Opinión | Observatorio

Problemas que la primavera no resuelve

Problemas que la primavera no resuelve

Problemas que la primavera no resuelve / El Día

Entró la primavera de este 2024 en el hemisferio norte esta madrugada del miércoles 20 de marzo. Hasta el 20 de junio la estación de la juventud y las flores marcará el ritmo vital. Con la sangre alterada del personal azuzado por la política errática envuelta en procesos varios deberíamos pedirle contención y calma pese al natural sino estacional.

Marzo, que recibe el nombre del guerrero dios Marte, nos mete de lleno en un periodo del año difícil de gestionar a nivel personal, social y político. Nada parece venir a remediar el clima de confrontación que nos aqueja a causa de elecciones, corruptelas y demás maldades acechando. Lejos de amortiguar su impacto, quienes debieran minorarlo lo engrandecen en una competencia estúpida por ver quién es menos o más.

Culpable de la caída de imperios y gobiernos, la corrupción es a lo que parece un mal inherente al ser humano. Deudores como somos del mundo clásico y en particular de Roma no viene mal fijar en ella los ojos para saber que lo perverso de hoy tiene raíces profundas en el ayer. No es que la Roma de la República poderosa y conquistadora fuera similar a nuestro sistema político. El pasado no es el presente, pero bien está que el presente aprenda del pasado. Aquella organización estatal dotada de cargos electivos y con una estructura político administrativa y territorial acorde se vio aquejada de casos serios de envilecimiento y luchas desaforadas por el poder que llevaron a su demolición en favor de un régimen unipersonal deificado en la figura del Emperador. Las cosas irían a peor.

Si todos los meses son buenos para volver a releer la historia romana, el mes de marzo, el de los Idus que vieron el asesinato de César y sus consecuencias, lo es aún más. En toda aquella historia Marco Tulio Cicerón (106-43 a.C.) y su templada ética política fueron el último baluarte defensivo de la República. Cicerón sería asesinado por sicarios de Marco Antonio en represalia por su postura complaciente ante la muerte violenta de Julio César a quien el orador catalogaba de dictador. Pero sobre todo pesó en su contra la oposición al control total que adoptó Marco Antonio, aunque al final triunfase el astuto Octaviano, sepulturero de la República.

Cicerón había sido abogado brillante y azote de corruptos. La República había ido incubando prácticas políticas que la desangraban. Reconocía el filósofo que los favores en la vida pública eran inevitables, hasta él mismo en una defensa de su amigo Craso prometía beneficiarle a él y a los suyos porque todos necesitaban una red clientelar. Sin embargo, «el favor a un amigo nunca debe pasar por la violación del Derecho» advirtiendo contra los que siguen «al candidato y se mueven exclusivamente por interés». En definitiva, «en la vida pública solo los amigos que tienen virtud (virtus) están autorizados a pedir favores porque es la virtud la que corrige las desviaciones y evita las corruptelas» permitiendo de paso mantener la fidelidad (fides). La carencia de la virtud y el exceso de ambición pervierten las leyes.

Las llamadas a la contención de Cicerón venían a cuento de las acciones perniciosas de la política republicana, a vista de hoy muy familiares. Pese a las leyes dictadas para castigar la desviación del ejercicio público eran frecuentes «el cohecho, el tráfico de influencias, el robo de las arcas del Estado, la extorsión, la adjudicación de obras públicas a los amigos poderosos o la compra de votos». El fraude electoral era omnipresente, incluyendo los trucos para atraer adeptos; así solía usarse un «blanqueante que conseguía que la toga del candidato resplandeciese y se diferenciara claramente [entre la multitud] a la hora de la elección siendo una sutil operación de marketing electoral»; una artimaña menor, cierto, pero no la única. Aunque la «Lex Calpurnia, [establecía] unos tribunales ad hoc especializados entre otros delitos en los abusos cometidos por los magistrados y gobernadores de provincias» se mostró poco efectiva y hubo de ser reformada varias veces. La repetición, reforma y superposición de leyes demostraron que los actos ilícitos seguían imparables contaminando a las más altas autoridades. Julio César legisló duramente contra la malversación después de haber saqueado el tesoro público. El quebranto de las leyes que denunciaba Cicerón cercenó y torció la aplicación de la justicia y fueron el peor mal.

Los desmanes popularizados llevaron a Cicerón a sentenciar que «el poder proporciona al hombre numerosos lujos, pero un par de manos limpias es algo que rara vez se encuentra entre ellos». Y lo supo bien, pues como abogado tuvo que llevar la acusación de Cayo Verres, gobernador de Sicilia, que se había enriquecido con el comercio ilegítimo, el pillaje en propiedades municipales y privadas y ejercer un mando tiránico. Logró para él la «pérdida a perpetuidad de todos sus derechos civiles» dejando de «suponer un peligro para la administración de justicia en la república romana». Pero el caso más famoso fue su causa contra su adversario al cargo consular Catilina, según estudios, populista apoyado por pobres y soldados veteranos, sanguinario y cruel, licencioso, asesino y ladrón impenitente que saqueó la provincia de África y puso en jaque al Estado después de haber salido absuelto de juicios y conspiraciones; la del 63 a.C. le llevó a la muerte. Harto Cicerón clamaba:

–«¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?», interrogante que desde entonces, cambiando al interpelado, tanto hemos repetido.

Cicerón había nacido en enero y fue asesinado en diciembre, año y medio después que César. Había recorrido todas las etapas del hombre. Fue la última víctima de los Idus de Marzo del 44. Cuando segaron su vida era para entonces un anciano de 64 años que defendía (De senectute) lo que hoy llamaríamos un envejecimiento activo. Cicerón disertó sobre casi todo: la amistad, la honestidad, el enriquecimiento lícito o ilícito, el decoro, la justicia y la preservación de la República. No fue un santo y tuvo contradicciones evidentes, del mismo modo que evidentes fueron sus aciertos.

Si la primavera que ha venido es juventud y belleza, por sí sola no resolverá los problemas que la humana y frágil naturaleza crea. Tal vez una lectura sosegada no los solucione, pero ayude.

[Beard, Mary (2016). SPQR: Una historia de la antigua Roma. Barcelona: Crítica; Malave Osuna, Belén (2021). Corrupción política y amistad en la Roma de Cicerón. Derecho Público Romano, nº 331 (acceso libre); Robles Velasco, L.M. (2017). La lucha contra la corrupción en la República Romana. Una nueva interpretación sobre la obra ciceroniana ‘De officcis’. R.E.D.S. núm. 11 (acceso libre)]