Opinión | Observatorio
Carol Álvarez
«Hola, ha empezado la guerra»
Hoy es el aniversario de la guerra de Ucrania, un año con todos y cada uno de sus días de horror. La palabra aniversario tiene connotaciones festivas, algo así como una fecha en el calendario para celebrar algo que nos tendría que reunir con los nuestros para celebrar. De una guerra no hay nada que celebrar.
En un chat de trabajo, el del turno de noche, encuentro una conversación anclada en el 24 de febrero de 2022 a las 4.35 de la mañana. La corresponsal de Estados Unidos, Idoya Noain, escribe «Hola, ha empezado la guerra». Putin había hablado en televisión justo antes de las seis de la mañana en hora de Moscú, coincidiendo con el inicio del Consejo de Seguridad de la ONU. Había ordenado el ataque. La respuesta de Marc Marginedas, especialista en la ex-URSS y estos días de vuelta en Ucrania, y de Irene Savio, desplazada en la zona entonces y también ahora, fue todo uno. A Irene le despertó el estruendo de las bombas.
Levantarse en cambio en España, por la mañana, y leer el chat, con intercambios rápidos de mensajes, como impulsos eléctricos, puede dar solo una remota idea del shock que vivieron millones de personas in situ, en Kiev, en Moscú. Solo que ellos estaban allí y todo sucedió –y aún sucede– en tiempo real, en sus carnes.
Estos 365 días de guerra de Ucrania que estamos a punto de contar coinciden con otro aniversario de tintes bélicos pero sobre todo periodísticos. Esta semana se cumplieron 25 años de la muerte de Marta Gellhorn, periodista, escritora y especialmente impactante en sus coberturas bélicas.
Gellhorn cubrió todo tipo de guerras del siglo XX, desde la Guerra Civil española hasta la guerra de Vietnam, también la Segunda Guerra Mundial. La editorial Altair publicó una joya imprescindible de la literatura de viajes, Cinco viajes al infierno. Uno de sus relatos gira en torno a la cobertura de la guerra de China donde su peor pesadilla fue sin embargo su pareja, Ernest Hemingway. Indómita y a la vez sensible a la crudeza de los conflictos que vivió, Gellhorn hizo escuela, y sus crónicas desde primera línea entre 1937 y 1985 también pueden leerse en El rostro de la guerra.
Un título así, con la palabra rostro, lleva como en un salto mental a otra guerra y otra periodista sobre el terreno, la bielorrusa Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura y autora de La guerra no tiene rostro de mujer. Contó ahí la historia de los millones de mujeres anónimas que combatieron en el Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial.
Periodistas, guerras, mujeres, rostros. Puede pasar ya un año del inicio del conflicto en Ucrania, pero nos preceden historias humanas ligadas por la memoria que no se debe enterrar.
La humanidad que respira día a día en los conflictos, en quienes los cuentan y quienes los viven, también quienes los recuerdan para que no caigan en el olvido, está también en Milicianas, la historia olvidada de las combatientes antifascistas, escrito por Gonzalo Berger con el ánimo de recuperar los rostros y nombres de aquellas mujeres que tomaron la iniciativa ante una guerra que rompió sus planes y las llevó al frente en la Guerra Civil, donde participaron activamente en un momento de inflexión de su vida y de la historia. Qué fue de ellas también merece un relato, y el libro de Berger les ha hecho justicia.
«Escribía muy deprisa, siempre temía olvidar el sonido, las palabras, los gestos exactos del momento y del lugar», dejó escrito Martha Gellhorn en una de sus crónicas. Sus prisas, la ansiedad casi palpable en sus frases, tienen eco en estos tiempos de intercambios atropellados de mensajes de Whatsapp, en la velocidad de las entradas en los directos de las webs, en las alertas, cohetes en el ciberespacio digital.
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