El mercado eléctrico español –y europeo– funciona bajo el principio de que «quien contamina paga». Y con la bandera de la lucha contra el cambio climático. Si emites CO2 a la atmósfera, tienes que pagar una penalización por tonelada. La conciencia medioambiental de una parte importante de la sociedad proscribió la energía nuclear en España –«nucleares no» ¿se acuerdan?– y apostó por las nuevas energías renovables. El sistema castigaba a las industrias más contaminantes –las que obtenían electricidad con fuel o gas– para crear el incentivo de que apostaran por las nuevas fuentes energéticas naturales.

En los últimos cinco años, el valor de los derechos de emisión se ha multiplicado por diez, pasando de 5,6 euros por tonelada de CO2 a más de 50 euros. Solo por ese concepto se han recaudado 57.000 millones de euros en ocho años. Una pasta que se han llevado los gobiernos y las empresas.

La estructura del sector eléctrico es muy similar en toda Europa. La peculiaridad de España es que debido a los errores en las políticas energéticas de los gobiernos y el uso de la factura eléctrica como herramienta presupuestaria, tenemos un sistema sobredimensionado, caro e ineficiente. Para empezar la potencia contratada por los consumidores es muchísimo mayor que la que el sistema es capaz de generar. El exceso de contratación tiene un sobrecosto que se ha calculado en 10 mil millones para los consumidores, según las asociaciones del sector

Pero aunque el sistema sea ineficiente, la actual subida de la luz tiene su origen en el incremento del coste del gas y de los derechos de emisiones del CO2. Estos son los dos factores clave. Al Gobierno español le ha cogido con los pantalones en los tobillos la escalada en el precio de los derechos de emisión contaminantes. Y con una cierta sensación de ridículo, porque este país tan sostenible, moderno y guay está comprando de forma estable parte de su demanda de su energía a las centrales nucleares francesas. Y además, nos hemos convertido en importadores de energía proveniente de Marruecos: concretamente de la nueva central de carbón de Safi, de más de 2.500 millones de euros de inversión.

Marruecos no está en el acuerdo europeo de derechos sobre emisiones de carbono. Su energía no paga derechos por contaminar y es, por lo tanto, más barata. Y se la compramos nosotros. Aquí no contaminamos, pero no nos importa que los cielos se llenen de CO2 un poco más abajo, en el paisaje de nuestro vecino del Sur. No sé hasta qué punto esa mentalidad ecologista se convierte en puro cinismo.

En materia de energía no hemos dado ni una. Las inversiones en renovables están en manos de los de siempre. Y con el precio de la luz algunos siguen haciendo política y llenando el bolsillo de Hacienda y de las tres grandes eléctricas. Y empobreciendo a las familias.

¿Saben lo que decían de la subida de la luz los partidos que hoy gobiernan cuando estaban en la oposición? Que ningún gobierno decente podía tolerarlo. Nada más que decir, señoría.

El recorte

No hay peor ciego

La izquierda española sigue teniendo un problema con la dictadura cubana. Se sigue negando a ver la realidad. Unidas Podemos defendía ayer que el gobierno cubano «debe garantizar el derecho democrático a la protesta pacífica en el país, atender las demandas del pueblo y seguir profundizando en las reformas de apertura política y económica que están en marcha». No existe ninguna reforma en marcha, no hay ninguna apertura y hay centenares de cubanos encarcelados —algunos denuncian torturas— simplemente por protestar en las calles por la falta de libertad. Lo peor es que se afirma que Cuba ha logrado “niveles de desarrollo social muy superiores a los de los países de su entorno”. Como dijo Guillermo Cabrera Infante, eso es como decir que la Alemania de Hitler construyó las mejores autopistas y redes ferroviarias de su época. Si Cuba hoy no tiene jeringuillas –ni medicamentos o alimentos, por decir cosas básicas– no es a causa del embargo norteamericano (que no bloqueo) sino porque se trata de un país perfectamente arruinado. Lo mismo que le ocurre ahora mismo a la Venezuela bolivariana. Hace solo unos días, tras las protestas de los ciudadanos, que el Gobierno de Cuba autorizó la importación de ayuda humanitaria para sus ciudadanos, ¡que ellos mismos habían prohibido!. Esto es lo que hay. Y es verdad que los conservadores europeos son igualmente hipócritas. Se apresuran a condenar enérgicamente las dictaduras menesterosas, como la cubana o venezolana, pero son partidarios de tener las mejores relaciones con China o con un régimen feudal como el de Arabia Saudí. En todas partes cuecen habas. Solo que con las dictaduras ricas se suele ser muchísimo más blandito que con las pobres.