Opinión | La opinión del experto

Martín Caicoya

Los carotenoides y el cáncer

Con un estudio de sillón había demostrado que donde más vitamina A se consumía había menos cáncer de pulmón

El de pulmón, es el tercer tumor más frecuente.

El de pulmón, es el tercer tumor más frecuente. / SEMERGEN

Fue después de la cena, la primera creo que celebramos compañeros del instituto. A mi lado se había sentado José Manuel Vaquero. Hacía muchos años que no nos veíamos. Yo acababa de regresar de una larga estancia en Nueva York, donde me había inmerso en la epidemiología del cáncer. Era en lo que trabajaba. Había formado un pequeño grupo gracias a las becas que me había concedido. Las variadas, caóticas y cruzadas conversaciones desembocaron en la relación entre dieta y salud, precisamente lo que estudiaba. Cobraba con fuerza la hipótesis de la vitamina A y los betacarotenos como moléculas con capacidad preventiva. La apadrinaba uno de los grandes Richard Doll, él había certificado la potente relación entre tabaco y cáncer de pulmón.

Con un estudio de sillón había demostrado que donde más vitamina A se consumía había menos cáncer de pulmón. Lo llamo de sillón porque lo que hizo fue comparar el nivel de consumo de vitamina A por países, dato disponible en la FAO, y la mortalidad por cáncer de pulmón ajustada por venta de cigarrillos. La hipótesis tenía fuerza porque la vitamina A es un potente antioxidante y como todo el mundo sabe, la oxidación corroe. Claro, con ese estudio no se sabía si eran los que consumían pocas vitaminas los que más cáncer tenían. Para eso es necesario hacer encuestas dietéticas.

Nosotros habíamos desarrollado una que llamamos NUT, un cuestionario de frecuencias que tenía la capacidad de convertir cantidades en nutrientes. Era el amanecer de los portátiles, se llamaban laptop, porque se podían emplear apoyados en las lap que es el regazo. Con ellos recogíamos toda la información que nos brindaban lo sujetos seleccionados que habían aceptado participar. Nos importaba mucho el consumo de betacarotenos, un precursor de la vitamina A que en su forma original actúa como un carroñero: engloba y anula las moléculas que pueden ser dañinas.

Había fascinantes estudios de laboratorio que demostraban que células a las que habían convertido en cáncer, si se cultivaban en medio rico en betacarotenos regresaban a su fenotipo normal: ya no se amontonaban, ya no producían proteínas anómalas, ya dejaban de ser inmortales. Eso era lo que les conté, un asunto que interesó mucho a José Manuel Vaquero. Me invitó a escribirlo para el periódico. Así comenzó una colaboración que dura hasta hoy, con varias interrupciones.

Pasados algunos años volvimos a vernos y como saludo me mostró las palmas de las manos. Estaban coloreadas de amarillo anaranjado: «Sigo tus consejos». Entonces ya se había desacreditado la mayoría de las hipótesis quimiopreventivas para el cáncer. El mayor revés lo recibió la vitamina A. Varios ensayos clínicos no lograron demostrar ninguna capacidad de evitar cáncer ni de piel ni de pulmón. Lo mismo con los betacarotenos.

En el estudio que habíamos completado nosotros, comparando 200 casos de cáncer incidente de pulmón con 200 pacientes hospitalizados por traumatismo agudo, nuestra encuesta dietética no logró encontrar diferencias en el consumo de vitamina A ni de betacarotenos. Eran los primeros años de 1990 y el entusiasmo por la capacidad preventiva de la dieta se desinflaba.

Los betacarotenos son esos pigmentos que dan la tonalidad amarillenta a las hojas cuando pierden el verdor de la clorofila. El rojo intenso se debe a los antocianos, otra de las sustancias a la que se atribuye capacidad de resistir el viaje mortal de las células hacia el cáncer. Quizá no sea el betacaroteno si no el alfacaroteno el que pueda prevenir el cáncer. A finales de siglo pasado los investigadores que examinan la cohorte de enfermeras americanas a las que siguen desde 1980 publicaron que las que tenían un consumo más alto de alfacarotenos sufrían menos cáncer de pulmón, lo que confirmó el grupo que seguía a una cohorte de sanitrios. Ningunos de los dos encontró capacidad preventiva de los betacarotenos. Otros estudios se seguimiento confirmaron los hallazgos, sobre todo cuando la ingesta es pequeña. En las poblaciones que comen muchas frutas y verduras, principal fuente de carotenos, es difícil encontrar efecto.

Los alfacarotenos se encuentran en vegetales que tienen color amarillento, como los melones franceses (cantalupo), calabaza, naranja, tomate, zanahoria, etcétera, también en el brécol, pero su concentración es mucho más baja que la de betacaroteno. Hay otros carotenoides, como el licopeno. Todos ellos son basureros para los radicales libres, los agentes finales del daño celular. Por qué en varios estudios los alfa carotenos y los licopenos, y no los betacarotenos que son los más comunes, reducen el riesgo de cáncer, quizá tenga que ver con su capacidad de encontrar y anular esos radicales.

Después de tantos años de estudio de la dieta, con inversiones multimillonarias, sabemos muy poco. Es difícil ir más allá de la prudente recomendación de preferir una dieta basada en frutas y verduras frente a una donde los productos animales sean la base, pero no hay pruebas de que haya ni sustancias ni alimentos que algunos llaman milagro.

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