Opinión
Garbeos con Cela por España
Cela incluso se atreve con un ensayito sugerente sobre el autostop, hoy tan común y blablacarizado y antaño tan sinónimo de aventura y peligro
Anda uno estos días leyendo Páginas de geografía errabunda, de Camilo José Cela. El libro, editado ahora por ediciones 98, recoge garbeos escritos en los cuarenta, cincuenta y sesenta por amplias zonas de la geografía patria. Zascandileos por Galicia, deliciosas descripciones de Cádiz y Málaga, paradas en Marbella o Badajoz, en Ávila, Barcelona, la Mancha, Coruña, etcétera. Cela afirma que el caminante es una especie a extinguir e incluso se atreve a decir jocosamente (¿celianamente?) que hay uno por millón. Leyendo el libro, la descripción de tipos, ambientes, comidas y más le entran a uno ganas de caminar, de andar, mirar y escribir. Bueno, le entran a uno ganas de leer más y dejar que los ojos del escritor sean los nuestros.
El extremeño es un romántico que se disfraza de huraño, anota el Nobel, que dice que Marbella es una ciudad pequeña llena de mujeres hermosas. También describe como nadie la nieve en Ávila o capta el carácter de los barceloneses. Lleva Cela el país en la mochila, como lo llevaría años después en televisión José Antonio Labordeta.
El autor de La colmena nos da cuenta de cómo en Padrón, año tras año, cae una suerte de diluvio universal, de qué manera están dispuestas en Almería las palmeras del paseo por el que se entra en la ciudad y, en fin, todos los capítulos están atravesados de una saludable socarronería, una retranca inteligente, un fino humor rompedor o costumbrista. No falta el apunte antropológico. Uno parece saborear las «croquetas de bacalao de doña Elvira», probar pitanzas típicas, hablar con los aldeanos, charlar con los cosmopolitas, transitar, ir y venir.
Cela incluso se atreve con un ensayito sugerente sobre el autostop, hoy tan común y blablacarizado y antaño tan sinónimo de aventura y peligro. Cela define al vagabundo, lo diferencia del caminante o del excursionista y traza una tipología, en fin, del viajero. Incluso de esos aprendices de Marco Polo que se plantan en el último confín de Laponia y allí se encuentran a un paisano que es delantero del equipo local y está amancebado con una acaudalada nativa. Todo con un lenguaje rico y cuidado, ágil, con esa cortesía para el lector que supone no ser coñazo, envarado, pedante y barroco. Ni tostón, tontolaba, tiralevitas o descubridor de Mediterráneos. Un divertimento con rigor literario. Cela viaja y nos lleva de viaje. Reconforta. Incluso al viajero lector le hace más breve y ameno el traslado. Me sucedió a mí. El otro día, en el tren. Pan prosa y Cela andan camino. También ayudan un billete de tren y que Renfe esté de humor.
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