Opinión | Retiro lo escrito

El fin

La líder de Sumar, Yolanda Díaz, con la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, en la campaña del 23-J.

La líder de Sumar, Yolanda Díaz, con la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, en la campaña del 23-J. / EFE

En las elecciones generales del pasado julio Sumar perdió un 18,2% de los votos que tres años y medio antes habían conseguido la coalición entre Unidas Podemos, Más País, Equo y Compromís. Perdieron siete diputados y quedaron por debajo de Vox. Ya en los comicios de abril de 2019 Unidas Podemos extraviaron la friolera de doce diputados y pasaron de 45 a 33 escaños. Y muy pocos recuerdan que la novedad política liderada por Pablo Iglesias se plantó con 69 escaños en 2015 y luego 71 tras pactar con Izquierda Unida. Podemos era hace años un juguete roto, una fuga de decepcionados, una ocurrencia fallida antes que una política madura. Paradójicamente llegaron al Gobierno en 2019, cuando se agudizaba su debilidad, cuando empezaba a cuartearse. Y gracias a ese milagro la marca pareció revitalizarse. Algo muy parecido ocurrió en varias comunidades autónomas y ayuntamientos capitalinos. Incluida Canarias. Unidas Podemos había perdido un chorro de votos –y vivido varias purgas– en las tres últimas elecciones. Y de repente en julio de 2019 pacta con el PSOE y NC y entra en el Gobierno de Canarias. Y una vez dentro –en Canarias y en Madrid– siguieron cometiendo una ristra de errores cada vez más grotescos, más incorregibles, más tristes, solitarios y finales.

Errores tanto tácticos como estratégicos. La destrucción de la democracia interna, con señales anteriores, desde luego, pero que se evidenció en la renovación reglamentaria de Vistaalegre II. Las luchas intestinas por un lado y la incapacidad de encontrar un modelo horizontal para la federación de partidos, plataformas y grupos realmente democrático y participativo por otro. La velocísima oligarquización de la dirección bajo un caudillismo –el de Pablo Iglesias– que se pretendió prolongar incluso después de su dimisión como secretario general y su salida del Gobierno. Unidas Podemos era ya el pablismo, carne y espíritu de la revolución pendiente, porque nadie resultaba más listo, ni tenía tanta lucidez, ni había leído tantos libros ni visto tantas series de televisión como Iglesias. Y fue Iglesias quien a dedo, sin una puñetera consulta a las bases bovinas, designó a Yolanda Díaz como su sucesora en la Vicepresencia (segunda) del Gobierno de Pedro Sánchez. Lo hizo por dos motivos: porque no quería nombrar para la púrpura a nadie de Podemos, salvo a una persona, y esa persona no podía serlo, porque era su mujer. Sin duda estaba convencido de que con Yolanda se podía pactar razonablemente un nuevo proceso de reconstrucción de la izquierda, porque la evolución electoral iba de mal en peor.

Díaz diseño y desarrolló su propia estrategia, cuyo principio rector consistía en que la lideresa, es decir, la pastora de la izquierda entera y verdadera, es ella. Jugaba a ser una currante fashion en blanco y rojo, una izquierda rubia teñida de cursilerías ñoñas, y se sacaba fotos en revistas de moda y al mismo tiempo escribía un prologuito para el Manifiesto Comunista. En medio subía el salario mínimo interprofesional y le minaba el terreno a los podemitas más renuentes a la resignación de sumarse a Sumar. Obvió a Belarra y dejó caer a Irene Montero en su pozo insondable de soberbias y estupideces. Cuanto más caía Montero más cara de víctima propiciatoria ponía. Víctima de los amigos cuarentones del presidente, víctima de una prensa reaccionaria y heteropatriarcal, víctima de jueces ultraderechistas que no sabían ni querían aplicar correctamente su hermosa ley. Díaz solo tenía que dejarla hacer como víctima de su impericia política y su venenoso ensoberbecimiento.

Porque en último extremo todo era lo de siempre: la lucha por el poder y el simular un izquierdismo que ya no era ni una retórica más o menos presentable. La política en asociaciones de vecinos, en las universidades, en empresas o talleres, en los espacios públicos no institucionalizados, se abandonó absolutamente. La realidad se transformaría a golpe de twitter. No hubo interpretación ni mucho menos asunción de responsabilidades por los resultados de las elecciones autonómicas y locales de mayo. Con su salida al grupo mixto los cinco diputados de Podemos (incluida Noemí Santana) sellan un fin de etapa de la sufrida e insufrible izquierda española. Podemos, que quiso asaltar los cielos, está ya criando malvas, enterrada fraternalmente por los profesionalizados parias de la tierra, de culo, patética legión.

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