamente, lo que más llama la atención de la máxima es esta suerte de mandato o «designio divino» que nos predispone «a ser pobres» (o, por ende, «a ser ricos»), como si desde antes de nacer estuviera escrito en alguna parte.

La doctrina cristiana que, independientemente de la condición de creyentes, forma parte de las bases culturales de nuestra civilización, ha intentado atribuir a la pobreza un carácter virtuoso en el que, en realidad, casi nadie cree. Pues el deseo de tener las necesidades básicas plenamente satisfechas y de poseer al menos lo suficiente para «ir tirando» está presente en la mente de todos los hombres, de entre los que, sin duda, muchos aspiran incluso a ser ricos. Por mucho que se diga, la pobreza es una desgracia para el que la padece, pues, a menudo, viene asociada a todo tipo de sufrimientos, carencias y calamidades de las que difícilmente alguien, de tener que elegir, elegiría consciente y voluntariamente el pasar por ese mal trago.

Deseo

El pobre, por muchas virtudes que se prediquen o atribuyan a la pobreza, no desea seguir siendo pobre, aunque acabe resignándose a su condición y destino. No obstante, la mezquindad y miseria sean consustanciales a la pobreza, el monoteísmo ha contribuido a fijar la idea en el inconsciente colectivo, no siempre con éxito, que, en realidad, ser pobre es una virtud que será premiada por la misericordia divina con una vida eterna de bondad, beatitud e inconmensurable riqueza (eso sí, inmaterial), pero que se alcanzará «en el reino de los cielos». Ya que, según esta doctrina, los pobres, por el hecho de nacer pobres, ya se les asigna una condición privilegiada para ganar la «vida eterna» después de atravesar la azarosa experiencia en este «valle de lágrimas». Por lo que los pobres partirían con ventaja respecto a los ricos, ya que esta condición les acarrearía serias dificultades para entrar en el «reino de los cielos».

Pero lo cierto es que difícilmente un rico suele renunciar a los dones y riquezas con los que la vida, el karma, la diosa Fortuna o quién sea le ha premiado, no obstante, las promesas de una riqueza mayor en la vida ultraterrena. Sin embargo, si la condición de «nacer pobre» no fuera el resultado de una retribución kármica, por así decirlo, que «condena» al individuo a una vida de carencias y dificultades ni se considerase una gracia que será premiada en una futura existencia post mortem a cambio de una vida de sacrificios (cosa que tampoco parece entusiasmar demasiado a mucha gente), entonces hay que considerar la posibilidad que la condición de pobre, más que a circunstancias puramente socioeconómicas, habría que atribuirlas, quizá, a una mentalidad causal en la que intervienen aspectos cognitivos, educativos y condicionamientos psicológicos atribuibles al propio ambiente social, religioso y familiar en el que el individuo nace y crece, y en última instancia, tal vez, a memorias genéticas de nuestros antepasados.

Inevitable

La segunda parte de esta sentencia concluye con que «el oro se le vuelve cobre», lo que parece ser una consecuencia inevitable de la condición de pobre. Metáfora que expresa que las dificultades y desdichas son consustanciales a la vida del menesteroso. De tal modo que lo poco que el pobre pueda tener de valor (representado por el oro, metal precioso con el que se puede acuñar moneda de valor intrínseco conforme a su peso), como en una especie de antítesis del rey Midas, «se convierte en cobre», metal pobre con el que se acuñan gran parte del dinero fiduciario con mero valor de cambio, pero sin soporte ni valor comparable al oro.

En fin, que como señala aquel otro dicho: «pa(ra) los pobres siempre es de noche» o lo que es lo mismo que decir: «para el perro flaco todo son pulgas», para referir que a las personas más débiles y desgraciadas le sobrevienen todos los males.