Si te para un guardia civil de tráfico porque has realizado una infracción, alegar ignorancia de la norma es mala idea. Además de la multa se te caerá el pelo por no conocer el Código de la Circulación. Porque como bien se dice, el desconocimiento de una norma no exime de su cumplimiento.

Desde hace años venimos escuchando el mismo sonsonete. Los funcionarios de los ministerios madrileños vulneran reiteradamente la Ley de Régimen Económica y Fiscal de Canarias porque la desconocen. Y esa irritante explicación es absolutamente falsa. Bruselas está más lejos y tiene una burocracia muchísimo más compleja y cuando se toman decisiones se tiene perfectamente claro que hay territorios especiales dentro de la Unión, donde las políticas generales tienen que ser adaptadas a un acervo jurídico especial.

El constante desprecio a los fueros de las islas, las medidas que una y otra vez conculcan o reinterpretan desfavorablemente el REF, no tienen que ver con la ignorancia, sino con la irrelevancia. Lo poco que cuenta nuestro país insular en la vida política nacional. Los canarios somos un territorio que carece de protagonismo político. Somos un exotismo que aparece en la foto de la España del Sur —o sea, la pobre— como una especie de singular y lejana excrecencia, molesta como un forúnculo, siempre lastimera y quejica.

La responsabilidad de que eso ocurra está aquí, más que allí. Los fueros de las islas son unos ilustres desconocidos en Canarias donde se confunde el REF con la real federación de fútbol. Los jóvenes no han sido educados en el conocimiento de los hechos diferenciales e históricos que nos hacen ser como somos. El polimorfo nacionalismo canario, estragado por sus rencillas fulanistas, ha estado tan ocupado en sus desuniones que no ha tenido tino para situar lo canario en un espacio que trascienda del folclorismo navideño. Los partidos centralistas han mirado siempre con sospecha cualquier política identitaria, porque la consideran una peligrosa deriva antigoda, precursora del independentismo. Y los dos grandes fuerzas políticas que han protagonizado el turnismo en España —PP y PSOE— jamás han tenido en las islas una estructura con señas de identidad propias. Nuestros diputados, son los suyos. De la ideología, no del territorio.

Pero lo que nos ha enseñado tenazmente la realidad es que en el universo ombligo de Madrid solo rigen las fuerzas gravitatorias de aquellas comunidades cuyo peso político tiene protagonismo en la articulación de mayorías de gobierno. Es decir —salvo puntuales chiripas matemáticas— País Vasco y Cataluña. El éxito de ese principio ha producido, con el paso de los años, que el Congreso haya derivado hasta convertirse, casi, en una cámara de los territorios, con la presencia de partidos claramente localistas, al punto de que ya hay más de cincuenta diputados en esa banda. Hasta Teruel ya resulta que existe.

El hecho es que Canarias ya no cuenta. Ni suma. Y eso nos reduce a la misma irrelevancia que Murcia, pero con una realidad drásticamente diferente. Pero no es que Madrid nos ignore. Nos ignoramos, primero, nosotros mismos. O sea, que a llorar al huerto.