Opinión | El recorte

Lenguas muy largas

Archivo - El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su mujer, Begoña Gómez

Archivo - El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a su mujer, Begoña Gómez / Álex Cámara - Europa Press - Archivo

Se entiende que Pedro Sánchez tenga ganas de escacharle las greñas a Javier Milei en la primera cumbre en la que se lo tropiece. Porque es lo que toca cuando un tipo se mete con tu familia. Ahora bien, la esposa de Sánchez no es España. Ni Sánchez tampoco. Llamar a consultas a la embajadora española en Buenos Aires es un calentón que no deben haber meditado bien en Moncloa.

Milei se ha metido con Begoña Gómez, la mujer de Pedro Sánchez, y de paso con él y con socialismo. Tres por uno, como en Hiperdino. En un acto de Vox, al que fue invitado, el presidente de Argentina soltó una frase pésimamente construida, pero con mucha mala baba: «Las élites globales quieren imponer el socialismo, pero no saben qué calaña y qué clase gente atornillada al poder puede producir ni qué niveles de abuso puede generar. Aun cuando tenga la mujer corrupta, se ensucia y tarda cinco días para pensarlo».

Es normal que Pedro Sánchez se agarre una calentura cuando alguien llama corrupta a su mujer. Pero tendría que haber situado las bestiales palabras de Milei en su contexto. ¿Y cuál es? Pues uno en el que una persona de la confianza de Sánchez y ministro del Gobierno de España dijo hace bien poco que el presidente argentino dice las cosas que suele decir porque consume sustancias estupefacientes. O sea, porque se droga. Llueve sobre mojado y en esta guerra sí se puede decir con certeza que no fue en Argentina donde dispararon el primer cañonazo.

Durante muchos años, la izquierda americana tuvo algunos ilustres bocazas desatados. Por primera vez hay uno a la derecha y a las primeras de cambio ya tenemos un lío. A Hugo Chávez, a quien el entonces rey de España, Juan Carlos I, le soltó una vez aquel famoso «¿por qué no te callas?», no le montaron un cristo diplomático cuando llamó al presidente español Aznar «fascista de la calaña de Hitler» y, además, «imbécil». Y eso no es nada comparado con lo que luego soltó su sucesor designado, ese Nicolás Maduro, que tiene la boca del tamaño de un buzón de correos, que llamó a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español, «racista, basura corrupta y basura colonialista».

Lenguas largas y cerebros cortos. Nada nuevo bajo el sol. Lo normal en tiempos de populismo. Lo que no es tan normal es que un Gobierno de un país supuestamente serio, como se supone a España, convierta un sainete personal en una crisis diplomática. Por mucho que Milei se haya pasado tres pueblos y una gasolinera –y sin duda lo ha hecho– la señora Begoña Gómez no pertenece al Patrimonio Nacional. Ni su reputación y la de su marido, el presidente Sánchez, deben ser defendidos con la artillería diplomática del Estado.

La nota oficial de Exteriores asegura que las declaraciones de Javier Milei «no tienen precedentes en la historia de las relaciones internacionales». O el ministro Albares tiene amnesia o toma al personal por más tonto de lo que es. Uno de los precedentes se sienta a su lado en el Consejo de Ministros. Pero lo mejor es cuando Albares afirma que se trata de defender la dignidad de las instituciones y de la Begoña española; digo, de la democracia española. Perdón.

Suscríbete para seguir leyendo