Opinión | SANGRE DE DRAGO

Juan Pedro Rivero González

Las madres de la ciencia

Las madres de la ciencia

Las madres de la ciencia

Quisiera felicitar la iniciativa del Departamento de Didácticas Específicas de la Facultad de Educación de la Universidad de La Laguna. Con ocasión del Día de la Mujer, han hecho una exposición sencilla en la que los docentes se han sacado una foto con sus madres y han puesto una frase significativa y personal sobre la importancia de las mismas en sus vidas. Todo un detalle. Sencillo y hermoso. Estoy seguro que, para todas ellas, esa foto es un motivo de sano orgullo.

Visitando la exposición recordé un momento reflexivo en el que pude participar hace unos años. En el desarrollo del Master en Bioética de la ULL, en su tercera edición. Se trataba de buscar entre todos los participantes una definición de persona que recogiera la riqueza de toda la filosofía y sirviera para la construcción de un proyecto de deliberación. Hubo muchas y diferentes aproximaciones. Al final, después de un buen tiempo de diálogo, acabamos en un acuerdo general sobre la siguiente definición: «Persona humana es lo nacido de mujer».

Lo verdaderamente humano es lo nacido de mujer. Y contemplar a las madres del profesorado del Departamento me hizo rememorar mi condición humana. Esas mujeres nos han humanizado. Nos han dado la posibilidad de ser y de ser conscientes de serlo. Se merecen la exposición y mucho más. Detrás de esas fotos hay una línea histórica de trabajo, esfuerzo educativo, errores y aciertos, una labor que solo ellas conocen y que nosotros solo podemos imaginar.

Las madres y los padres, ambos, de manera complementaria, han ido poniendo los sillares que cimientan mucho de nuestra estructura personal. Aunque no existan familias perfectas, porque la perfección es siempre un ideal alcanzable relativamente, los núcleos familiares en los que hemos surgido a la existencia en sociedad han sido fundamentales. Reconocerlo y agradecerlo es muy bueno. Nos obliga a no olvidar de dónde hemos venido. Y, sobre todo, lo mucho que hemos recibido de lo poco que somos.

Ayer, en el domingo coincidente con la fiesta de San José, también hemos felicitado a nuestros padres. Recordar sin olvidar. Recordar a nuestras madres sin olvidar a nuestros padres. Ambas alas posibilitan el vuelo maduro de nuestro desarrollo personal. Pero, no cabe duda, que las madres han cargado un poco más. No solo nuestro peso durante los nueve meses de gestación, sino a lo largo de nuestro desarrollo. Podría ser de otra manera, pero, para muchos de nosotros, ha sido así. Gratitud de ala doble, claro que sí.

Para mí, uno de los textos de Pablo más potentes referidos a nuestra identidad personal abierta a lo divino está en la carta a los Gálatas, en el capítulo cuarto: «Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios». Para decirnos que Jesús era verdaderamente humano, que no era un fantasma divino, sino como tú y como yo, afirma que fue nacido de mujer. También Dios tuvo madre. Y la maternidad ha sido convertida por este medio en ocasión de salvación de todas las personas.

Buena iniciativa lo de recoger las imágenes de las madres de los docentes, porque su existencia hace posible un mundo mejor, más humano. Un mundo salvado. De las ciencias y de la existencia. Madres siempre.

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