Opinión | Un carrusel vacío

Marina Casado

La loca de los gatos

La loca de los gatos

La loca de los gatos

Ya no se podrán tener más de cinco animales de compañía en cada familia. Así lo establece la nueva Ley de Bienestar Animal que entra ahora en vigor y busca evitar el sufrimiento de las mascotas. Y claro, eso incluye los gatos. No más de cinco gatos por familia. Ante esto, yo me pregunto: ¿será el fin de esa figura estereotipada, la «loca de los gatos»?

Se trata de un perfil casi tan arquetípico como el pirata o el príncipe azul. Se identifica con una señora entrada en años, soltera y excéntrica, que comparte su alejamiento del mundo con una buena cantidad de mininos -desde luego, más de cinco-. Siempre es una mujer. Nunca hablamos de «locos de los gatos», y eso que yo he conocido a alguno. Recuerdo que, en el pueblo de mi madre, cuando era pequeña, vivía en nuestra calle un hombre conocido como «Carrán», solitario y poco amigo de la higiene. No solo tenía gatos, también estaba siempre rodeado de perros. Parecía el típico personaje de una novela de ambientación rural de Miguel Delibes.

Hace poco, alguien me advirtió que, como siga tan preocupada por la literatura, corro el riesgo de acabar convirtiéndome en «una solterona acompañada tan solo de gatos y libros». Sobra decir que adoro ambas cosas, así que el desafortunado comentario me resbaló. Sin embargo, sí que me hizo plantearme hasta qué punto la sociedad ha normalizado el machismo. A partir de cierta edad, una mujer soltera se convierte en una «solterona» que debe recurrir a los gatos para paliar su soledad, mientras que un hombre maduro que no se ha casado puede ser contemplado como un tipo duro, un solitario, incluso un «soltero de oro». Es como si el hombre decidiera ser soltero por voluntad propia y la mujer tuviera que resignarse a serlo.

El cine y la literatura están poblados de estos perfiles arquetípicos: desde la loca de los gatos de Los Simpson hasta el cínico detective Philipe Marlowe, creado por el novelista Raymond Chandler e interpretado en la gran pantalla por nada menos que Humphrey Bogart, que era el favorito en Hollywood para el clásico papel del hombre hecho a sí mismo, endurecido por la vida y capaz, no obstante, de derretirse por amor. Así lo demostró en Sabrina, Casablanca, La reina de África, El sueño eterno… Precisamente en esta última conoció al amor de su vida, Lauren Bacall, a quien le sacaba veinticinco años.

En otra de sus películas, La reina de África (John Huston, 1951), encontramos los perfiles muy definidos en la pareja protagonista: la genial Katherine Hepburn interpreta a Rose Sayer, una mujer madura y soltera que reside en una aldea africana, ayudando en sus labores a su hermano, que es misionero. Por avatares del destino, se ve obligada a compartir un viaje con Charlie Allnut, el propietario de una embarcación bautizada como «The African Queen». Charlie, también soltero y maduro, es grosero y bruto; ella, remilgada y puritana. Al principio no se soportan, pero acaban enamorándose. Y el amor cambia a Rose: de repente, empieza a relajarse, a reírse, a disfrutar del viaje en barco… El mensaje parece claro: una mujer no será feliz hasta que no se enamore.

Pero claro, estamos hablando de los años cincuenta y de una película magnífica. Lo inquietante es que tantas décadas después sigamos escuchando comentarios como el que recibí hace poco: que iba a acabar solterona y con gatos. Habría que explicarles a estas personas que hay mujeres que deciden no casarse, ya sea porque no han encontrado a nadie con quien les merezca la pena compartir su existencia o simplemente porque les guste demasiado su estilo de vida. Y quizás en vez de casarse prefieran vivir en pareja, pero sin papeles de por medio. ¿Qué hay de malo en eso? También puede suceder que hallen el amor a los setenta años y decidan dar el paso entonces, ¿por qué no?

Resulta terrible que, en pleno siglo XXI, todavía traten de darnos lecciones sobre cómo tenemos que vivir correctamente. Ocurre igual con la maternidad: he escuchado ya en varias ocasiones eso de «nunca serás una mujer completa hasta que no seas madre». Pero si cumples los cuarenta y lo decides en ese momento, recibirás alguna que otra crítica teñida de moralina. Menos mal que cada vez más mujeres hacen lo que les viene en gana.

Yo creo que sí me acabaré casando; puede que hasta organice una boda ambientada en los años veinte o alguna excentricidad similar. Pero eso no me impedirá ser también la loca de los gatos, si me apetece. Mi marido tendrá que aceptarlo. Nos convertiremos en dos locos muy felices, con el sofá lleno de arañazos. Eso sí, no más de cinco gatos.

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