Opinión

Nómadas en el tiempo

Una sanitaria realiza un test COVID.

Una sanitaria realiza un test COVID.

Ya han pasado doce días desde que estrenamos 2023. Como decía Rafael Alberti, «se va el siglo, se va…». La Historia de la Humanidad, que antes se contaba por Edades como la de Piedra, más tarde por Siglos como el de Oro, luego por Décadas como la Prodigiosa o los Ochenta, pasó a contarse año a año. Ya lo que sucedió el mes pasado nos parece una eternidad. Se vive más y se es joven mucho más tiempo. Aquellos que todavía recuerdan las apreturas de la posguerra dejaron paso a los boomers, cuando no a los milenials. Hubo un tiempo en que recordábamos lo que pasó antes o después de 1992. Luego pasamos a tomar de referencia el atentado de las Torres Gemelas, que dos generaciones de terrícolas ni siquiera conocieron. Hoy todo es lo anterior o posterior a la pandemia. Lo muy viejo que soy me lo confirma mi sobrino, que ve a Raphael por la tele y no sabe quién es. Tampoco conoce a Madonna.

Aquel Facebook que un día nos asombró es hoy una reliquia para viejunos de más de treinta y pico iguales que yo. Ya hasta Instagram importa menos y son los tiktokeros quienes manejan el cotarro, con historias en las que hay que mostrar carne, hacerte un baile y cautivar a la audiencia en cinco segundos para que los fans no se vayan al vecino. En eso no hemos cambiado: los feos lo tenemos más difícil. Hasta para llenar estadios y arrastrar muchedumbres a un concierto tienes que haberte hecho viral de alguna manera, aunque solo te conozcan por quince segundos en un vídeo que recorrió el planeta alguna vez. Ni el movimiento de caderas de Elvis y las melenas de Los Beatles consiguieron tanto, como no lo hizo siquiera el flautista de Hamelin, que jamás alcanzó a ver un micrófono.

Las sociedades se transforman a toda prisa y, en efecto, quienes sabemos que existieron unas Torres Gemelas y que Raphael cantaba Mi gran noche, al menos porque se lo escuchábamos a nuestros padres, somos hoy los pioneros, nómadas en el tiempo que hemos dejado atrás aquel mundo añejo de antes del teléfono móvil que nos era familiar, para vivir en una realidad que, reconozcámoslo, nos es ajena. No nacimos digitales, admitirlo es un paso.

Inmersos en una crisis de fe, hoy millones de individuos que no sabemos si considerarnos hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, pertenecemos a muchas religiones y a ninguna, y confiamos en que, por ser nativos de un signo de agua o fuego, conseguiremos el amor que tanto deseamos. La gente ha dejado de creer en los milagros, pero confía en curanderos semianalfabetos con poderes para curar enfermedades que la ciencia aún da por imposibles.

Y regresa el covid dos años después. Europa vuelve a blindarse para sortear la amenaza que vuelve de China y necesitamos de nuevo subsistir a un caos del que, claro está, seremos culpables por exponernos sin mascarillas ni vacunas a los peligros del exterior. Nómadas y culpables. Idiotizados por una conspiración global nacida para someternos, que ha sobrevivido milenios en la sombra y que suelta virus aquí y allá con el ánimo de distraernos mientras cambia gobiernos y quiebra economías. Esta sociedad veloz en perpetuo retorno no deja de ser una mera cortina de humo para que la gente no repare en la gravísima situación económica y laboral, alimentada en buena medida por la ineptitud de quienes nos gobiernan. Pero no es menos cierto que estos gobernantes y quienes los controlan a ellos, con o sin crisis, van a lo suyo, a por los objetivos superiores que nos han trazado. Quienes mueven los hilos han logrado que no nos enteremos de qué se mueve sobre nuestras cabezas desde tiempo inmemorial. Ahora ya ni nos esclavizan, basta con tenernos distraídos con Netflix y Tik-Tok.

Será o no será. Lo mismo sí que es, y el que no quiera creerlo, peor para él. Terminará absorbido, como los mamuts, por las arenas y hielos del tiempo. Nómadas, culpables y, encima, atontados. Oye, que en cuarenta días empieza el carnaval.

Suscríbete para seguir leyendo