Opinión

Omar Batista

Consensos para el mañana

Feijoo y Sánchez se reúnen en el Congreso

Agencia ATLAS | Foto: José Luis Roca

La sociedad española vive en un desgaste impropio, un desgaste normal después de tanto tiempo abriendo y cerrando la puerta a diferentes propuestas políticas para el país. Durante muchos meses hemos estado en el sentimiento de que íbamos dirigidos hacia una agenda política conservadora de difícil encaje con el sentido común de quienes no esperan que la política sea algo transformador, sino meramente administrativo. Esta tensión constante ha generado graves problemas en nuestra sociedad. Finalmente los transformadores continuaron por el exceso de quienes dicen que al gobierno solo se va a administrar y controlar el presupuesto.

Ahora que las aguas están calmadas, es una buena oportunidad para hacer veces de la participación ciudadana como herramienta para dar forma a una mayor paz social en el país. El Gobierno necesita escuchar y la ciudadanía necesita hablar. Siempre la ciudadanía necesita hablar.

Un buen ejemplo para entender las dificultades de la transformación sostenida en el país es el estado actual de la monarquía española. Las dudas sobre la institución surgen más por sus faltas que por el acierto de una alternativa que dé luz a que un modelo más democrático para este brazo del Estado haría mejor de nuestra comunidad. Este hoy es un debate vacío en el país, puesto que si algún valor tiene dar forma a un proceso de elección por sufragio popular de la Jefatura de Estado es el florecimiento de un contexto más democrático para el país. Unas voluntades que hoy no tienen reflejo en decisiones comunes de menor altura. No hay una voluntad democratizadora, de bajar las decisiones hacia abajo, ni tampoco un sentir social de participar más allá de lo que dibujan los partidos. Ni siquiera tenemos una tradición electiva de la Jefatura de Gobierno, es decir, de presidente del Gobierno, pues el presidente del Gobierno no es elegido por la ciudadanía directamente, sino a través del voto de la mayoría absoluta del Congreso, es decir, 176 votos a favor de los 350 que tiene la Cámara.

Este es un tema bastante amplio. Ser republicano no es estar en contra de la monarquía. Ser republicano es creer que las decisiones deben ser más comunes, decisiones que tienen que bajar a la tierra, a donde más dificultades hay para decir aquello de que tenemos calidad de vida, allí donde lo común y lo público adquieren un mayor valor para la vida de las personas.

La dulzura con la que vivimos la oportunidad de no estar siempre enfrentados por algo en dos bandos irreconciliables deja a la monarquía con un cómodo lugar en el que esta representarse si sabe mover bien sus entendimientos de la España de hoy.

Algunos desde el gabinete de comunicación de la institución borbona verán con buenos ojos trazar complicidades entre la agenda socialdemócrata que vivimos, feminismos y Corona, como ventana de oportunidad para la legitimación institucional dentro de las lecturas que deja nuestra vida pública para los próximos tres años que nos vienen de gobierno de PSOE y Sumar, enfocando entre detalles la figura bien enfocada de la Reina de España, Letizia Ortiz, hacia un escenario más abierto y perceptible para la ciudadanía.

En estos momentos, el republicanismo participa de la nada, más si cabe cuando las decisiones amplias que nos componen como país no tienen visos de verse en procesos de refrenda pública. Un modelo más democrático, que pudiera tolerar con continuidad la sociedad española, es invisible hoy ante la evidencia de ser tan incapaces de trazar rutas comunes para problemas de tan amplia preocupación y consenso como la mejoría del sistema educativo público, la profesionalización de nuestro modelo turístico, la reducción de la jornada laboral, el aumento del salario medio, la mejora del acceso a la vivienda para los menores de treinta años, nuestra bajísima natalidad o nuestra extrema dependencia de modelos de economía basados en el ocio.

En este contexto, la monarquía tiene una oportunidad de oro para legitimarse ante tanta visceralidad, pues es sin duda su posible evolución más coherente con el funcionamiento de lo político en España hoy, que la apertura que pudiera traer un modelo republicano, el cual necesitaría de la emoción que persigue el querer ser más democráticos.

Debemos avanzar hacia la democratización de decisiones cotidianas, para poder inspirar la necesidad de que la Jefatura tenga un valor político y no hereditario y familiar. España necesita para dar esos pasos del desarrollo de una Ley de Participación Ciudadana, que ponga en valor decisiones comunes a través de procesos de debate mediados, que den mayor racionalidad a nuestro modelo institucional, cada vez más enfocado en aceptar cualquier cosa con tal de que lo que entendemos como el extremo contrario esté bien lejos.

¿Quiere España ser más democrática? Esto es, que los cualquiera decidan más que los alguien. Ojalá seamos capaces en el futuro de coser unas costuras más sólidas para una España más democrática, de la cual por fin vivir con orgullo colectivo su naturaleza. El desarrollo de normas hacia ese camino, y la institucionalización de medidas a favor de la mejora de nuestra calidad de vida y la reducción de las horas del trabajo es fundamental para generar un horizonte de optimismo a favor de la idea de España y la fraternidad de los que aquí vivimos.

Necesitamos excusas para confiar en el común. Comencemos entonces la casa por los cimientos.