Opinión | Observatorio

Albert Soler

Yo escribo tu nombre, inmunidad

Por más que la justicia europea lo intente, privar de la inmunidad al Vivales es ontológicamente imposible. La inmunidad la lleva de nacimiento, y eso no lo puede suprimir justicia alguna, salvo la divina. El Muy Inmune Expresidente es inmune al sentido del ridículo, a la vergüenza, a la dignidad, a la decencia y a cualquier otro sentimiento que tenga que ver levemente con el honor. Uno le oye hablar de trincheras, de guerras, de conflictos, de opresión y de lucha mientras se está zampando un filete en su mansión de Waterloo, y no tiene dudas de que el Vivales es inmune al decoro y al pudor, diga lo que diga la justicia.

E inmune al trabajo, por supuesto. Me recuerda al tío Eremián, el protagonista de un cuento de Fontanarrosa al que toda la familia admira porque nadie lo ha visto jamás trabajar. Los pocos fieles que todavía tiene el Vivales deben de admirarle por eso mismo, que es en lo único que destaca. Y por su inmunidad, claro.

Su cerebro, o lo que sea que contenga su cráneo, es también inmune, en este caso a estímulos exteriores. Tanto da que ahí fuera haya sentencias judiciales en contra, ridículos variados, derrotas electorales o caída sin freno en el más triste olvido, él ve republiquetas, jugadas maestras, victorias y un regreso a Catalunya a lomos de un corcel blanco. Más que inmune, ese cerebro parece impermeable, es una caja herméticamente cerrada en la que nada puede penetrar. Llamémosle inmunidad cerebral para no entrar en términos psiquiátricos.

No así su cuerpo, que a la vista está que no es nada inmune al largo tiempo sin dar golpe ni a los estragos de los buenos y copiosos alimentos. Son cosas de la edad, con los años uno debe andar con cuidado al alimentarse, a mí me ocurre lo mismo. El tipo debe de ser también inmune a cualquier dieta.

La inmunidad judicial no importa. Solo le perjudica en que, si no quiere ser detenido, no podrá viajar hasta el sur de Francia, donde cada vez que va, es agasajado con una comilona por sus fieles. Alguien que asistió a uno de esos ágapes, me contó que a los postres pasan un sobre para que cada invitado introduzca en él la voluntad, pero ya que la voluntad es una cualidad del espíritu y como tal, invisible, esta debe adoptar forma de billetes de curso legal. Igual que en una boda gitana, pero sin realizarle el rito del pañuelo al Vivales, que bastantes problemas tiene ya.

Ignoro si se le corta la corbata y se subastan los trozos cual reliquias. Un pedazo de corbata del Vivales, colocado entre la botella de ratafía y el puñado de tierra del jardín de Waterloo (con certificado de autenticidad), dignifica un hogar lacista e igual lo convierte también en inmune. A pesar de que se resienten el peso y la salud del invitado principal, no se prevé reconvertir esos banquetes en vegetarianos, que el sobre no se llena con la misma alegría tras zamparse un chuletón de buey regado con un crianza, que después de comer unas verduritas a la plancha con agua mineral.

Mi contacto no me detalló si al final del ágape hay baile, ni si lo abren el Vivales y Toni Comín –otro inmune– al compás del Vals de la Republiqueta. Eso es lo de menos, lo que cuenta es recaudar lo suficiente para seguir viviendo bien, digo para seguir luchando desde la trinchera. Mientras eso siga igual, a la inmunidad que la zurzan, que diría Trias.

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