Aunque parezca increíble, hay ministros, ministras y ministres que no han han recibido aún ninguna carta con balas. Es de suponer que la factoría de idiotas que se dedica al asunto no tiene facilidad para conseguir más munición, que es lo primero que escasea en las guerras. El Gobierno de España, además, ha aclarado que en lo tocante a amenazas no son admisibles las cartas de la Agencia Tributaria, aunque haya una enormidad de personas que aseguren que les producen más sudoraciones y pánico que recibir un paquete con una ametralladora de combate.

Es obvio que la última misiva con olor a pólvora, localizada en Barcelona y dirigida a Isabel Ayuso, ha sentado como un tiro en la izquierda. Nunca peor dicho. Han tenido que morderse muchísimo la lengua para no decir lo que en realidad piensan. Que es lo mismo que pensaban los de la derecha de las otras cartas. O sea, lo que, en general, piensa mucha gente, destornillada de la risa la mala leche que se gastan los del equipo de la presidenta de Madrid. ¿Que esto va de balas? Pues vale.

Estos asuntos no se pueden tomar a coña, así que no me hagan caso. Se empiezan mandando balas y se acaban disparando. Pero la escenificación tan dramática de las amenazas igual ha estado sobreactuada. Primero, porque los que ponían bombas y daban tiros en la nuca en España –no hace tanto, dicho sea de paso– no solían avisar a nadie. Iban y le daban matarile por la gloria de la independencia marxista leninista. Aznar, mucho antes de la foto de las Azores, estuvo a punto de llegar a Marte antes del Perseverance con una bomba accionada al paso de su coche blindado. Escapó por los pelos. Y hay que decir que todo lo que tiene de antipático lo tuvo de cuajo para tomarse el asunto con bastante serenidad. Aunque la procesión fuera por dentro.

La ministra de Turismo, Reyes Maroto, se columpió estruendosamente en esa desmedida prisa por presentar en sociedad una amenaza que luego resultó ser la acción de un enfermo mental que le había mandado una navaja poniendo en el remite su propio nombre, apellidos y dirección. O sea, que no entraba en la algo más siniestra categoría de las balas anónimas. Y frente al histrionismo de Iglesias o Grande Marlaska, la última amenazada, Ayuso, se lo ha tomado también con bastante desparpajo diciendo que es un asunto de la Policía y que le da la importancia que tiene, “que es ninguna”. Bueno, igual ninguna es muy poca de igual manera que demasiada es mucha. Pero esta visto que en España o nos pasamos mucho o nos quedamos cortos.

Pocos hablan, sin embargo, del gran asunto de fondo en esta historia: que las balas llegaron hasta los mismísimos despachos de los cargos públicos en un país que dice estar en la modernidad, el 5G y los pepinillos en vinagre. El colmo de los ridículos en seguridad y ni una dimisión, ni una explicación. Ah, sí. Despidieron a uno de Correos. Brutal.

El subconsciente traidor es capaz de desvelar nuestras más íntimas convicciones. La ministra de Igualdad, Irene Montero, intervino en un mitin con su pareja, Pablo Iglesias, donde tuvieron un importante lapsus. Uno que comparten otras ‘portavozas’ del feminismo oficial. En una intervención ante colectivos LGTBI la ministra echó mano del triunvirato de géneros “vosotras, vosotros y vosotres” y se refirió a los “hijos, hijas e hijes”. Hasta ahí nada que destacar, porque es lo habitual. Y ni siquiera es noticia que esa prolija y cansina ampliación de géneros sea tan difícil de mantener que en algunos momentos de la intervención se les olvide hacerlo y caigan de nuevo en la casposa y heteropatriarcal dualidad sexual de toda la vida. Lo relevante es que cuando Iglesias y Montero se refirieron a los adversarios, éstos no eran también adversarios, adversarias y adversaries. Son solo “ellos”. Los fascistas. Los poderosos. Los de la derecha. Los millonarios. Atribuyendo al género masculino todo el peso de la maldad y la inquina contra los débiles que, naturalmente, son ellos, ellas y elles, o sea, “nosotras y nosotres”. ¿No existe nada en femenino que sea malo? ¿Ni siquiera la señora Monasterio? El pensamiento de la izquierda verdadera se ha feminizado a tal nivel que, como los viejos cristianos, ya solo identifican el bien, que son ellas y elles, y el mal, que siempre es masculino. No es extraño que Yolanda Díaz, estuviera a punto de columpiarse ayer hablando de “los impuestos y las impuest... de todos y de todas”. A punto estuvo de impuestarse toda elle.