Opinión | Retiro lo escrito

El desafío de la productividad (3)

Visita de Fernando Clavijo a las nuevas instalaciones de 3 Doubles Producciones

Visita de Fernando Clavijo a las nuevas instalaciones de 3 Doubles Producciones / Carsten W. Lauritsen

Entre las patologías de la descendente productividad canaria está también al absentismo, la temporalidad laboral, los estrechos márgenes de ganancia entre la mayoría de los productores y los sueldos bajos. También en el sector servicios, donde la productividad es más baja que en la agricultura o la industria, todavía por debajo que en 2019. Si se compara Canarias con otras regiones insulares (Córcega, Madeira, Azores, Islas Jónicas) obtiene peores puntuaciones en calidad e imparcialidad de servicios. Es necesario que el turismo canario –indispensable como motor económico durante los próximos treinta años– viva su propia reforma, relacionada con la mejora de las condiciones laborales, la limitación del consumo de recursos y la sostenibilidad. Cuantitativamente ya se ha llegado al límite. Turismo con mejor prestación de servicios, turismo más calidad y que sepa encontrar colaboraciones inteligentes con otros sectores productivos, como el agrícola y ganadero, turismo que no consuma más territorio. No demonizar a la industria turística pero tampoco mantener una cultura política que la consagra como solución económica intemporal y sin costes externos. Los tiene y no siempre son neutralizados por los beneficios.

Por supuesto que muchas de las medidas que deben tomarse para una mejora continuada de la productividad de la economía canaria exceden las competencias autonómicas actuales. Por ejemplo, el modelo de gestión de las universidades públicas, que es directamente un horror. Ninguna de las cincuenta mejores universidades del mundo –públicas o privadas– se gobierna según el vetusto modelo de la universidad pública española, en la que la comunidad universitaria elige a un señor o una señora que encabeza un equipo de gestión –salido igualmente de una lista electoral – tenga o no tenga poca o mucha experiencia en gestión de empresas o en buscar financiación externa. Y las universidades (publicas) no suelen tener precisamente un equipo de economistas, gerentes y administradores especialmente competentes entre sus muros, por no hablar del control tribal de departamentos, las luchas cainitas, el asfixiante papeleo burocrático. Es una catástrofe cotidiana que convierte en realmente milagrosos los buenos profesores y la buena investigación que, pese a todo, pueden encontrarse en las universidades canarias, cuyos centros han optado por buscarse la vida pero que, incluso para eso, no cuentan con las herramientas necesarias. Cuando más del 40% de las plazas son de profesores asociados –un índice altísimo de precariedad– ¿qué calidad docente se puede esperar?

En todos los casos de una sociedad con un sistema económico deficientemente productivo – y de una frágil complejidad -- se extiende una percepción cada vez más generalizada. La percepción de que casi nada funciona bien. La pesadilla de que la chapuza nos persigue por todas partes y que nuestra propia vida es una creciente chapuza en sí misma. Uno intuye que esa sensación se ha popularizado en Canarias durante las últimas décadas. Pero no conviene engañarse. Muchísima gente ama la chapuza. Muchísima gente no está dispuesta al esfuerzo de corregirla, de vivir de manera más exigente, de perder su zona de confort empresarial, funcionarial, académica. El enredado y arriscado esfuerzo de enderezar la productividad canaria, que transversalmente exige cambios en múltiples espacios sociales, administrativos y económicos asusta a los políticos. Porque poner luz, orden y limpieza en este gallinero puede llegar a tener un coste político terrible para el que pretenda asumirlo realmente como objetivo estratégico. Porque en el fondo el líder político que se atreviera a impulsar este cambio estructural estaría fortaleciendo a una sociedad civil frente a su propio poder y capacidad de influencia. No parece demasiado verosímil. Y sin embargo es absolutamente imprescindible.

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