Opinión | Artículos de broma

Juan José Millás

Amarse

Silvio Berlusconi.

Silvio Berlusconi.

Con la muerte de Silvio Berlusconi el mundo tiene una mala persona menos. Es solo una unidad de malvado, pero muy singular e influyente, que se comportó como Nerón después de Nerón y Trump a la vez que Trump. En plano panorámico, Silvio Berlusconi fue un genio capaz de empeorar la corrupta política italiana con Forza Italia y hacer que, a partir de él, la televisión fuera peor. Son dos cosas de mucho mérito inverso que acaban llegando al interior de las casas. Lo hizo sorteando y escapando de la ley, con magia contable, fraude fiscal, hombres de paja y una legión de listos muy preparados que ambicionaban la decadencia del imperio romano que reconstruyó en sus villas juerguistas de la Italia contemporánea.

En primer plano, parece que esa sonrisa panorámica y un ingenio sintonizado con el gusto popular, un acerado cerebro milanés con un almibarado sentimentalismo napolitana, le hacían irresistible en el trato cercano y que su apelación desvergonzada (desprejuiciada, se dice desde la abolición de la vergüenza como represor social) a lo peor de cada uno le daban una aureola de simpatía barnizada y esmaltada muy sexy para el voto populista.

Con un primer tramo de ascenso social sospechoso accedió desde el delito económico a la arquitectura del sistema y saltó con naturalidad de la construcción a la publicidad y desde ésta a los medios de comunicación y al fútbol. Cuando, pilotando ajeno a las señales, estaban a punto de detenerlo, entró en el circuito de la política y siguió en la carrera durante tres décadas enteras. Con eso logró ser el hombre más rico de Italia, tres veces y 9 años primer ministro del país y fundador de un partido empresa dedicado a su beneficio. El tipo que hizo suyo todo lo que compró, que completó el póker de la guerra contra el terror de Bush jr., que soñó en Italia un país de rubias de frasco y tetas de cirujano, que reprogramó la televisión en escuela de maleducar y elevó la Viagra a religión, pasó su último año parcialmente amargado por la frustración de no haber alcanzado la presidencia de la República. Menos mal.

Julia y Ramón dormían desnudos y apretados el uno contra el otro de tal forma que ella confundía a veces la piel de Ramón con la suya y Ramón la suya con la de Julia. Pero aquella desnudez les sabía a poco. Entonces se les apareció un duende al que solicitaron un grado más de exposición.

-¿Deseáis acaso veros los músculos y los tendones y los cartílagos? ¿Quizá también poder unir las vísceras de ambos?

Los jóvenes decidieron que la desnudez a la que se referían no era de ese tipo.

-¿De qué tipo, pues? -preguntó el duende.

-Una desnudez metafísica -respondieron al unísono.

-Sea -concedió el duende antes de desaparecer.

Al contemplarse a la luz de su nuevo estado, una mueca de horror se dibujó en sus caras. Se hallaban, en apariencia, como siempre, desnudos frente a frente. Nada, a primera vista, había cambiado, pero cada uno descubría en el otro aspectos que no podía soportar en sí mismo.

Inmediatamente comenzaron a ponerse encima más ropa de la habitual sin lograr por ello aliviar el nuevo tipo de desnudez recién estrenada. Cuando estaban completamente vestidos, salieron de casa avergonzados, del mismo modo que Adán y Eva abandonaron el paraíso tras probar la manzana del Árbol del Bien y del Mal. En la primera esquina se separaron porque ninguno de los dos soportaba ver en el cónyuge las miserias propias. Había anochecido y caminaban como dos sombras en busca de su cuerpo. Las personas que se cruzaban con ellos se cambiaban de acera, y hasta los perros aullaban como si se les hubiera aparecido un fantasma. Cuando de madrugada, agotados, regresaron a casa, se les volvió a aparecer el duende y les preguntó si se hallaban a gusto en su nuevo estado. Le dijeron que no.

-¿Deseáis volver al anterior?

-Lo que deseamos -respondieron- es permanecer siempre vestidos. Vestidos metafísicamente, se entiende.

El duende les concedió el deseo y de ese modo pudieron volver a amarse como si cada uno solo pudiera ver en el otro lo mejor de sí mismo.

Suscríbete para seguir leyendo