Opinión | La espiral de la libreta

Olga Merino

Navegaciónsin cartas marinas

La Armada participa en las maniobras con la fragata Cristóbal Colón.

La Armada participa en las maniobras con la fragata Cristóbal Colón. / Ministerio de Defensa

Cristóbal Colón estaba convencido de haber visto sirenas. El miércoles 9 de enero de 1493, cuando se encontraba navegando a bordo de La Niña, en aguas de lo que hoy sería Haití, consignó en su diario haber avistado en concreto tres sirenas, que no le parecieron tan hermosas como solían pintarlas, sino con «forma de hombre en la cara». No se trataba de sirenas, claro, sino de manatíes, unos mamíferos acuáticos también conocidos como vacas marinas.

El almirante de la mar océana y los intrépidos marinos de su tiempo iban predispuestos a encontrar los seres imaginarios que habían intuido los códices medievales; en el fondo, uno ve lo que quiere ver. Con el paso del tiempo, una vez superada la estupefacción inicial ante tanta maravilla, los conquistadores no tuvieron reparos en almorzar manatí. A fray Bartolomé de las Casas las tajadas le sabían a ternera.

Colón iba buscando una ruta hacia las Indias viajando hacia el Oeste, y acabó encontrando un continente entero, inabarcable. Algo parecido le sucedió a James Cook. En su primer viaje, pretendía presenciar el tránsito de Venus por delante del Sol para hacer mediciones, y quienes pagaban la expedición le pidieron que, de paso, trajese evidencias de la mítica Terra Australis Incognita. No halló ni rastro pero, tras doblar el cabo de Hornos encontró un montón de islas en el Pacífico y avistó las costas de Australia en octubre de 1770. Salió a por una cosa y volvió con otra. En la navegación sin cartas no sabe uno dónde está pero confía en llegar a alguna parte. Como este texto, que apenas tiene una vaga idea de la costa.

Tenacidad sangrante

El otro día partí la mina de un lápiz afilado subrayando una frase que navegaba en medio de un libro. Decía: «Van pasando los días, los meses, los años. Y solo una tenacidad a veces sangrante va manteniendo una dirección constante, aunque se cambie el rumbo» (Vicente Huici Urmeneta, El hilo de Ariadna).

Es cierto, cuesta mantenerse aferrado al timón. A la que te despistas, a la que la corriente se enreda en los pies, te encuentras preguntándote adónde puñetas ibas. Pero basta mirar un poco hacia atrás para abatir enseguida el rumbo a sotavento. Es difícil, ya digo. Pienso en Fitzcarraldo, aquella película de Werner Herzog en que se empeñan en empujar un barco de vapor a lo alto de una montaña para, desde allí, hacerlo descender al otro lado, hasta las aguas de un afluente del Amazonas. Hacia delante, a la conquista de lo inútil.

Uno elige en la vida si navega con cartas náuticas o sin ellas. Creo que es mejor ir provisto de mapas, aunque la fuerza del viento haga de las suyas. Lo mismo en política. Conviene recordar de vez en cuando qué país queríamos. El objetivo era llegar a tierra pero no a cualquier tierra.

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