Opinión | El recorte

Los no arrepentidos

El candidato a lehendakari, Pello Otxandiano, a 4 de abril de 2024, en Vitoria-Gasteiz, Álava, País Vasco (España).

El candidato a lehendakari, Pello Otxandiano, a 4 de abril de 2024, en Vitoria-Gasteiz, Álava, País Vasco (España). / Iñaki Berasaluce - Europa Press

ETA fue un grupo armado, no una banda terrorista. Lo ha dicho Pello Otxandiano, candidato de Bildu a las elecciones vascas, y se ha liado la del pulpo. No sé por qué. Como si alguna vez los independentistas vascos hubieran pensado otra cosa de los gudaris que lucharon por la independencia su país, ocupado por el ejército de España.

Mientras el Ministerio de la Verdad Progre anda ocupado en perseguir a las personas o grupos que se dediquen a enaltecer la sangrienta obra del petardo de Franco, muerto hace ya casi medio siglo, otros asesinos que aún tienen el olor a pólvora en las manos viven exitosamente sobre la base de que cualquier tiempo pasado fue peor. Qué más da lo que hayan hecho, dicen, si ahora, arrepentidos, aceptan la democracia.

La izquierda española no puede olvidar a Franco, aunque olvide sin problemas a Otegui. Al primero lo consideran el padre espiritual de una derecha a la que se le niega la misma vocación democrática que se otorga sin problema a los radicales vascos. Y tan es así que este régimen persigue moral y judicialmente el elogio de una dictadura muerta en el siglo pasado pero pasa de puntillas sobre las bombas y el plomo de anteayer.

ETA no admitió la llegada de la democracia a España. No participó en el proceso de la transición y siguió matando de un tiro en la nuca mientras el país votaba y elegía a sus cargos públicos. Asesinó a empresarios, concejales, policías, guardias civiles, militares y civiles. Secuestró y extorsionó durante décadas. Y a punto estuvo de cargarse la democracia misma, provocando que el ruido de sables en los cuarteles, con militares indignados ante tanto entierro de compañeros, acabara desembocando en el intento de golpe de estado de 1981.

El argumento de la nueva izquierda gobernante es que Bildu ha aceptado las reglas de la democracia. Que los asesinos de ayer han abandonado las armas y ha elegido la vía democrática. Y que por lo tanto toca olvidar ese pasado de sangre y muerte y construir sobre él un proyecto de convivencia. Uno que pasa por reblandecer las condiciones penales de los etarras condenados por delitos de sangre o acercarlos a sus familias en el País Vasco. O por hacer lo posible y lo imposible para evitar que afloren a la luz pública nuevos delitos no prescritos que afectan a importantes dirigentes de Bildu, que ahora mismo están apoyando la permanencia de Sánchez en La Moncloa.

Existe algo pútrido en la trastienda de quienes por una esquina muestran su indignación por los asesinos de 1936 mientras por la otra se dan la mano amigablemente con los verdugos de 1987. Entre quienes tienen tan fácilmente memoria y desmemoria a conveniencia, en función de qué sangre y qué dolor hablemos.

Muy pocos de estos nuevos demócratas, tiralevitas que han prosperado en el oficio público gracias a la partitocracia, que es una gigantesca empresa de colocaciones, llegaron a conocer las delicias de la dictadura franquista. Y, sin embargo, esta sociedad empieza a parecerse demasiado a aquella otra; oscura, plagada de prohibiciones, con una policía del lenguaje, del pensamiento y de la libertad. Qué distintas y sin embargo qué parecidas.

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