Opinión | Efemérides | Bicentenario del nacimiento de Juan Bautista Antequera y Bobadilla

Luis Antequera

Almirante Antequera, un tinerfeño ilustre

Busto en honor a Juan Bautista Antequera y Bobadilla al final de la Rambla de Santa Cruz de Tenerife, frente a Capitanía Marítima.

Busto en honor a Juan Bautista Antequera y Bobadilla al final de la Rambla de Santa Cruz de Tenerife, frente a Capitanía Marítima. / Carsten W. Lauritsen

Este jueves se cumple el bicentenario del nacimiento de uno de los grandes personajes que ha dado la tierra canaria, y más concretamente la isla tinerfeña. El 1 de junio de 1823 nace en el municipio de San Cristóbal de La Laguna Juan Bautista Antequera y Bobadilla, prohombre del convulso siglo XIX en España.

Su padre, llamado como él Juan Bautista Antequera, nacido en la preciosa ciudad manchega de Villanueva de los infantes, es quien introducirá en las Fortunatae Insulae, según las llamaba ya el romano Plinio, el cultivo del insecto de la cochinilla, tan provechoso en la industria de los tintes que, todavía al día de hoy, sigue siendo una de las más importantes de las Islas Canarias. Es su madre María del Rosario Bobadilla de Eslava y tiene tres hermanos: José María, María del Rosario y Clara Josefa.

A la edad de 15 años, como se hacía entonces, Juan Bautista ingresa en la Escuela de Guardiamarinas de Cádiz, iniciando una carrera como marino que le llevará a alcanzar el empleo de vicealmirante de la Armada Española. Desde muy joven despunta en el servicio a la patria. En 1840, en el marco de la Primera Guerra Carlista, embarcado en el bergantín Héroe, participa en la acción de los Alfaques, siendo premiado con la Diadema Real de Marina, llamada por algunos la laureada de los mares. En esa acción, la flotilla al mando de Luis Hernández Pinzón se apodera de Rosas, Cadaqués y las islas Medas.

El destacado tinerfeño recibió las más importantes condecoraciones de la marina española y llegó a ser ministro en dos ocasiones

Cuatro años más tarde, al mando del bergantín Manzanares, participa en el bloqueo de los puertos de Alicante y Cartagena, que se habían sublevado contra el gobierno del liberal moderado Ramón María Narváez. Su actuación le valdrá la Laureada de San Fernando, la medalla militar más importante que se concede en España, de modo que con apenas 21 años se halla ya en posesión de la Laureada y de la Laureada de la Marina, algo al alcance de muy pocos.

Embarcado en el buque de la Armada Héroe, en 1845 consigue que el presidente argentino, Juan Manuel de Rosas, libere a unos presos españoles que tenía, lo cual hará con habilidad y diplomacia. Se dice que al verse ante el mandatario rioplatense, que le recibió de cualquier manera, sin ni siquiera vestirse para la ocasión, le dijo: «Tiene usted razón mi general, aquí hace mucho calor; será mejor que nos pongamos los dos en mangas de camisa», lo que al parecer despertó la simpatía del argentino. Quien con esta soltura se dirige al tirano tiene 22 años y apenas es alférez de navío.

En 1851, al mando del vapor Habanero, participa en La Habana en varias acciones contra los piratas que asolaban la zona, entre otros, el temido Narciso López, cuya pretensión, según el historiador británico Hugh Thomas, no era otra que la de anexionar Cuba a los estados esclavistas del sur de los Estados Unidos. El buen hacer de Antequera en el escenario le permite ganar la cruz de Carlos III y el título de Benemérito de la Patria.

Guerra de África

Corriendo el año 1859, y al mando del general O’Donnell, a la sazón presidente del gobierno, Antequera participa en la Guerra de África como comandante del Villa de Bilbao, dando muestras de buen hacer y valor en las acciones llevadas a cabo en Río Martín, Arcila y Larache. Una guerra que, como se sabe, termina con una gran victoria española y el Tratado de Wad Ras. Es ascendido a coronel. Tiene apenas 34 años.

Y llega el año de 1866. Tras casi medio siglo de total ausencia española en aguas tan lejanas, España envía al gran océano que Magallanes llamara el Pacífico una flota en misión meramente científica y diplomática. La desconfianza de las nuevas repúblicas americanas hacia la madre patria, unida al temor que otras intervenciones extranjeras de varias nacionalidades –francesa, inglesa o norteamericana– estaban generando en el continente, hará que el ambiente se enrarezca a gran velocidad.

Conflicto en Perú

El detonador del conflicto será una simple reyerta entre civiles peruanos y españoles que, no resuelta a satisfacción de las demandas de nuestros marinos, lleva a los barcos hispanos a ocupar las peruanas islas Chincha. La firma del acuerdo llamado Vivanco-Pareja –Pareja era el comandante de la flota española, Vivanco un exmandatario peruano destinado como diplomático en Chile– no representa, en modo alguno, el final de la desconfianza, ni menos aún de las hostilidades, y España envía al escenario otros tres barcos. Entre ellos va la fragata blindada Numancia, uno de los primeros acorazados de la Historia, al mando de Méndez Núñez, el cual, al llegar al escenario, ante la muerte por suicidio de Pareja, toma el mando de la flota, dejando el de la Numancia a su segundo, Antequera.

Retrato del almirante Antequera.

Retrato del almirante Antequera. / E. D.

Barcos estadounidenses presentes en la zona amagan con tomar partido por la alianza chileno-peruana, pero la firmeza con la que los marinos españoles responden a la amenaza les disuade de intervenir. Se bombardea primero el puerto chileno de Valparaíso y luego, el 2 de mayo de 1866, el puerto peruano de El Callao, dando con ello por terminada la operación de castigo con la franca victoria española que conmemoran plazas madrileñas como Abtao o Callao, o el no menos madrileño barrio de Pacífico.

Cuando dos meses después se produzca la primera batalla naval en la que las dos armadas contendientes poseen acorazados, la batalla de Lissa, en el marco de las guerras por la unidad italiana, el comandante austríaco Wilhelm von Tegetthoff, vencedor de la misma, arengará a sus marinos con estas palabras: «Imitemos a los españoles en El Callao».

Vuelta al mundo en acorazado

Terminada la batalla, Antequera recibe la orden del Gobierno de volver a España atravesando el Pacífico. Al doblar el cabo africano de Buena Esperanza, ante el nuevo empeoramiento de la situación en América, en lugar de ascender hacia España, continua su singladura por el Atlántico hasta llegar a Brasil, donde, una vez que arriba, se convierte en el primer hombre en dar la primera vuelta al mundo en un barco acorazado. Por esta hazaña, la Reina Regente María Cristina le concederá luego un lema en el que reza la inscripción «In loricata nave primus circundedisti me» (En nave acorazada fuiste el primero en darme la vuelta), mismo lema que recibiera en su día Juan Sebastián Elcano del César Carlos, con el añadido «In loricata nave» (en nave acorazada). Es condecorado con la medalla del Viaje de Circunnavegación de la Numancia.

En los tiempos convulsos de la llamada Revolución Gloriosa que depone a la reina Isabel II, Antequera pone fin a un golpe republicano en Málaga y luego, en Santa Pola, aborta, él solo, un brote de golpe militar surgido en el barco Villa de Madrid, lo que será premiado posteriormente una vez más por la regente María Cristina con el título de Conde de Santa Pola. Asciende a contralmirante.

Ya en el reinado de Amadeo de Saboya –que por cierto, llega a España en la fragata Numancia–, Antequera es elegido senador por Tenerife, cargo que abandona para tomar posesión como comandante general del Apostadero de Manila, con la misión de reforzar la defensa de las Islas Filipinas, la gran posesión española en el Pacífico. Recibe la Gran Cruz del Mérito Naval con distintivo blanco.

En 1876, es elegido senador del reino por la provincia de Alicante, con carácter vitalicio. Y ese mismo año es nombrado ministro de Marina en el Gobierno de Antonio Cánovas del Castillo, cargo en el que permanece un año y medio, y del que dimite cuando no se aprueba el plan de reconstrucción de la Armada a partir de esos acorazados que tan bien conocía él, para la defensa del Imperio Insular, Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Se rodea de un equipo al que llama «el Pentágono» –por cierto que su homónimo norteamericano aún tardará en inaugurarse tres cuartos de siglo-, en el que militan cinco militares: Ramón Auñón, Victor Concas, Fernando Villaamil, Antonio Piñeyro y Federico Ardois.

En 1884 vuelve a ser nombrado ministro de Marina, y tras permanecer nuevamente año y medio al frente del ministerio, vuelve a dimitir por la misma razón: un plan de flota para la defensa del Imperio Insular que no le es aprobado. Funda la revista General de Marina y el Servicio de Torpedos y la Escuela de Cartagena. Apoya a su amigo Fernando Villaamil en su proyecto para construir un nuevo tipo de barco, el destructor. Pero, por encima de todo, pronostica el conflicto con Estados Unidos que efectivamente tendrá lugar en 1898. Lo hace en repetidas ocasiones, de la que extraemos ésta pronunciada ante las Cortes en 1884, cuando le reprochaban haber comprado el acorazado Pelayo, el mejor del mundo en aquel momento: «¿Es posible que un país que tiene las necesidades de Cuba y Filipinas no tenga una escuadra acorazada, cuando la tiene hasta China? ¡Pues qué! ¿Se puede seguir así ni un minuto más? ¿Se oculta esto a los señores diputados? ¿No es patente como la luz del día?».

Ascendido a vicealmirante

En 1885, con 62 años de edad, es ascendido a vicealmirante, un nombramiento que, por cierto, correspondía haber cursado un año antes, pero que no surtirá efecto al negarse a firmarlo él mismo, como le correspondía en su calidad de ministro, lo que da buena cuenta, una vez más y como tantas, de la rectitud y honestidad de su proceder.

En 1885, se produce el llamado Conflicto de las Carolinas. La Alemania de Bismarck, la potencia europea más poderosa y belicosa del momento, reclama unas islas del Pacífico que son españolas, de las cuáles las Carolinas las más importantes.

España llega a preparar una flota de seis barcos para la defensa, flota que le es encomendada a Antequera, a pesar de que su graduación era superior a aquella que le correspondía, y plenamente consciente del peligro extremo de la operación. Ante la posibilidad de que los alemanes, en vez de atacar en el Pacífico, lo hicieran en Baleares para proceder luego a un intercambio de islas, Antequera realiza una modélica fortificación de las islas. Al final, un laudo arbitral emitido por el Papa León XIII, que reconoce la soberanía española de las islas Carolinas y otorga las Marshall a los alemanes junto con algunas ventajas comerciales, evita la guerra.

Muere a los 66 años

Juan Bautista Antequera muere a las 12:30 horas del 16 de mayo de 1890, con una edad de 66 años. Deja esposa, Atanasia Angosto, con la que, empeñado como había estado en todo momento en el servicio a la patria, no contrae nupcias sino en 1879, a la avanzada edad de 59 años, lo que no será óbice para conseguir una nutrida descendencia de cuatro hijos: Juan Bautista, prematuramente muerto, otro Juan Bautista, Rosario y Luisa.

En sus exequias, el Gobierno decreta que se le rindan honores de almirante con mando de escuadra, y la reina regente manda depositar sobre el féretro una corona de flores. Se halla enterrado en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, en Cádiz, junto con otros grandes marinos españoles como Jorge Juan, Antonio Barceló, Alejandro Malaspina, Federico Gravina, Cosme Damián Churruca o su gran amigo Casto Méndez Núñez.

El 28 de junio de 1892, en agradecimiento a sus servicios, la reina regente otorga a su hijo Juan Bautista, de cuatro años y diez meses de edad, el título de Conde de Santa Pola. En el año 1906, Benito Pérez Galdós dedica uno de sus Episodios Nacionales a La vuelta al mundo en la Numancia.

En 1930, la Armada le da el nombre de Almirante Antequera a un destructor –ese tipo de barco ideado por su amigo Fernando Villaamil, que él tanto había apoyado–, el cual entra en servicio en 1935. En la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, cerca de la cual naciera, una calle y una estatua perpetúan su recuerdo, como también lo hacen en la isla de Tenerife una playa y una bahía. Fue un gran marino en el que no primó otro objetivo ni afán que el del servicio a la patria.

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