Opinión | Le fumoir
Pilar Ruiz Costa
Cállese, señor Aznar, cállese
En Madrid puedes vivir con la tranquilidad de no encontrarte a tu ex, salvo que sea tu expresidente, que lo encuentras en todas partes. Como reza la canción de Gardel, «que veinte años no es nada», se cumplen casi dos décadas de la expresidencia de José María Aznar y, como si se tratara de otro largo caso de despido en diferido, cada tanto nos alcanzan sus opiniones sobre todo o casi todo. Desoyendo a su homólogo, Felipe González: «Para mí, los expresidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes. Nadie sabe bien dónde ponerlos y todos albergan la secreta esperanza de que, por fin, algún día un niño travieso les dé un codazo y los haga añicos». Y hasta la fecha no se ha dado el caso de que un solo niño travieso entre los populares se haya acercado, ni codo en ristre ni para decirle: «Cállese, señor Aznar, cállese».
Y en estos tiempos digitales en que las palabras vaya que se las lleva el tiempo, pero vuelven como un bumerán cada vez que la actualidad obliga, aunque ahora que hemos visto agredir a una reportera en directo podríamos hablar del Aznar que le introdujo un bolígrafo en el canalillo a una periodista en 2006 o buscar las múltiples similitudes entre las declaraciones de Tim Gurner, el multimillonario promotor inmobiliario australiano que han indignado al mundo: «Lo que se necesita es que el desempleo aumente entre un 40 y un 50 por ciento para acabar con la arrogancia en el mercado laboral»; «Necesitamos ver dolor en la economía, tenemos que recordar a la gente que trabajan para el empresario y no al revés» que aquí escandalizan, pero menos porque en julio Aznar ya afirmaba que «La Unión Europea ha inyectado tal cantidad de dinero que el dinero fácil hace que el país no se preocupe», aseverando que «Urgen reformas fiscales y laborales para volver a la meritocracia y a premiar el esfuerzo, aunque eso signifique pasar apuros». Pero entre tantos dislates, pasados, presentes y venideros, vamos a quedarnos con el último por cuanto tiene de insólito codazo y hacer añicos el jarrón de que el PP liderado por Núñez Feijóo gobierne.
Ha sido este pasado 12 de septiembre en la inauguración del Campus FAES, Europa en transformación. A Europa, ni mentarla, pero sí dándolo todo a la España que se rompe. Aunque se ha apresurado a matizar los titulares que le acusaban de azuzar una rebelión contra el gobierno, lo que sí dijo, literalmente, fue: «Son tiempos dramáticos porque existe un riesgo cierto existencial para la continuidad de España como nación, como comunidad política de ciudadanos libres iguales», llamando a esa España que «acumula energía cívica, institucionalidad y masa crítica nacional para impedir que este proyecto de deconstrucción constitucional, para que este proyecto de disolución nacional se consume, pero es preciso activar todas esas energías para plantar cara con toda la determinación a un plan que quiere acabar con la Constitución, vista como un obstáculo para materializar su ambición de poder por esa izquierda irresponsable e insolidaria que reniega de la ciudadanía democrática libre e igual». En realidad, el alarmante llamamiento de Aznar no era ni original, porque ya días antes, Esperanza Aguirre en su columna de The Objective alertaba de que «ha llegado la hora de organizar la resistencia contra esa alianza de totalitarios y oportunistas, que es Frankenstein –de hecho, Frankenstein aparece hasta en seis ocasiones en la columna– y que va a seguir gobernándonos» e instando a «Las movilizaciones, bien preparadas con tiempo y dejando muy claro quién convoca, sin olvidar la España de las banderas».
Oído cocina, en Génova 13 no ha quedado más remedio que desempolvar banderas y anunciar un «gran acto en Madrid contra la amnistía» para el próximo día 24. Es decir, Feijóo, que solicitó al rey que le encargara la investidura argumentando su idoneidad para alcanzar la confianza del Congreso de Diputados el próximo 26 y 27 de septiembre, se ha visto en la obligación de convocar una manifestación en protesta por una hipotética futura amnistía como parte de un supuesto acuerdo de gobernabilidad de un presunto candidato para una investidura que, de momento… no existe. Qué difícil elección entre no mostrar iniciativa y mantener la apariencia de presidenciable o ir a rebufo de las viejas glorias del partido para posicionarse en la oposición antes incluso de la investidura.
Igual que una actriz debe saber cuándo dejar de interpretar el papel de la novia para ser la madre de la novia, algún niño debería darle un codazo al expresidente y decirle que la novia es otro, y de paso, recordarle que ya le debemos dos de las manifestaciones más multitudinarias de nuestra historia: en 2003 al grito de No a la guerra, Bush, Blair, Aznar, asesinos y en 2004 llorando los atentados del 11-M que dejaron 194 asesinados y 1.857 heridos.
@otropostdata
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