Opinión | A babor

Ni tregua ni perdón

Sebastián Franquis, Nayra Alemán y José Antonio Valbuena.

Sebastián Franquis, Nayra Alemán y José Antonio Valbuena. / María Pisaca Gámez

Chano Franquis censuró ayer la decisión del nuevo Gobierno de Canarias de hacer desaparecer el impuesto de Sucesiones y Donaciones, por el procedimiento de bonificar al 99 por ciento su cuota. Lo cierto es que la decisión no debía haber sorprendido al PSOE: el impuesto –uno de las más injustos y absurdos que existen– ya estuvo bonificado en el mismo exacto porcentaje que ahora entre 2016 y 2020. El Pacto de las Flores decidió volver a implantarlo, para todos aquellos que recibieran un legado superior a los 300.000 euros. Al final, cualquier persona que recibiera de sus padres un piso acababa pagando o renunciando a la herencia. Uno puede entender la crítica de Franquis a esa decisión, contraria a lo que plantean el PSOE y el resto de los partidos que vinculan la continuación del Estado de Bienestar a una creciente voracidad fiscal. Pero resulta cuando menos chocante la explicación de esa oposición: lo que Franquis nos dice es que la bonificación del impuesto beneficia básicamente a las grandes herencias (vale, se acepta pulpo como animal de compañía), mientras se incumple la promesa electoral de reducir el IGIC.

Resulta raro escuchar al PSOE insistir con tanto ahínco en el cumplimiento por el Gobierno del compromiso electoral de reducir el IGIC, mientras se asegura que reducirlo traerá los peores males para el país. El razonamiento de Franquis demuestra hasta qué punto el relato ha acabado por devorar la política, sustituyéndola por completo. A ver: estoy seguro de que el PP y Coalición rebajaran el IGIC, y además creo que lo harán –como anunciaron en campaña– bajando el tipo general del 7 al cinco por ciento, y asumiendo la pérdida de recaudación que eso significa, que no es moco de pavo.

Pero lo que parece absurdo es que el PSOE se enerve porque el nuevo Gobierno quiera estudiar la situación fiscal y presupuestaria del Gobierno antes de actuar a tontas y a locas, cuando ese retraso significa seguir haciendo lo que al PSOE le parece lo correcto. Hubo un tiempo en el que los partidos se alegraban de que sus adversarios tomaran decisiones corrigiendo sus políticas. Ya he dicho que no creo que sea el caso, pero lo razonable si el nuevo ejecutivo cambiara de opinión sería que la oposición aplaudiera un cambio que corrige algo que ellos consideran una decisión errónea.

Aquí todo el mundo se equivoca: se equivocó Sánchez al olvidar una decisión de su Gobierno –la de ofrecer a Europa un peaje general en las autovías– y se equivocó Feijóo al liarse en un contencioso absurdo por meterse en el charco de un error sobre la revalorización de las pensiones durante el mandato de Rajoy. Quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo no son máquinas perfectas, ni siquiera portavoces de la verdad absoluta. Con frecuencia se equivocan, y en muchas ocasiones mienten. Y lo que está pasando en este país es que a nadie le preocupa que exista una diferencia obvia, real y moral, entre equivocarse y mentir deliberadamente. Como hace tiempo que ya a nadir le preocupa diferenciar entre cometer una irregularidad administrativa que no persiga el propio enriquecimiento (o el de los amigotes), y meter la mano en las cuentas públicas para comprarse una finca en Croacia (por decir algo). Y es que sí hay diferencias entre equivocarse y mentir o robar, aunque la actual política lo use todo para destruir al adversario. Por desgracia, aquí de lo que se trata no es de llegar a acuerdos, o de acercar posiciones, para gobernar mejor. Se trata de ciscare en el de enfrente haga lo que haga, siempre que se presente la oportunidad de hacerlo. En general, los partidos y sus medios alineados –sobre todo, pero no sólo, los catódicos– lo que necesitan es ese conflicto, y cuanto más rudo sea, mejor. Nadie tiene especial interés en hacer pedagogía sobre los límites del relato y el desastre de la actual política del primero disparo y luego miro.

Ayer les comentaba el bochornoso espectáculo –ya envenena de odio las redes sociales– que supuso destapar las viejas fotos de Feijóo con Dorado, o denunciar que la señora Díaz premiara a su asesor acusado de pornógrafo infantil, mientras echaba del partido a sus denunciantes. Las redes aguantan lo que les echen, y el relato de ignominias y errores diversos se extendió durante todo el día movilizando a los propios y cubriendo también a otros políticos que habían logrado escapar de esa melé, como el propio presidente Zapatero. Sinceramente, esto es lo que ocurre cuando los partidos sólo se entretienen construyendo relatos, y sus militantes se movilizan desde el odio, no desde la razón o la voluntad de colaborar.

Sólo espero que el domingo llegue pronto, que lleguemos vivos, que esto pase.

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