Opinión | El recorte

El juego sucio

Begoña Gómez y Pedro Sánchez.

Begoña Gómez y Pedro Sánchez. / EP

Ayer en el Congreso, Pedro Sánchez decidió combatir el fango con el anuncio del reconocimiento por España del Estado Palestino; un estado sin territorio definido. Intentó superar con la noticia internacional el debate doméstico a cara de perro sobre las polémicas relaciones de su mujer, Begoña Gómez, en el ámbito empresarial, y la apertura de investigaciones por un juzgado. Pero no pudo ser. Los puñales de la oposición volaron cargados de ese veneno.

Lo de la señora Gómez ha causado ya una crisis diplomática con Argentina. Ese prodigioso personaje de la demagogia populista llamado Milei señaló que la mujer del presidente estaba «sucia» y se burló de que Pedro Sánchez había necesitado tomarse cinco días para meditar si podría seguir en el cargo de presidente. Las declaraciones de Milei, que se ha seguido burlando de «Pedrito» en sus apariciones públicas, han despertado la cólera de Sánchez y su Gobierno hasta tal punto que ha procedido a la retirada sine die de la embajadora española en Buenos Aires.

Pero… ¿es realmente fango acusar a la mujer de un político? Pues parece que no. Y hay prueba. María Jesús Montero, la apasionada Pasionaria de cabecera del Gobierno, increpó hace unas semanas en el Congreso a Núñez Feijoo acusándole airadamente por una subvención de la Xunta de Galicia que había recibido la empresa donde trabajaba la mujer del líder gallego. Feijóo puso cara de sorpresa y Pedro Sánchez, pletórico, le advirtió con una sonrisa admonitoria que de su mujer –la de Feijóo– habría «más… Mucho más».

Lamentablemente no. La noticia que utilizó la señora Montero resultó ser un bulo, un fake o, en plata, una trola. A pesar de eso, quedó escrita en el diario de sesiones, con la tinta indeleble del fango en el que escriben todas las plumas políticas en este tiempo de mediocridad infinita. Su posible uso judicial y mediático perdió las plumas, pero su utilización parlamentaria nos permitió comprobar, aplicando la lógica de la simetría moral, que acusar a la mujer de un líder político de una actuación ilícita no es fango.

Y es razonable. La familia de la gente poderosa, los ministros, presidentes o reyes, no deben tener inmunidad ante la Justicia. Ni ellos tampoco. Cuando Manos Limpias se personó en el caso Noos acusando a la Infanta Cristina, que se sentó en el banquillo de los acusados, nadie se llevó las manos a la cabeza porque un «sindicato ultraderechista» arremetiera contra una infanta y su marido. No era fango lo que se arrojaba contra la Casa Real, eran noticias y denuncias que al final se ventilaron en un juzgado y que terminaron comportando una condena para Iñaki Urdangarín, que hubo de cumplir pena de prisión pese a estar casado con la hija de un rey. En ese entonces no existía lawfare porque la Justicia no estaba pasando por la quilla a los progres independentistas. La justicia siempre es más justa cuando persigue a la derecha.

¿Y ahora? Ahora ya veremos. Solo el tiempo y los jueces podrán poner las cosas en su sitio. Mientras tanto nos toca lo de siempre: ruido, barro y confusión. Como en un tango cantado por Milei; un cambalache. La pelota no rueda en el fango, solo las patadas.

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