Opinión

Cincuenta años sin don Víctor

Portada del libro 'Víctor Zurita Soler'

Portada del libro 'Víctor Zurita Soler' / Amazon

Este 23 de enero se cumplen cincuenta años del fallecimiento de don Víctor Zurita Soler, fundador en 1927, con don Francisco Martínez Viera y don Matías Real González, del diario La Tarde, y su director hasta que murió en 1974. Qué menos que este superviviente de aquella redacción que se esforzó en mantener vivo y limpio su espíritu, el del mejor tinerfeñismo, del que el recordado periodista era espejo, enhebre unas palabras de recuerdo entrañable y de afecto al inolvidable maestro. Porque, además, también está cercana la fecha ¡setenta y cinco años ya! en que comencé a tener relación profesional con él de manera asidua, no como periodista entonces sino como telegrafista.

Apuntaban los convulsos cincuenta y las lacras de la posguerra. Cada tarde, ya anocheciendo, una vez cerrada la redacción del callejón del Combate y el vespertino en los quioscos y con sus fieles lectores, don Víctor, después de la jornada de trabajo en el periódico, con frecuencia agotadora, se encaminaba hacia la alameda del Duque de Santa Elena y subía, peldaño a peldaño, la escalera del desaparecido edificio que hacía esquina a dos calles santacruceras de mucha solera, la de la Marina y la de San José, o Bethencourt Alfonso, al otro lado del Casino, hasta llegar a la sala de aparatos del Centro Regional de Telecomunicación, a su mesa de jefe de Incidencias del turno de noche del servicio permanente. Don Víctor, como don Leoncio y como tantos otros periodistas de su tiempo, tenía que ejercer el pluriempleo para mantener la familia y vivir sin hacerse rico. Un periódico podía ser y era todavía un instrumento poderoso de la sociedad, pero no una empresa rentable.

Fue por entonces, recién incorporado yo como telegrafista al centro de la capital tinerfeña, cuando lo conocí. No tardé en percatarme de su calidad humana y de su profesionalidad. La inmediatez del puesto que con frecuencia tenía que atender y su mesa de trabajo nos daba pie a los dos a breves conversaciones, que para este alevín de funcionario resultaban aleccionadoras. Era parco en palabras, pero lo que decía era preciso, con frecuencia cargado de ironía o escepticismo, y comprimido y mollar como un telegrama. Con diecisiete años, don Víctor había ingresado en el cuerpo técnico de Telégrafos, de élite en aquella época y hoy extinguido, porque ahora un móvil es una estación emisora y receptora de mensajes más rápida, eficiente, personal y segura que aquella parafernalia de aparatos, tendidos aéreos y personal de entonces. Era hijo de otro telegrafista de muy relevante trayectoria, don Amado Zurita Colet, aragonés nacido en el pueblo oscense de Tolva en 1862, que vino a las islas para intervenir en el tendido del cable submarino que unió por primera vez Canarias con el mundo exterior, entre Cádiz y Tenerife, en 1883. Tenerife lo atrapó, se quedó en la isla para siempre y en ella murió en 1930, al cabo de una vida de intensa y densa actividad profesional e intelectual. Excelente escritor, sus artículos de prensa, reflejo de su mucho saber y su vasta cultura, pero también de su enorme preocupación por los graves problemas que pesaban sobre la sociedad insular, siguen teniendo actualidad. Era un avezado, elegante y temido polemista. Como funcionario público de un sector de la Administración en el que la palabra era su sustento, los firmaba con el seudónimo Quijón, para evitar problemas.

Zurita Colet fue el primer jefe de Telégrafos de Icod de los Vinos y en la entonces villa del norte tinerfeño conoció a la joven María del Rosario Soler y Fernández de los Senderos, con la que contrajo matrimonio en 1888. Un año más tarde, en octubre de 1889 logró el traslado por permuta a la estación telegráfica de San Cristóbal de La Laguna, que estaba instalada en el actual edificio en ruinas del Ateneo. En esta casona cargada de historia y de prestigio, hoy sus muros maltrechos por el incendio que sufrió el 4 de octubre de 2019 y a la espera de ser reconstruida, nació don Víctor Zurita Soler el 31 de julio de 1891. Pero don Amado no tardó en ser llamado a funciones de ámbito regional. Fue trasladado al centro capitalino para asumir la jefatura regional de Cables. Con la familia se trasladó a Santa Cruz de Tenerife. Su hijo Víctor, lagunero de nacimiento, creció y se formó en la entonces capital de Canarias. Esta ambivalencia troqueló su carácter, su canariedad, su ser como ciudadano y como periodista, su ver y sentir la isla y las islas todas. Lo captó con mirada de águila su sucesor en la dirección del vespertino, mi inolvidable colega y amigo Alfonso García-Ramos. Afirma Alfonso, que lo conoció bien, que don Víctor «amó a Santa Cruz con locura, y con igual pasión y locura a todas las ciudades y pueblos isleños» y «por La Laguna sintió siempre especial debilidad, no la quería dormida en el pasado, triste y añorante, sino valiente y retadora frente al futuro, con unos derechos y un destino que cumplir en vísperas de un nuevo protagonismo». Hoy se sentiría feliz y contento con su resurgir.

De cuanto realizó don Víctor Zurita, que fue mucho y noble, sobresale como proyecto valiente a la vez que azaroso el diario La Tarde, que no nació como empresa mercantil, pues siempre fue menesteroso en el campo económico, sino como plataforma de rearme moral de la sociedad tinerfeña tras el golpe de 1927. Desde el primer número trazó con firmeza su línea editorial, que mantuvo clara, inequívoca. Luchó para que el vespertino fuera respetado por tirios y troyanos a la vez que temido por muchos. Lo logró con su dirección prudente e inteligente, con su sabia manera de entender el periodismo en tiempos complejos, cambiantes y difíciles, con tolerancia, con el rigor y la habilidad con que sabía administrarla. Los ciudadanos lo estimulaban. Los políticos lo escuchaban y aceptaban sus sabios consejos. Otros, como es comprensible, lo denostaban entre bambalinas. Es bueno recordarlo especialmente hoy, cuando se cumple medio siglo de que su voz se apagara para siempre, pero su ejemplo de periodista comprometido hasta la médula del alma se mantiene vivo y debiera de ser acicate para cuantos, incluso para este viejo escribidor, desde hace muchos años arrumbado en dique seco, seguimos comprometidos con esta asendereada pero hermosa profesión.