Opinión | SANGRE DE DRAGO

Mamá, ¡qué palabra!

Rocío es madre de acogida de urgencia.

Rocío es madre de acogida de urgencia. / ALBA VIGARAY

De las primeras palabras que pronunciamos, de forma mimética tal vez, pero que dejan configurado nuestro más profundo espacio emocional, es «mamá». Entre el mamá y el papá la competitividad es de ellos porque, sinceramente, es un mero balbuceo en el que las fricativas labiales se confunden. Pero antes de decirlo, ya la buscamos a ella inconscientemente agradecidos por su olor y por su fuente de alimento. Todo niño tiene derecho a poder pronunciar esta palabra en brazos de su madre, sin duda. Y, con el tiempo, solemos reconocer que es la más hermosa palabra.

El primer domingo de mayo, que ayer tuvimos la dicha de atravesar, se lo hemos dedicado a ellas. Es poco un domingo, un día. Porque no es justo compararlo con cualquier jornada internacional o día especial. El de las madres debe ser distinto. Especialmente distinto. Se merecerían todo el mes dedicado a su especial función en relación a nuestra vida y nuestra personalidad.

En este sentido la amnesia sería el más de los injustos olvidos. Y suele ocurrir, como con Santa Bárbara, de la que nos acordamos solo en las tormentas, como dice el refranero. Es la necesidad la que nos recuerda que mamá está siempre ahí. Un regazo que siempre puede volver a ser el nido de protección y reconfortante cuidado.

Ser mamá debería puntuar en las oposiciones con el máximo posible. Y lo digo con conocimiento de causa. El atrevimiento de dejar surgir la vida en sus entrañas merece el monumento de nuestra consideración social más distinguida. Procrear, en breve, puede ser que lo logre un buen laboratorio, pero ser madre es otro nivel, humanamente avanzado, que ninguna técnica podrá sustituir. Porque el vínculo que se produce no es solo coyuntural, sino configurador de la existencia. Ser mamá es una dicha de ida y vuelta, que hace feliz dos corazones en una relación única.

Cuánto me gustó aquella frase leída sobre un cartel en una casa de espiritualidad: «Qué extraordinario es ser madre que, hasta el mismo Dios, quiso tener una». Tal vez sea por este principio existencia que a los primeros cristianos no les costó mucho esfuerzo acoger la dogmática mariológica de la maternidad divina de María, ni de sus privilegios en materia de gracia y virtudes. Porque ¡qué no haría Dios con su madre, de poder hacerlo!

Si yo fuera Dios, sin duda, la coronaría como reina y señora de todo lo creado, evidentemente. Porque una mamá es algo siempre grande. Pero, como no lo soy, ni puedo privilegiar a la mía como la imaginación y los deseos lo harían, me conformo con escribir en estas páginas, seguro que haciéndome eco de lo que escribirían todos los lectores, de poder hacerlo, un entrecomillado y mayúsculo «MUCHAS FELICIDADES, MAMÁ».

Y dejaré que sea la belleza del tiempo la que corone con la plata de sus canas la cabeza en la que se gravó mi nombre antes de que fuera capaz de entenderlo e identificarme con él. Siempre será verdad la definición de persona en la que todos estamos de acuerdo, cualquiera que sea nuestra ideología me máximos: «Persona es todo lo nacido de mujer». Y a esa mujer de la que hemos nacido, la llamamos mamá.

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