Opinión | El recorte

Desde el río hasta el mar

Yolanda Díaz este martes en el Consejo de Ministros.

Yolanda Díaz este martes en el Consejo de Ministros. / José Luis Roca

Palestina será libre desde el río hasta el mar. Lo ha dicho Yolanda Díaz, la lideresa de la izquierda ultra española haciendo el coro al anuncio de Pedro Sánchez de reconocer al Estado palestino. «Libre desde el río hasta el mar» es un viejo llamamiento a la creación de un Estado palestino que se extienda desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo. O lo que es lo mismo, un territorio que implicaría la desaparición del actual Estado de Israel. Ese ha sido el grito de guerra de organizaciones terroristas que persiguen la extinción de la nación judía, como Hamás y el FPLP.

Es difícil entender por qué la izquierda europea, democrática y feminista, defiende con tantísima pasión la creación de un nuevo estado árabe. Uno donde las mujeres no tendrían la condición de ciudadanos libres. Un estado que hoy representan unos terroristas que provocaron una masacre de judíos, asesinados, secuestrados y ejecutados: suceso que dio paso a la brutal respuesta de Israel sobre Gaza. Si el objetivo de Hamás, con el atentado terrorista que causó mil quinientos muertos, era conseguir la derrota de Israel y la victoria de Palestina, hoy pueden decir que han tenido éxito. A los muertos judíos se han sumado las decenas de miles de muertos palestinos. Y sobre esa montaña de cadáveres, por lo visto, Palestina será libre «desde el río hasta el mar».

La izquierda española es profundamente antiamericana y antijudía. Arrastran los residuos de un pasado comunista, enemigo acérrimo de las democracias liberales, donde se tenía el mal gusto de la libertad de expresión y de comer todos los días. Por eso la izquierda actual tiene atavismos tan inexplicables como sus buenas relaciones políticas con regímenes dictatoriales, como Irán, donde la policía ejecuta a las mujeres a palos por no llevar la cara tapada por la calle.

Es evidente que la masacre de Gaza desborda cualquier tipo de expectativa. Y que es un crimen injustificable. No menor que la invasión de Ucrania por el ejército ruso, que ha causado miles de muertos y sufrimientos. O el exterminio en Sudán, donde según la ONU más veinticinco millones de personas necesitan hoy ayudan humanitaria urgente. Y todos estos conflictos empalidecen si los comparamos con el más de medio medio millón de muertos que se han producido solo en dos años en Tigray, en Etiopía. Son nombres que no nos suenan, porque no salen en los telediarios. Las masacres en estos sitios olvidados no se emiten en las grandes cadenas de televisión europeas. Y lo que no se publica, no existe.

Esa ignorada realidad hace que sea tan poco consistente que la razón para enfrentarse a la carnicería de Gaza sea de orden moral. No puede ser moral quien discrimina los exterminios de seres humanos por razones ideológicas o de propaganda. Netanyahu, Putin o Hamás son nombres mediáticos. Y mientras nos entretenemos con los malos oficiales y Loewe piensa en fabricar un modelo de pañuelo palestino, las grandes potencias convierten África en un anónimo cementerio de inocentes. Cada día. Tumba a tumba. Desde el río hasta el mar y sin que nadie haga ni puñetero caso.

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