Opinión | Risas y fiestas

Las lectoras de fisquitos

Para las fisquitos-lectoras, el estímulo sucede de una forma muy curiosa: la imagen, la sentencia, el mensaje, la sensación… aterriza sobre ellas con todo el peso de la poesía

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Imagen de archivo / ED

Pienso mucho en las «lectoras de fisquitos». Así me refiero en mi cabeza a quienes dicen no leer pero reciben la literatura de otras formas. Quienes no tienen el hábito o lo rechazan porque muchas veces no queremos cerca lo que nos hace sentir excluidas, y con los libros sucede: o lo haces así o no has leído y o lo haces por este motivo o no estás leyendo de verdad. También quienes están demasiado cansadas y exprimidas por la vida como para fijar su atención en algo que aman. O mi abuela, que estuvo un par de años enteros para leerse un libro y le recordaba siempre a todo el mundo que lo seguía leyendo, que no lo había dejado, que en ese momento su vida tenía la etiqueta de ese universo y seguía viendo las cosas a través de la textura de ese papel.

¿Qué leen las lectoras de fisquitos, esos seres que conocen el picor en la piel de recibir una imagen poética que les dice exactamente lo que sintieron pero como jamás lo habrían dicho? Yo, por ejemplo, me siento lectora de fisquitos cuando me meto en Twitter y me empiezan a llover tweets de bots de escritoras. Son cuentas que se programan para que de vez en cuando twitteen fragmentos aleatorios de los libros de una autora en concreto. Frases hermosas cayendo como caspas de una cabeza a la que se le rascan los pelos sin cesar. Estos picoteos los solemos entender como puertas de entrada a algo, como descubrimientos de esos libros a los que se les saca un cachito para que ah. Me interesa. Allá voy. Sin embargo, para las fisquitos-lectoras, el estímulo sucede de una forma muy curiosa: la imagen, la sentencia, el mensaje, la sensación… aterriza sobre ellas con todo el peso de la poesía. Si hay poemas bellísimos de un verso o una línea, las oraciones sueltas pueden causarnos el mismo impacto y someternos a la misma profundidad.

Los bots de escritoras se leen como libritos pequeños que de repente aparecen, o como libros que se nos van formando a partir del desorden y la casualidad, y todo eso me parece una celebración muy acertada de uno de los componentes más importantes de la literatura: la frase, la estimulación de unas palabras que se juntan de una manera concreta y ya no dependen de su significado sino de lo que vayan acumulando, como si construyeran un sabor y pudiéramos estar todo el día con la boca abierta y que caigan dulces y dulces en nuestras lenguas ansiosas de leer los fisquitos porque ¿será que leer los fisquitos no es solo un sustituto de la jartada lectora? ¿Será que hay otro valor literario en lo que se descontextualiza y, por lo tanto, se resignifica en cada saliva?

Supongo que así funcionan las citas que se introducen en otros libros, un fisquito para que tu cabeza reciba ese calor repentino de la frase sacada de su lugar y ya puedas enfrentarte a lo demás con ese conocimiento (ese erizamiento) fugaz concreto.

Otras formas de leer así: cuando agarramos un libro y, en vez de meternos pelo y todo en él, vamos pasando las páginas y picoteando cosas. Creo que en esos momentos se contempla la propia vida. Hilando lo que aparentemente no tiene relación, nos aparecen nuestras historias, nuestros símbolos y nuestras fuentes de significado. Porque las necesitamos y salen al rescate. Leer de ese modo es como escribir, un poco, y nos vamos imaginando el libro de una manera y luego nos sorprende muchísimo la diferencia entre lo que habíamos construido y lo que acabamos leyendo cuando jartada. En un rato, gracias a la unidad de la frase, pensamos un libro entero con todos sus detalles y matices. Eso tiene su valor en sí mismo, no solo como sustituto.

¿Y los fisquitos desde las otras? ¿Y cuando otra persona nos cuenta una pequeña idea que sacó de un libro y ya ni siquiera es la frase, entonces es la sensación escondida detrás de otras palabras para que la descifremos? ¿Y todas esas cosas que hemos aprendido de las lecturas ajenas y van con nosotras a todos lados y nos ayudan a vivir y nos emocionan al recordarlas? ¿Y esas escenas que hemos podido imaginar porque una voz amada nos las «renarró» y mira, pues algún día llegaré a ese libro pero por ahora guardo esto que, repito, en sí mismo tiene valor?

Todo esto me hace pensar en cuál es la materia de la literatura, su unidad mínima, si al leer estamos recibiendo un bloque macizo o muchos legos que se nos colocan a todas en sitios distintos y, poco a poco, fisquito a fisquito, nos van añadiendo brazos. Chispas particulares.

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