Opinión | El recorte

El Estado de la cosa

Feijóo durante su intervención en la manfiestación de este domingo en Madrid.

Feijóo durante su intervención en la manfiestación de este domingo en Madrid. / EP

El PP fue el partido vencedor en las pasadas elecciones generales del 23 de julio. Sin duda alguna. Una amarga victoria, porque no logró reunir los apoyos suficientes para investir presidente a Alberto Núñez Feijóo. Fin de la historia. A partir de ahí se puso en marcha lo que Ángel Víctor Torres llama, acertadamente y con mala leche, un «pacto de perdedores». O sea, una mayoría parlamentaria formada por la suma diferentes partidos que no ganaron las elecciones, pero que se unen para gobernar. Cosas que tiene la democracia.

¿Es legítimo pactar para formar gobierno? Sin duda. Cuando el conejo desrisca la perra es cuando esos pactos afectan a la estructura institucional de la propia democracia. Un acuerdo de partidos –exagerando– no puede disolver las Cortes y promover una dictadura. Ni puede exterminar a los jueces, aunque muchos chorizos les aplaudirían con las orejas. Ni pueden repartirse las reservas de oro del Banco de España. Hay límites a los pactos entre partidos que no se deben traspasar. Y la gran cuestión de ahora mismo es determinar si Sánchez lo ha hecho con la amnistía, forzado por las exigencias de los independentistas catalanes.

El actual presidente es un superviviente nato con fresas. Y a base de salirse de las tumbas ha terminado batiendo su propio récord. Ha llevado al PSOE hasta las fronteras de un universo desconocido, adentrándose en la tenebrosa oscuridad de pactos que ponen en riesgo la integridad del actual modelo de Estado. La Ley de Amnistía, que es el precio a pagar a Puigdemont y los suyos, es la mayor osadía que jamás ha protagonizado un político en este país, si exceptuamos las reformas de Adolfo Suárez para cargarse los restos del franquismo.

El que en pocas horas será nuevamente presidente de España es el que dijo que los hechos del primero de octubre en Cataluña eran delito de rebelión, el que afirmó que traería a Puigdemont agarrado por las greñas para ponerlo ante los tribunales españoles de Justicia, el que dijo que no habría indultos y que no desaparecía la sedición, el que aseguró muy serio y muy grave que no habría amnistía… Esa misma persona dice ahora que lo hace por el bien de todos y por darle solución a Cataluña. Me gustaría darle credibilidad, pero ya no le queda.

Alberto Núñez Feijóo se ha puesto a liderar la indignación callejera y, de paso, la institucional. Es lógico y es humano. Pero tendría que plantearse otra cosa bien distinta. Si lo que le interesa es España y no su destrucción, el camino no es la algarada. Es una comparecencia en la que diga que el PP se va a abstener en la investidura. Una medida que haría innecesario el pacto y la amnistía. Que haría desaparecer la fuerza del chantaje.

Un acto así haría muy grande a la oposición y muy pequeños a los oportunistas. Un ofrecimiento así sería otra osadía. Una ruptura con lo convencional. Un hito en nuestra democracia. Algo bueno. Tal vez sea por eso, y especialmente por lo último, por lo que nunca se hará.

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