Opinión

Pilar Ruiz Costa

Dos hombres en bicicleta

Dos hombres en bicicleta

Dos hombres en bicicleta / El Día

Una noche de 2015, dos estudiantes suecos de postgrado en la Universidad de Stanford, California, se dirigían en bicicleta a una fiesta de fraternidad. Carl-Fredrik Arndt y Peter Jonsson descubrieron a otro estudiante violando a una mujer inconsciente. Al increparlo huyó, abandonándola semidesnuda entre unos contenedores de basura. Uno fue hacia ella dudando si estaba viva y el otro corrió tras el agresor, lo derribó y lo retuvo hasta que llegó la policía. El agente testificó que uno de ellos apenas podía hablar del llanto por lo que acababa de presenciar.

El verdadero nombre de ella no se supo hasta años después, pero Emily Doe –el seudónimo utilizado en protección de víctimas–, una estudiante de literatura hija de una inmigrante china, recobraría el conocimiento horas después en un hospital, sin entender cómo había llegado allí y por qué no llevaba su ropa interior. Él, Brock Turner, un estudiante-atleta que aspiraba a ingresar en el equipo olímpico de natación, de buena familia, rubio y de ojos azules, fue puesto en libertad ese mismo día después de pagar una fianza de 150.000 dólares.

Durante el juicio Emily Doe tuvo que responder a preguntas como «¿Qué llevabas puesto? ¿Cuánto bebiste? ¿Solías ir a fiestas de fraternidades? ¿Vas en serio con tu novio? ¿Eres sexualmente activa con él? ¿Le has sido infiel?». Nada, absolutamente nada nuevo bajo el sol. Es más de lo mismo en el caldo de cultivo de la cultura de la violación que la propia ONU Mujeres califica de omnipresente. Si trascendió esta violación entre las miles que se denuncian —y las miles que se callan— cada año, fue por una declaración que ella le dedicó a él durante el juicio, tan poderosa que fue replicada por muchos medios y que arrancaba así: «Tú no sabes quién soy, pero has estado dentro de mí. Y por eso estamos hoy aquí». Fue leída por once millones de personas en cuatro días.

El padre de Turner respondió con otra carta argumentando que una pena de cárcel supondría para su hijo «un alto precio a pagar por 20 minutos de acción». «Su vida nunca será la que soñó y la que trabajó tan duro para lograr. Brock siempre disfrutó de ciertos tipos de comida y él mismo es un muy buen cocinero. Siempre me emocionaba comprarle un chuletón grande o su filete favorito. Ahora come solo para subsistir».

Y aunque los doce jurados lo declararon culpable, los 14 años que enfrentaba acabaron en seis meses porque, según el juez responsable del caso: «Una pena mayor sería contraproducente para la formación del acusado». Tres meses de prisión después, fue puesto en libertad.

90.000 firmas pidieron la destitución del juez Persky, que fue rechazada por el defensor público del condado alegando que era fruto de la histeria sobre la sentencia Turner. Otros 70 defensores advirtieron que la petición de destitución había provocado sentencias más duras que no hacían más que acrecentar las disparidades raciales existentes. Es decir, aunque la campaña de destitución era una protesta sobre el privilegio de los blancos ricos, los incrementos de penas cayeron de manera desproporcionada –como siempre– sobre negros e hispanos.

Fue el propio juez el que pidió abandonar la primera línea después de que miembros del jurado se negaran a participar en otros juicios si él los presidía. Standford prohibió que Turner volviera a poner un pie en el campus y USA Swimming, el organismo rector nacional para la natación competitiva en Estados Unidos, lo vetó como miembro.

Turner trabaja ahora en la cadena de control de calidad de una fábrica. Emily Doe publicó un libro: Know my name (Conoce mi nombre), tras años en que en los periódicos se refirieran a ella como víctima o mujer inconsciente. Se llama Chanel Miller.

«Dijiste quiero mostrarle a la gente que una noche bebiendo puede arruinar una vida. Arruinar una vida. Una: la tuya. Te olvidaste de la mía. Déjame reformularlo: quiero mostrarle a la gente que una noche bebiendo puede arruinar dos vidas. Tú y yo. Tú eres la causa; yo soy el efecto».

Porque sí, aunque parezca mentira, hay dos maneras terriblemente opuestas de leer esta historia: en una, la víctima es la mujer violada y el responsable, su violador. En la otra, dos suecos arruinaron la vida de un prometedor muchacho, total, por «veinte minutos de acción».

En los primeros seis meses del año se han denunciado en España 9.560 delitos contra la libertad sexual. 2.307 son por agresión sexual con penetración (229 más que el mismo periodo del año anterior). Y aunque soy de las que creen, ¡necesito creer!, que se debe a que estamos perdiendo el miedo a ser doblemente víctimas; a que hay ya una creciente e imparable conciencia social, ¡a que cada vez hay más desconocidos en bicicleta!, por otro lado, una reciente encuesta sobre juventud señala que uno de cada cuatro hombres jóvenes (el 23,1%) considera que la violencia machista «no existe o es un invento ideológico», casi el doble que el 12% de 2019… y se me encoge el corazón.

@otropostdata

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