Opinión | Retiro lo escrito

Llegar al fondo

Cientos de personas aclaman a Javier Milei.

Cientos de personas aclaman a Javier Milei.

La tentación de refugiarse bajo la cálida manta de las simplificaciones es (supongo) irresistible. Por eso podemos leer en grandes periódicos titulares como el siguiente: «Argentina elige presidente bajo la amenaza de la ultraderecha». Bueno. Primero: la ultraderecha –si se refieren a Javier Milei– no es una amenaza en las urnas, sino una de las opciones que tienen los electores a su disposición. La Libertad Avanza es una amenaza solo desde la óptica de quien puede perder el poder. Segundo: me parece, sinceramente, que aquí no se entiende la asqueada ira de los argentinos –especialmente en las grandes ciudades– hacia una clase política que ha destrozado el país: una cólera que no tiene cura, una frustración histórica, una humillación insoportable que les inflige una cuerda de ladrones que ríen mientras los devoran. Argentina es hoy un conjunto de ruinas carcomidas por la ineptitud, la corrupción y la delincuencia que milagrosamente se mantiene (todavía) en pie. Unión por la Patria, el kirchnerismo pútrido y agotado en compañía de socios menores, ya ha demostrado en la calle ser una auténtica amenaza. Una amenaza cumplida en los últimos cuatro años. A los que le asombra que Sergio Massa, siendo el ministro de Economía en un país arruinado, hambriento y descabalado, siga mostrando una intención de voto de más del 30%, solo se les puede responder que le votan los subsidiados por puro terror existencial. Massa les horroriza, pero temen que si los neokirchneristas salen del poder sus sucesores les quiten los viáticos –subsidio de desempleo, bonos sociales, gratuidad de transporte– que les permiten sobrevivir, siquiera miserablemente. Llamar a Alberto Fernández, a Cristina Fernández o a Massa políticos de izquierda no es una broma, sino un oprobio. El escándalo protagonizado por Martín Insaurralde, jefe del gabinete del gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires, no es el ejemplo más escandaloso de los últimos años. Un crápula que gana 3.000 euros mensuales se va de vacaciones navegando por el Mediterráneo en un yate cuyo alquiler cuesta más de 8.000 euros diarios bebiendo champán y devorando caviar de beluga con una modelo en la proa y relojes de oro en la popa. ¿Y Julio Rigau, un simpático legislador de la provincia bonaerense, al que le encontraron 48 tarjetas de crédito de imaginarios funcionarios públicos? Los ejemplos son interminables. En realidad son interminables desde hace veinte años, cuando la ciudadanía argentina, después del trauma del corralito, decidió confiar de nuevo en toda esta inmunda patulea peronista, solo con un paréntesis, la presidencia de Mauricio Macri, que no supo o no quiso desmontar ni las prácticas mafiosas del empresariado argentino ni los mecanismos de cooptación y corrupción en administraciones públicas tratadas y explotadas como botín de guerra de los vencedores electorales. Ni controló la inflación, ni evitó la caída del PIB ni supo enfrentarse con el súbito aumento de la pobreza y el desempleo.

Los argentinos están hartos. Incluso están hartos de purgar sus culpas. La culpa de considerar su patria tan indestructible que podían votar a cualquiera cuando han podido votar. La culpa de confiar hasta el delirio religioso en uno de los populismos más dañinos que ha circulado por Latinoamérica y que se ha reencarnado en sucesivos payasos durante décadas. La culpa de alzarse contra militares estúpidos y deshonrosos gritando, exigiendo, «Ladrón o no ladrón, queremos a Perón». La horrible culpa de la víctima que sufre una dictadura que fue más cruel, sórdida y sanguinaria que la chilena, la peruana, la brasileña o la boliviana. Después de este quilombo indescriptible que se ha extendido durante generaciones nadie está dispuesto a dar una oportunidad a una propuesta que les transmita que harán falta veinte años para recuperar el país y refundar la república democrática. Para la desesperación infernal está Milei. Es la última milla del largo camino a la perdición. Ayer ganó las elecciones. Un poco de ánimo, argentinos: están ustedes a punto de llegar al fondo de la desesperanza.

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