Opinión

Escapar de la pequeñez

Número de octubre de Viajar.

Número de octubre de Viajar.

Hay tantas personas a las que no les gusta viajar. No consigo entenderlo. Con la salud por delante, viajar es la única cosa que deseo hacer mientras pueda, salir lo más lejos posible de mi entorno, hablar otros idiomas, conocer diferentes culturas y formas de vida, disfrutar de un mundo cada vez más y mejor conectado. Es oxigeno, conocimiento y consciencia de la falsa realidad en que vives. Los pequeños y grandes problemas, hasta esos dolores o molestias, durante unos días causan menos pesar. El mundo es mucho más que los límites que nos empeñamos en ponerle, y hay un océano de posibilidades por explorar, de maneras de sentir. No te das cuenta de lo pequeño que es tu círculo hasta que no lo comparas con la ristra de oportunidades que brinda el exterior. Esas pequeñas corrupciones, esas triquiñuelas para ahorrar cuatro euros, ese destacar por ser el tonto con más suerte de tu capital o que mejor supo hacer la reverencia en su momento… Qué pequeñito es todo, qué ridiculez.

¿Sabían que es posible hacer una obra que no se eternice seis años más del tiempo en que fue presupuestada? ¿Han oído hablar de andamios que no tienen por qué ser amasijos de hierros y que podrían ser blancos y bonitos, incluso con leds? Existen. Los he visto. También he visto muelles viejos que se reconvierten en espacios verdes por los que pasear y hasta vivir. O edificar un recinto para conciertos. Casitas pequeñas que conviven con edificios altos. Personas que hacen deporte en parques llenos de árboles, o al borde del mar. En efecto, hablo de zonas degradadas y feas que un día florecen porque hay planificación urbanística y personas con deseos de poner su tierra a funcionar. Hay calles que no huelen a meados, sino a detergente, por las que pasan camiones y cubas restregando el suelo para limpiarlo.

Lo mismo que existe la pequeñez también existen otras realidades. El tamaño y la grandeza de una ciudad la mide la conciencia de su propia historia y del lugar que ocupa en el mundo, pero también del que quiere ocupar. Son los sitios en que blancos, negros, orientales, hispanos, se funden bajo un mismo sueño de libertad, oportunidades y trabajo. Son más grandes aquellos sitios en que no se señala ni se mira al diferente, en el que nadie se preocupa de si caminas torcido o derecho, si has salido a pasear en cholas de levantar o prefieres dar tu más pulcra imagen. Donde puedes sentir el inmenso placer de ser anónimo pero también el deseo de dar lo mejor de ti para triunfar. Me enorgullece sencillamente no tener conciencia, desde hace mucho tiempo, de lo que supone ser de una u otra nacionalidad en modo fanático, sino sentirme profundamente chicharrero, tinerfeño y canario porque este es el lugar en el que nací y vivo. De la grandeza de ser español y de pertenecer al hermoso y variopinto colectivo de hispanohablantes. Lo triste es que llegue el momento en que termine por no gustarme el lugar donde vivo y que me vio nacer, porque hemos acabado por conformarnos del todo.

Ahora que soy viejo y he echado raíces en Tenerife, hace mucho que no me engaño y sé que tenemos bien poco que hacer si seguimos emperrados en lo mismo, pero hay generaciones que aún están en condiciones de ampliar horizontes y abrir fronteras cuando se nos quiera achicar el espacio para explotar la creatividad, el liderazgo y el talento, o alguien pretenda que sigamos tocando el tambor y bailando, como dice la odiosa canción de cada 30 de mayo. Ojalá mis sobrinos, o quienes tendrían la edad de ser mis hijos, pudieran mirar por mis ojos, entrar en mi mente y ser conscientes de lo urgente que es afrontar con ilusión y la más exigente preparación este futuro inmediato que les está necesitando, que demanda a gritos profesionales que conduzcan a la sociedad canaria a luchar por ser mejor, por ir cada vez un poco más arriba. Viajar para disfrutar, pero también para reencontrarse.

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