La Orotava dijo adiós este año a 15 de sus policías locales más veteranos, agentes con hasta 38 años de servicio que atesoran anécdotas e historias para llenar "dos o tres tomos", según destaca José Pedro Rodríguez García, un agente que se puso el uniforme en 1982. Este periódico conversó con cuatro de estos policías de la vieja escuela, formados en el día a día de los problemas de los vecinos y sin más academia que decenas de miles de horas de calle.

Juan de Dios Álvarez Padrón y Pedro Luis Abrante Cubas empezaron a trabajar juntos, en 1981, y llegaron en un momento en el que por no haber, no había ni uniformes para todos. Abrante recuerda que en aquellos primeros momentos llegó a dirigir el tráfico vestido "con unos vaqueros y un suéter azul porque al principio no había ni ropa".

Juan de Dios Álvarez añade que tampoco había vehículos suficientes, así que a principios de los años 80 del siglo XX no era raro ver a dos agentes municipales subidos en la misma moto: "Si había que llevar a un compañero a algún servicio, pues uno conducía y el otro se subía detrás". Una imagen impensable ahora.

Tampoco tenían cascos: "Nos subíamos en la Honda 400 y nos poníamos solamente una gorra, hasta que llegó un casco de medio huevo con unas gafas alemanas", recuerda entre risas.

De todos estos años, Juan de Dios Álvarez se queda con la ayuda prestada; con la experiencia de la educación vial en los colegios de La Orotava, y con el reconocimiento y el cariño de la mayoría de sus vecinos: "Hasta los mayores chorizos de antes aún nos saludan con cariño cuando nos ven. Voy por la calle y se me cansa la mano de decir adiós".

A su juicio, "en la labor de la Policía Local tiene más importancia el uso de la psicología que de la fuerza. A mí siempre me gustó dialogar para resolver problemas, y no fui de los que disfrutaba poniendo multas".

La escasez de medios materiales se solventaba con "mucha vocación", en unos tiempos en los que no era raro que los policías locales acudieran a ayudar a municipios vecinos. Juan de Dios narra que una vez fue voluntario a "acompañar una excursión de viejitos" y dio la vuelta "a media isla" abriendo paso a la caravana de taxis.

En aquellos tiempos, los guardias tenían que arrastrar pesadas vallas metálicas por la calle para cortar una vía, "como quien lleva a rastras una cabra", y, pese a todo, Juan de Dios volvería al trabajo si le dejaran.

"Todo ha cambiado mucho. A nosotros nos tocó otra época, una época en la que no íbamos a ninguna academia a recibir formación policial: nuestra única academia fue la calle", destaca Juan de Dios.

Pedro Luis Abrante Cubas sólo llevaba unos días trabajando cuando le tocó estar en la calle la noche del golpe de estado del 23-F y lo vivió "con un poco de susto y sin saber muy bien qué podía pasar". En aquellos tiempos de carencias, cuando llegó al cuerpo sólo le entregaron una placa: "No tenía ni uniforme, pero la gente te respetaba".

Un día vieron por televisión que agentes de otros países usaban un dispositivo luminoso para dirigir el tráfico, "así que compramos una linterna y le pegamos un vaso de plástico en la punta, y tan contentos porque con eso se nos veía mejor", relata Abrante entre risas.

María Caridad Monasterio Oliva se convirtió en 1982 en la primera mujer policía de la historia local. Reconoce que fueron unos inicios "agridulces", algo que considera "normal al tratarse de la primera mujer dentro de un gremio exclusivamente de hombres, lo que requirió un periodo de adaptación por parte de todos".

De aquellos días como primera mujer policía, Monasterio destaca que "al principio los vecinos me miraban con cara de asombro al verme de uniforme".

Para esta pionera, "ha sido un orgullo y un placer haber podido trabajar de policía en el pueblo que me vio nacer y, además, haber contribuido a dar visibilidad a la mujer en esta profesión".

José Pedro Rodríguez García, policía local desde 1982, recalca que todo ha cambiado muchísimo desde sus inicios: "Antes pasaban los días y prácticamente no había llamadas, y ahora te requieren para multitud de servicios. Antes nos tocaba vigilar la cola del cine, por fuera de la sala Teobaldo Power; los pesajes en el matadero; la entrada del cementerio en los días de finados, o las autopsias, que las hacía el forense en un cuartito en el mismo cementerio. Y hasta nos tocaba ejercer de consejeros matrimoniales cuando interveníamos en discusiones de pareja".

Rodríguez García reconoce que en 37 años de profesión ha visto casi de todo: "Hasta quejas por las campanas de La Concepción".