Opinión | Arenas movedizas

El reino de Sofía

Las estrellas del cine y la televisión tienen un extraño poder de seducción sobre el resto de mortales. Sofía Vergara ya ha rebasado ese estatus y pasado al siguiente estadio: la abducción

Sofía Vergara, en el estreno de 'Griselda' en Madrid.

Sofía Vergara, en el estreno de 'Griselda' en Madrid. / EFE

En uno de esos céntricos cines de estrenos glamurosos de la capital me encuentro frente a frente con Sofía Vergara. Frente a frente es un decir, porque entre ella y yo median 40 metros, personal de seguridad, azafatos y azafatas, una enorme puerta abatible y, por encima de todo, una muchedumbre con los brazos en alto agarrando el móvil y tirando carrete. Fotos y vídeos que ninguno de ellos volverá a ver una vez subidos al mundo amable de las redes amables. O al mundo déspota de las redes déspotas.

Sofía ha viajado a España para estrenar Griselda la nueva serie de Netflix que cuenta las andanzas de una jefa de la droga en el Miami de los 70 y 80. Griselda, como Sofía, era colombiana. Arracimados frente al photocall instalado para la ocasión, muchos españoles y un entusiasta puñado de paisanos de una y otra jalean a la actriz al grito de "¡Viva Colombia y viva Barranquilla!". La premiére es una celebración callejera entre el grupo de admiradores de la estrella conocida en España por su triunfal paso por Modern family. Aunque aquí nadie ha venido a hablar de cine ni televisión, sino de la sonrisa de Sofía, de los ojos de Sofía, de la simpatía de Sofía, del vestido de Sofía y, tangencialmente, del resto del elenco que dentro del teatro pisa la alfombra roja y acompaña a Sofía: Alberto Amman, Ernesto Alterio e invitados empotrados como Manolo Solo o Milena Balic.

Sofía Vergara es monarca en un reino portátil que se monta y se desmonta en cada estreno. Cuando intento atravesar la Plaza de Callao, los invitados ya están dentro y la multitud sigue lo que acontece en la alfombra roja desde una pantalla ubicada estratégicamente en el exterior del cine, a imitación de las fachadas pintadas a mano —afiches, les decían— que decoraban en el siglo XX las salas de la Gran Vía y de tantas calles de España con retratos de Sean Connery y Jacqueline Bisset, antes de que Primark o Decathlon conquistaran el espacio a medida que la profesión de acomodador se iba extinguiendo.

Cuando tropiezo con la multitud, decía, la congregación popular de Sofía Vergara todavía está allí, como el microrrelato de Monterroso. El dinosaurio se encuentra dentro del cine. Es fascinante el efecto que los astros del celuloide —en caso de que tal material se siga empleando para hacer películas— producen en seres anónimos como nosotros. Algunos, tal es el caso de la colombiana, han cruzado ya el umbral de la seducción y pasado a la siguiente pantalla, la de la abducción. Con un frío que pela, de la plaza no se mueve nadie a la espera de que se produzca una señal.

La actriz viene de dejar sobre la lona a Pablo Motos, que a esta hora debe de continuar KO con las respuestas de Sofía Vergara a las preguntas "poco precisas" del conductor de El hormiguero. Griselda ha desatado la balacera. ¿Plata o plomo? Y Pablo eligió plomo. Pues plomo. Sofía no da respuestas, percute ganchos de izquierda y vacía el cargador de calibre 50 del Barret. Motos, que parece estar deseando que el realizador arroje la toalla al ring y que acabe el combate, debe de pensar que vive en los tiempos de Rex Reed, aquel miembro destacado del ‘Nuevo periodismo’ que encabezó una entrevista sublime con Ava Gardner —la era dorada del celuloide—, con el título de ¿Duerme usted desnuda?’. Pero ni se trata de la misma época ni el presentador es Rex Reed. A diferencia de la multitud que se agolpa desde la calle en el estreno de Griselda, cree que es él quien tiene el poder de abducir, pero Sofía ya lo había sometido nada más acceder al plató. "¿Y tú, Pablo? ¿Duermes desnudo?", le faltó preguntarle. Qué esperaba. Sofía es nombre de reina.