Exorcismo rojigualdo

Los comentarios, camino del parque, eran tan monótonos como enfáticos: Pedro Sánchez, un sinvergüenza, el PSOE, un hato de canallas, los independentistas, basura que pudre España, la investidura presidencial, una estafa escandalosa

Manifestación contra la ley de amnistía en Santa Cruz de Tenerife

Manifestación contra la ley de amnistía en Santa Cruz de Tenerife / Andrés Gutiérrez

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Los domingos, en Santa Cruz de Tenerife, suelen ser una demostración de lo duro que es para la vida abrirse camino. Y sin embargo ayer las cafeterías y baretos cercanos a las Ramblas estaban llenos a rebosar. Por las calles se reunían grupitos en vivaracha conversación y sonaba algún que otro claxon. No cabía duda: eran los manifestantes convocados por el PP a protestar contra los pactos que harán de nuevo a Pedro Sánchez presidente del Gobierno y, muy particularmente, contra la amnistía a los procesador por el procés, es decir, por la asonada contra el orden constitucional y estatutario en Cataluña en 2017.

Y no cabía duda porque eran innumerables los que llevaban banderas españolas, pequeñas, medianas y grandes. Otras las utilizaban como capas: nada más español que una capa española. Otros se habían enmedallado el pecho con pegatinas. Alguna pareja con niños pequeños colgaron la banderita en el cochito de los infantes e incluso se pudo ver a un chiguagua y a un par de shit tzus tremolando banderitas españolas en la cola. Lo primero, en general, fue el desayuno, y luego encaminaron sus pasos, todavía casi en silencio, hacia el parque La Granja, elegido como lugar de la concentración. Sobre la ciudad el sol jugaba con las nubes como un gobierno en funciones con la opinión pública.

Los comentarios, camino del parque, eran tan monótonos como enfáticos: Pedro Sánchez, un sinvergüenza, el PSOE, un hato de canallas, los independentistas, basura que pudre España, la investidura presidencial, una estafa escandalosa. No predominaban ni ancianos ni adolescentes, sino cuarentones y cincuentones de clases medias y acomodadas. No llamaban a los militares pasa salvar al país, sino que exigían elecciones generales. No vi a ningún fascista con correaje, equipaje de combate o camisa azul, sino a muchos cientos de ciudadanos conservadores –algunos, evidentemente, muy conservadores– para los que su nación – España– había sido escarnecida desde el Gobierno o con la colaboración necesaria del Gobierno. «Han vendido este país y han degradado la democracia a cambio de siete votos de mierda para seguir en las poltronas», rabiaba un septuagenario de barba blanca acompañado de su mujer, que intentaba calmarlo y alejar al aneurisma. «Golpistas, golpistas, son golpistas», gruñía un señor calvo y energuménico un poco más adelante. «Eso, eso, esooooo» le hicieron la ola varias jovencitas con aspecto de adorar el yogur y el zumo de zanahoria con chía que se mostraban muy activas en vivificar las consignas. «¡Amnistía fuera, fuera, fuera!». De nuevo salió el sol. Se agitaron otra vez las banderas con brío renovado. Cada vez afluía más gente hacia el parque. Una nota curiosa: el predominio del acento peninsular en la mayoría de los grupos.

Antes del mediodía ya no se podía entrar en el espacio destinado a la manifestación en La Granja, en la avenida de Madrid, junto a las oficinas municipales. Ahí estaban los prebostes del Partido Popular que, como en todas las capitales españolas, habían insistido a los suyos en que nada de banderas del PP. Solo la bandera constitucional de España. Y efectivamente: un mar de banderas rojigualdas se movía entre la marejada y la fuerte marejada. Solo dos excepciones: un par de banderas de la Asociación en Defensa del Pueblo Español y otro par de banderas carlistas, cuya hermenéutica allí y en ese momento resultaba difícil de entender. ¿Quiere decir acaso que con un heredero de don Carlos María Isidro en el trono Puigdemont no habría pasado de periodista? Nota indescriptible: se había habilitado un equipo de sonido y los altavoces bramaban el Que viva España del inmortal Manolo Escobar.

Entre flores, fandanguillos y alegrías

nació mi España, la tierra del amor

solo Dios pudiera hacer tanta belleza

y es imposible que pueda haber dos

y todo el mundo sabe que es verdad

y lloran cuando tiene que marchar

Entonces los constitucionalistas cantaban entusiasmados:

Que viva España

La gente canta con ardor

Que viva España

La vida tiene otro sabor

Y España es la mejor

El calvo daba sus pasitos de baile. Las pibas probióticas aplaudían entre risas. Por fortuna ignoraban que ese pasodoble se lo escribió a Manolo Escobar un compositor belga, Leo Caerts, nacido a un tiro de piedra de Waterloo. Ah, las crueldades de la Historia. Ya eran unas dos mil personas en La Granja y las calles adyacentes cuando comenzaron hablar los políticos. Estaban ahí Manuel Domínguez, Gabriel Mato, Ana Zurita, Fernando Enseñat, Luz Reverón y Antonio Alarcó, pero quien leyó el manifiesto –un texto, por cierto, espantosamente escrito– fue Emilio Navarro, alcalde de Santiago del Teide, presidente del PP de Tenerife y conspirador en la sombra de su propio partido con desiguales resultados: no pudo imponer un pacto PP-PSOE en el Cabildo de Tenerife pero, bueno, consiguió que Rebeca Paniagua fuera la número uno al Parlamento por Tenerife, una hazaña de casi el mismo valor épico. Después habló Domínguez brevemente: se le entendió poco y mal. En un par de ocasiones tuvo que escuchar una petición: «¡Rompe el pacto, rompe el pacto!». Porque si de algún partido político se habló mal, muy mal en la marcha, además del PSOE, no fue de Sumar, ni del PNV, ni de ERC, no, sino de Coalición Canaria. «Que decepción, cómo se han bajado los pantalones» no fue la expresión más rotunda que se escuchó sobre CC. «Los engañarán otra vez como chinos», aseveró un caballero de camisa blanca y bruñidos zapatos marrones apretando los dientes.

Una vez terminadas las intervenciones, los manifestantes –se habían incrementado en 200 o 300 personas más– desfilaron por las Ramblas triunfalmente. Desde algunos balcones se ondeaban banderas y muchos, muchos coches, les saludaban con los cláxones. «¡Yo soy español, español, español!», «¡Pe-dro Sánchez, a pri-sión!», «España, unida, jamás será vencida»... Algunos llegaron a la avenida Anaga y ahí, completado el exorcismo, se tomaron unas cervezas y un pincho de algo. Probablemente tortilla española.

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