Opinión | EL RECORTE

Infectados

Ha dicho el doctor Pedro Sánchez, después de auscultar la política española con el fonendoscopio de su aguda inteligencia, nada sectaria, que el PP está bichado por la ultraderecha. Concretamente, «que se ha dejado parasitar», aunque no ha aclarado si ha sido por vía intestinal.

El diagnóstico de nuestro afamado tocólogo político se contradice con el hecho de que el PP no para de subir en intención de voto mientras que la ultraderecha baja. Deben ser los anticuerpos gallegos, que están combatiendo las bacterias. O el antibiótico de Díaz Ayuso, que se lleva por delante las salmonellas y pseudomonas, incluidas las suyas propias.

La idea de una España enferma se manejó en la generación del 98. En aquel melancólico y decadente ocaso de los restos imperiales y el atardecer de de un país que había perdido demasiados trenes: desde el de la Ilustración al de la democracia. Ortega y Gasset tituló uno de sus insoportables libros La España invertebrada, para sentenciar que como nación aún estábamos a medio hacer. Para él la solución estaba en más Europa y no en «más España», que era la opción preferida de los cristianos viejos, como Menéndez Pidal, que deploraba las «bochornosas republiquitas» catalanas o vascas.

El doctor Sánchez ha egresado en la metáfora de la España enferma. Pero para él no es toda la nación la que padece una dolencia, sino solamente la mitad. Justo la mitad de los españoles que no le vota. La que no opina como él, porque está infectada por la bacteria maligna de la ultraderecha. Además de cabreo, la infección produce delirios, como por ejemplo imaginar que la declaración de independencia de Cataluña o el País Vasco, para convertirse en republiquitas soberanas, son una manifestación de la ruptura de España. Nada de eso. El doctor Sánchez asegura que la aprobación de la Ley de Amnistía va a producir «un país más cohesionado, con más convivencia y más unido que nunca». O sea, mucho mejor que el de ahora, que está partido en dos solo con el anuncio de la ley.

No tranquiliza mucho que el doctor Sánchez haya puesto de ejemplo a su colega Zapatero. Aquel que diu que aceptaría el estatuto de autonomía que le escribieran los catalanes sin cambiar ni una coma. Luego pasó lo que pasó. Que llegó el Tribunal Constitucional y se cargó la mitad del estatuto. Con Zapatero se pegó España una castaña colosal, que la arruinó hasta las trancas. Pero ha aprendido mucho de sus doradas experiencias en la revolución bolivariana de Maduro, esa democracia liberal donde los opositores se suicidan arrojándose esposados desde las ventanas de los edificios de la policía. Mueren, pues, totalmente sanos, es decir, sin estar infectados por el virus de la ultraderecha.

España no se rompió con los indultos a los presos políticos catalanes. Ni con la reforma del Código Penal para eliminar la sedición. Ni se romperá con la amnistía. Ni con el referéndum. Ni con la independencia de Cataluña y el País Vasco. Son imaginaciones. Delirios. O sea, una infección.

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