La fase 1 de la desescalada trajo ayer a La Orotava una nueva normalidad que se parece bastante a la de antes. En la Villa el turismo no marca el ritmo. De nuevo es casi imposible aparcar en el centro, se ven muchos coches en doble fila, la gente pasea, se vuelven a llenar las terrazas y numerosos negocios han vuelto a abrir sus puertas. En la calle, los villeros se reencuentran y comentan que parece un día de los anteriores al 14 de marzo, si no fuera por las mascarillas, los carteles que advierten restricciones y las colas para acceder a algunos comercios.

La flexibilización del confinamiento ha permitido el regreso de los desayunos y almuerzos fuera de casa; el reencuentro entre amigos que brindan por la primera etapa superada, y la mezcla entre miedo y esperanza de los empresarios que reabren sus puertas y de los clientes que salen a buscar eso que tenían pendiente. Pilar González, de la librería La Educación, y Abraham Barroso, de la tasca-venta El Gomero, subrayan que toca reinventarse y abrir nuevas vías de negocio. Ella seguirá apostando por la venta a domicilio de material de papelería y libros; él potenciará la comida para llevar y la venta de productos alimenticios al por menor. Ambos reconocen que la incertidumbre es total.

Se registraron grandes colas en el exterior de mercerías, como Doña Carolina, donde volvieron a repartirse números y largas esperas, hasta de una hora, para reponer el arsenal de hilos y otros elementos de costura. Y es que en el confinamiento se ha comido y se ha cosido mucho. También en otros comercios de moda y artículos del hogar, como El 99, llegaron a juntarse más de una veintena de clientes haciendo cola en el exterior.

Las terrazas han vuelto a dar vida a la calle, donde ya es posible comprar en floristerías, tiendas de moda, comercios de ropa deportiva, bazares, joyerías, tiendas de artículos de pesca, compraventa de oro o el típico comercio oriental, como el de Lu, quien pide disculpas a sus clientes por atender con mascarilla.

Muchos villeros salían de sus casas para realizar gestiones pendientes desde el 14 de marzo. Orlando González buscaba una relojería para renovar la pila de un reloj que "se paró hace 14 días" para luego pasar por Correos a recoger la correspondencia y por la iglesia, "para hacer la visita al Santísimo". Darkley se pasó la cuarentena esperando para recoger unas gafas que había encargado antes de que el coronavirus pusiera todo patas arriba. Y Juan Cantero cogía sitio en la terraza de El Gomero para tomarse algo y, sobre todo, para "ver a la gente". Rita Rodríguez, de Deportes Marea, agradecía que "se vuelva a comprar en el pueblo" y que los clientes de siempre estuvieran esperando, antes de la hora de apertura, para volver a comprar moda y calzado deportivo. Toca atender de uno en uno, con nuevas precauciones, "pero incluso los vamos a atender mejor que antes, con más paciencia y dedicación", explicaba.

Ha sido un día de reencuentros, pero también de temores. Nadie esconde la preocupación ante la posibilidad de una indeseada vuelta atrás. "Vamos a ver si esto camina como tiene que caminar, pero depende de todos", apunta Juan Cantero, quien pide "paciencia y sentido común".

Comerciantes y restauradores se debaten entre la esperanza y el miedo. El bullicio de las calles ha regresado, pero todos se preguntan: ¿será solo flor de un día?, ¿el volumen de negocio será sostenible?, ¿vendrá alguien mañana? Solo los compro oro esperan hacer su agosto en las próximas semanas. La crisis promete el empeño de las joyas del pasado para llenar la despensa o tapar agujeros que nadie esperaba antes del 14 de marzo.

La fase 1 de la desescalada ha permitido recordar, a ratos, la vida de antes. Hasta la Policía Local ha vuelto a multar coches mal aparcados. Si no se analizan los detalles, parece que es La Orotava de siempre. El Norte de siempre. Por volver, hasta han vuelto las colas mañaneras a la TF-5.