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Jorge Bethencourt

Manual de objeciones

Jorge Bethencourt

El Muro

El lord comandante de la Autoridad Portuaria se asomó al borde del Muro y escrutó en la distancia. El agua de la lluvia caía con fuerza sobre la gran explanada que se extendía ante sus ojos pero no impedía percibir, a lo lejos, el movimiento de una gran turbamulta. A su lado, los guardias, nerviosos, manoseaban las flechas y el pomo de las espadas mientras su respiración formaba un denso vaho de tensión.

- No tengáis miedo, muchachos. Los salvajes jamás podrán atravesar el Muro. En cuando se aproximen empezaremos a lanzarles todo lo que tenemos y tendrán que volverse con el rabo entre las piernas. Excepto las salvajes, claro, que se irán como llegaron.

El Lord Comandante se sentía en la obligación de tranquilizar a la guardia, aunque él mismo sentía una opresión en la boca del estómago. A su lado, su joven ayudante temblaba de excitación.

- ¿Cómo atacarán, milord?

Le miró con una sonrisa.

- Al frente de todos ellos vendrá Mance Bermúdez, que es el jefe de la tribu de la Iguala de los Abogados. Un tipo frío como el hielo. Ahora mismo le obedecen las tribus de los enanos, los elfos y los más peligrosos, las hordas de las Murgas. Primero ordenará el ataque de las Comparsas, que lanzarán sus cuerpos de baile contra el muro para agrietarlo con sus impactos. Nos causarán daños, pero no lo derrumbarán. Luego empezarán a cantar los murgueros y aquellos que no se hayan puesto tapones de cera en los oídos, como os he mandado, se volverán locos y terminarán lanzándose al vacío desde lo alto del muro. Y por último seguramente nos someterán a una lluvia de cubatas en vasos de plástico.

- Son muchos, milord.

- Ya lo sé. Pero para eso estamos nosotros en el Muro. Para que nunca logren pasar a la zona portuaria.

- Sí, señor.

- Sería el fin de todo lo que conocemos. Imagina los contenedores abiertos y saqueados. El ácido de sus vómitos y meadas corroyendo las grúas y desgastando los norais. Esa peste inmunda no podrá con nosotros, hijo. Somos la última frontera de la civilización portuaria. Y no pasarán en nuestro turno.

El Lord Comandante se subió la pelliza mientras las primeras líneas de los salvajes empezaban a salir de la Plaza de España. Súbitamente palideció. Soltó la espada y corrió desesperado a tocar la campana de alarma en una de las almenas.

-¡¡Estamos perdidos!! ¡¡Suban una sábana blanca inmediatamente!!!

-¿Qué ocurre, milord? ¿Qué pasa?

- ¡Dios mío! Van a acabar con nosotros. La crueldad de esos salvajes no conoce limites.

- ¿Por qué, señor?

- Traen una catapulta para lanzar sobre la muralla a Patricia Hernández. Levanta la bandera blanca para que sepan que nos rendimos sin condiciones.

El Recorte

Cifras EPA: orgullo impropio

Ayer, los políticos presumían de los datos de la EPA, que se colgaban en los pechos como una medalla de brillante latón mediático. Pero vamos a echar un vistazo a las cifras, porque los números sí que no mienten. Según los datos del INE Canarias tenía en 2018 unos 913.000 ocupados y ha pasado a tener 938.000 a finales del año pasado. ¡Vaya un notición! 25.000 personas más trabajando en Canarias. Pero no abran el champán de momento. En el mercado privado, en 2018, estaban ocupadas 768.000 personas y en diciembre del año pasado solo llegamos a 754.000. O sea, muchas menos. Así que donde realmente la petamos es en el empleo público. En el que se paga con los impuestos. Hace tres años teníamos 145.000 personas trabajando en los servicios públicos en Canarias y en el último trimestre del año pasado llegamos a 183.000 personas. Es decir, casi cuarenta mil empleados más en solo tres años. Los números son los que son y quienes presumen de la recuperación del empleo de la economía de las islas nos están metiendo una trola del tamaño de una rueda de molino. Engordar la administración pública de la manera en que lo estamos haciendo es un suicidio a medio plazo si no hay detrás una potente economía privada que lo mantenga. Y hoy por hoy no la hay. Guarden las medallas.

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