Opinión | Observatorio

Rosa Ribas

Palabras fantasma

Palabras fantasma

Palabras fantasma

Hace unos días, sentada en el autobús, me llegó parte de la conversación de dos chicos que estaban sentados detrás de mí. Seguramente tenían un examen de matemáticas, porque hablaban de senos, cosenos, asíntotas y logaritmos neperianos… Alguna vez supe lo que significaban todas estas palabras, pero ahora son vestigios de materias que he olvidado a pesar del esfuerzo que invertí en aprenderlas.

Bajé del autobús pensando que en cuanto llegara a casa buscaría las definiciones. Bastaron unos pocos pasos para volver a la vida del aquí y ahora, para saber que no necesitaba esas palabras, que lo de resucitarlas, aunque solo fuera para leer la definición en la red y darme cuenta de que tampoco las entendía, habría sido una especie de reacción de cortesía. Como cuando te encuentras por casualidad con antiguos compañeros del colegio o del trabajo y te despides con un «a ver si quedamos un día de estos», aunque desde el «hola» sabes que no vais a hacerlo.

Estos breves reencuentros con palabras perdidas en el fondo de la memoria se parecen a las reuniones que propiciaron el nacimiento de Facebook, cuando mucha gente empezó a buscar y encontrar, compañeros del colegio, antiguas amistades, incluso exparejas, a través de esta red social. Por lo general, tras intercambiar mensajes y fotos, el primer encuentro en persona era también el último. Una vez agotadas las anécdotas del pasado, solo quedaban minutos interminables sin saber qué decirse. Resucitar viejas relaciones cuesta tanto esfuerzo como volver a entender los logaritmos neperianos. De los que me habría olvidado de nuevo de no haber tomado nota de nuestro fugaz reencuentro con ellos, sin imaginarme en ese momento que acabarían dando pie a este texto.

Senos, cosenos, asíntotas y logaritmos neperianos… Sigo sin saber qué son, pero su sonido me ha llevado a las aulas del instituto, a la clase de matemáticas. Veo incluso dónde y con quién me sentaba. No recuerdo qué es un logaritmo neperiano y, en cambio, sé que los estudiaba en el cuartito de la casa familiar en el que tenía mi despacho. Escribo una vez más logaritmo neperiano y veo las estanterías con mis libros y el tocadiscos sobre una mesita. Como las palabras mágicas de los cuentos, no hay que entenderlas, basta con pronunciarlas para que pase algo.

Palabras fantasma. Guardamos muchas en nuestro interior. Aparecen fortuitamente, como los logaritmos y las asíntotas que se me presentaron en un autobús.

Hace pocos días, se me apareció otra de estas palabras fantasmas y mágicas del pasado. Sucedió mientras estaba poniendo la mesa para la comida. Teníamos la tele sonando al fondo. Era un concurso al que no le prestaba demasiada atención, hasta que, de repente, le preguntaron al concursante qué era la gutapercha. Me quedé quieta al lado de la mesa, con los tenedores en la mano, y respondí sin vacilar, como si alguien me estuviera dictando las palabras. Para una vez que una especie de espíritu superior parecer tomar posesión de mí, ya podría haber sido para decir algo más útil o glamuroso que «es un tipo de caucho originario de Malasia». Pero no estuvo tan mal, porque lo que la palabra fantasma en realidad me estaba regalando era un viaje en el tiempo.

Al instante, volví a ver los volúmenes de color verde botella de la Gran Enciclopedia del Mundo Durvan en la casa familiar y las letras doradas de los lomos. Y recordé que uno de esos volúmenes contenía el mundo desde Gutapercha a Intolerancia. Cuando era pequeña, me leí todas las palabras que aparecían al principio y al final de los no-sé-cuántos volúmenes. Por lo visto, algo quedó grabado. Como en las películas de espías, en las que aparecían agentes durmientes programados con una palabra clave que se activaban cuando alguien los llamaba por teléfono y se la decía. Una mujer está tranquilamente en su casa, responde al teléfono y al otro lado una voz le dice «gutapercha» y ella vuela, aunque sea solo por unos segundos, a otro tiempo y a otro lugar.

De gutapercha a intolerancia. No sé qué palabras había en los otros lomos. Quizás se me presenten en otras ocasiones. O tal vez recuerde solo esa, porque me sonaba, y me sigue sonando, chistosa. Gutapercha estaba escondida en mi memoria, esperando su momento de ser dicha. No creo que se den muchas más ocasiones, así que espero que la cara de asombro y admiración de mi marido al oír mi perfecta definición la haya compensado por los años de olvido.

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