Opinión

María Jiménez, «pon lo que quieras»

María Jiménez, «pon lo que quieras»

María Jiménez, «pon lo que quieras»

Empezaremos por el final, en vulneración de las leyes del periodismo contemporáneo. Acabada la entrevista a solas con María Jiménez en julio de 1987, me cruzo con su manager en la escalinata del hotel Palas Atenea de Palma. Me detiene muy amable, y me indica con el desánimo de un tratante de ganado, mientras esboza un gesto displicente hacia su pupila: «Escribe lo que quieras, ya sabes cómo va esto». No lo critico, lo admiro, sabía que hasta la inventiva de un oscuro plumilla de provincias sería más exacta que el discurso de su patrocinada. Todavía hoy, es la mejor lección profesional que he recibido. 

Aquella tarde no necesité falsear, ni siquiera maquillar el discurso de María Jiménez. Se hallaba en fase de reconciliación dentro de su tormentosa unión matrimonial con José Sancho, que hoy se saldaría por la vía penal pero que ellos remendaban con bodas sucesivas. Le pregunté antes por su pareja que por su música. No añadí ni una palabra. «Pepe y yo hemos madurado lo suficiente. Nuestra relación marcha viento en popa porque ya no somos unos chiquillos».

Pese a la madurez que muy pronto quedaría en entredicho, la mejor garantía del bienestar conyugal era la distancia entre los esposos. La Jiménez se hallaba en Mallorca con motivo de un concierto en Calvià, y ese turbante de tuareg en las fotografías pretende disimular los rulos previos a su actuación. En cuanto al intempestivo marido, explicaba jocosa que «Pepe está ensayando una pieza que se estrenará en el teatro de Mérida y fue escrita por un tal Plauto, doscientos o trescientos años antes de Jesucristo». Sancho debutaba en el recinto extremeño con el Rudens de «un tal Plauto», y repetiría comparecencia en media docena de ocasiones, cerrando el ciclo con el Miles gloriosus del comediógrafo latino en 2008.

Le insistí a la tonadillera racial por el costado de los sentimientos de la pareja, recompuestos por última vez en febrero de aquel año en Puerto Rico:

–¿Qué aporta José Sancho a tu vida?

–Lo mismo que le aporto yo a él.

–¿Y qué es lo que tú le aportas?

–Eso no te lo puedo decir.

Y aquí rompe a reír, con la complicidad sensual de los jadeos y suspiros de su discografía. Se reservó un momento para las confesiones íntimas, que quizás hubieran sorprendido a su agente. «He vivido un montón de circunstancias tan diversas, que en algún momento me ha parecido estar bordeando la locura».

No comprendí del todo la tolerancia de María Jiménez, hasta que veinte años después compartí unas horas con Sancho y Álvaro de Luna, El Estudiante y El Algarrobo. El esposo de ida y vuelta de la cantante es el hombre más salvaje que he conocido. Endiabladamente divertido, no dejaba títere con cabeza mientras enlazaba maldades sobre sus contemporáneos de la carrera artística, desde una perspectiva que hoy llamaríamos libertaria. Intolerable pero irresistible.

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