Opinión | observatorio

Malos tiempos para la lengua

La Administración tiene, por supuesto, un papel fundamental, promoviendo planes de estudio estables en la formación del profesorado y sistemas de acceso con elevado nivel de exigencia, equiparable al de la alta misión del enseñante

Diccionario de la RAE.

Diccionario de la RAE.

Es ya costumbre que próximo el final de cada año la Real Academia Española haga pública la relación de palabras y acepciones que se han ido aprobando en las sucesivas reuniones y que se incorporan en la última edición de su diccionario, hecho que es una prueba más de que nuestra lengua está viva, pues esta información lexicográfica que muchos interpretan como una graciosa concesión académica es, por el contrario, parte de su obligación institucional de actuar como fedataria de los cambios que se van produciendo por diferentes motivos en su seno, sobre todo en el léxico, porque es el nivel en el que es más evidente la evolución, pues en él se reflejan los cambios de una sociedad también dinámica y cambiante. De este modo, se incorporan palabras que hacen referencia a nuevos conceptos, descubrimientos y realidades, que se han ido verbalizando según distintos procedimientos previstos en el sistema lingüístico, y, aunque el recurso más conocido sea el del préstamo (voces tomadas de otras lenguas), como cookie, bracket, banner, por ejemplo, (obsérvese que en el diccionario se lematizan en letra cursiva, para indicar su carácter de voz no integrada totalmente en el idioma), lo más natural es que los neologismos se formen por medio de procedimientos propios como la derivación y la composición, son los casos de los verbos ficcionar, hormonar, oscarizar, pixelar, o de sustantivos como implantología o sinhogarismo. Se observará, también, que son voces ya existentes, pero que la Real Academia registra y define por primera vez, de acuerdo con el criterio de la mayoría hispanohablante que las ha utilizado y continúa utilizándolas con formas y sentidos muy precisos.

Y hasta aquí la buena nueva, porque, exceptuando las magníficas creaciones de nuestros escritores, de los mensajes de los excelentes periodistas y de los buenos y responsables usuarios del idioma, la realidad no parece tan halagüeña, por más que el número de hablantes del español aumente más y más, día a día. Y no por la lengua en sí, sino por el uso que se hace de ella cuando se desprecian las normas que aseguran la correcta descodificación de los mensajes y se prefiere la zafiedad antes que la armonía y el buen gusto que bien merece una sociedad que se supone poseedora de una larga y rica tradición cultural. Pues, si como es criterio compartido por muchos filólogos la lengua viva está reflejada en los medios de comunicación, una sencilla muestra tras la lectura de un diario de un solo día, como en este ejemplo, nos arrojaría resultados desalentadores: sin entrar en el terreno de los significantes, el nivel semántico se nos revela bastante triste y oscuro: «Israel derrota a Hamás»; «Hay detenidos entre quienes planeaban un atentado terrorista», y leemos y escuchamos cómo nuestros representantes públicos se intercambian calificativos nada edificantes con consideraciones tales como las de «miserable» y «escoria». Imputación, corrupción, malversación, polarización, precariedad, marginalidad son algunos de los sustantivos abstractos que aparecen junto a otros concretos como recortes, víctimas, macarras, violadores... En el otro extremo, en el del refinamiento, nos sorprendería la cursilería extranjerizante de que hacen gala los publicistas que en nuestro hispánico entorno anuncian artículos de lujo en inglés y en francés: 20 years of for her, La vie est belle, The new fragance, Indulge in the luxury of India… Supongo que algo podría regularse en relación con el lenguaje publicitario ―creo que ya se hace en el ámbito de otras lenguas― para evitar estos mensajes desconcertantes con los que se pretende transmitir una idea de exotismo y exclusividad que, según creen, no pueden llevarse a cabo con nuestra propia lengua. ¿O es que no es el español una lengua de prestigio?

Y yo, que me he declarado defensor del uso de todas las lenguas españolas en el Parlamento, partidario, también, de su promoción en los ámbitos académicos, confieso que no acabo de entender el recurso del bilingüismo alternante que están utilizando en sus intervenciones algunos políticos vascos, catalanes y gallegos: fragmentos en español, fragmentos en catalán; frases es eusquera, frases en español... Me resulta una verbalización artificiosa de sus discursos que poco contribuye a la finalidad que justifica la norma sobre el uso de cualquiera de las lenguas del Estado, pues en buena medida desconcierta a la audiencia y dificulta, creo yo, el delicado y comprometido trabajo de los intérpretes.

Todo esto no es más que la señal de una deficiente educación idiomática, y es la hora en que han dejado de silenciarse las críticas que vienen haciéndose oír con más frecuencia y mayor intensidad en los últimos tiempos en relación con ciertos problemas relacionados con la enseñanza en general y de la lengua en particular, como la excesiva burocratización del sistema, la irrupción descontrolada de las nuevas tecnologías, la pérdida de autoridad del profesorado y la cambiante regulación normativa. Los bajos resultados del informe PISA (el Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes) ha sido uno de los últimos aldabonazos que ha movido las conciencias de tantos profesionales, que contemplábamos inermes cómo se deterioraba un recurso como el de la Educación, absolutamente imprescindible para la conformación de una sociedad libre, culta y democrática.

Injusto sería no reconocer los avances que se han producido, empezando por la escolarización universal, la atención a la discapacidad, la integración de los inmigrantes y el pleno reconocimiento de la diversidad; sin embargo, como decía, no parecen ser totalmente satisfactorios los resultados en los aspectos específicamente académicos, pues los niveles en cuestiones fundamentales como la comprensión lectora y la expresión oral y escrita continúan en permanente descenso. Es preciso, pues, indagar sobre las causas de tan preocupante situación que empieza a anquilosarse y hasta aceptarse como un mal menor en esta sociedad en que nos ha tocado vivir.

Para no entrar en mucho detalle, me permito hacer una serie de recomendaciones generales avaladas por mi propia experiencia de cincuenta años de docencia en todos los niveles de la enseñanza. Y empezaré por uno de los agentes principales del proceso de enseñanza-aprendizaje: los docentes. Propondría, en primer lugar, exigir como condición sine qua non para el ejercicio de la profesión poseer una actitud positiva y la voluntad de ser enseñante, condición que no es otra cosa que la vocación docente; vocación que presupone la capacidad para motivar al alumnado, haciéndole partícipe de la pasión y el interés que uno siente por lo que enseña, y que lleva aparejada, además, la permanente preocupación de perfeccionamiento y actualización.

La Administración tiene, por supuesto, un papel fundamental, promoviendo planes de estudio estables en la formación del profesorado y sistemas de acceso con elevado nivel de exigencia, equiparable al de la alta misión del enseñante. En el caso de la Lengua Española, es urgente fortalecer su presencia en las facultades de Educación, en las de Periodismo, en los grados de magisterio y en los másteres relacionados con la enseñanza. Hay que contar con la realidad de que los alumnos que llegan a la universidad y aspiran a ser docentes no poseen lo conocimientos necesarios como para afrontar con éxito unos estudios de didáctica de una materia que, en muchos casos, se desconoce; no puede haber una buena formación didáctica sin unos conocimientos superiores de una materia. Las didácticas se están imponiendo en perjuicio de los conocimientos, que, equivocadamente, se dan por tenidos. Dicho en otras palabras, en cuestión de Lengua y Literatura en particular, la formación de los egresados de las facultades de educación es a todas luces mejorable.

En similar razonamiento, cabe argumentar parecidos motivos por los que los alumnos de primaria y secundaria no llegan a adquirir los conocimientos necesarios para conseguir las competencias que se consideran adecuadas a su nivel. Y ya está todo dicho: conocimientos y competencias se exigen mutuamente, no pueden conseguirse unas sin los otros.

Responsabilidad de la Administración es también controlar la cantidad y calidad de los recursos, pues el descontrol en el uso de los recursos digitales de ayer está teniendo funestas consecuencias en los resultados educativos de hoy. De igual modo, es preciso recordarle al docente que el libro de texto es solo un recurso y no el único, y también a la Administración, que debería contar con un control de calidad que garantizara el rigor y la objetividad de lo que en ellos se expone.

Recientemente, la Real Academia Española ha elaborado un informe, bastante exhaustivo, sobre estos asuntos: La enseñanza de la lengua y la literatura en España, con especial atención al uso, el conocimiento y el aprendizaje del español, cuyo contenido, salvo en algunas cuestiones puntuales, comparto, por lo que recomiendo su lectura a todos los interesados en cuestiones de la enseñanza de la lengua. Pero me ha sorprendido que, según leo en la prensa, los responsables del Ministerio de Educación no lo han recibido de buena gana, antes bien, parece que han optado por una actitud, si no de rechazo, sí a la defensiva: no terminan de aceptar la crítica de que la ley promueve reducir la tasa de repetición disminuyendo el nivel de exigencia (¡esto nadie lo duda!); o la imposibilidad de llevar a cabo una enseñanza por competencias sin unos conocimientos previos, conocimientos que habrán de poseer los docentes y que, junto con los procedimientos didácticos adecuados, adquirirán en los estudios de grado y máster correspondientes.

En fin, mucho queda por hacer en defensa de nuestro idioma. En el ámbito extraescolar y extraacadémico, convendría elaborar normas que privilegiaran a la Lengua Española (y a las otras lenguas de España) frente a la presión colonizadora de otras lenguas, esta vez introducidas por quienes nos visitan, y a quienes deberíamos darles nuestra calurosa bienvenida en español, y mostrarles nuestra rica gastronomía en los menús de los restaurantes en español, que la señalética se presente en español y que, en definitiva, consiguiéramos interesarlos por nuestra lengua y nuestra cultura. He leído que ya hay localidades en Canarias en las que el español es la lengua minoritaria y hay ya quien se pregunta si el español seguirá siendo en el futuro la lengua más hablada en muchas zonas del territorio insular. No quiero pecar de catastrofista, pero siempre es mejor prevenir, si es que nos interesa de verdad este tipo de prevenciones, para preservar lo que nos identifica con nuestra tierra y con nuestra gente.

Reconozco que el tema de este artículo no está muy en consonancia con el jolgorio y la alegría del momento, como tampoco lo está la realidad que se vive en muchas partes del planeta, pero así y todo, con mi corazón plagado de contradicciones, les deseo una Feliz Navidad.

Suscríbete para seguir leyendo