Angel Víctor Torres debe andar por los pasillos de Presidencia tarareando esa canción de Rubén Blades, “al que nace para martillo del cielo le caen los clavos”. Porque lo suyo es de traca. No solo le ha tocado la maldita pandemia, el hundimiento del turismo y la extinción masiva de la especie laboral canaria, sino que se le está incendiando el jardín donde sobrevivían con tan poca agua las flores del pacto.

En la dimisión forzada del presidente del Cabildo de Fuerteventura, Blas Acosta, hay mucha tela. El papel de Nueva Canarias es como el que aquellos espías que condecoraron los rusos, los británicos y los alemanes al mismo tiempo. O sea, confuso. La Asambleas Municipales de Fuerteventura le han salido rana a Román Rodríguez y le han dejado con un grupo parlamentario numéricamente igual al del Podemos. Se pierde pasta y se pueden ganar muchos problemas por el reparto de cuotas. O sea, más lío. Y la relaciones de poder que se están poniendo al rojo vivo.

Y como éramos pocos, parió la abuela. Antonio Morales, el presidente nacionalista del Cabildo de Gran Canaria, está tensando la cuerda de sus relaciones con el PSOE. Tanto que va a terminar partiéndose. Luis Ibarra, que se negó a firmar un pacto de vasallaje con Morales y fue exiliado por el PSOE a la autoridad portuaria de Las Palmas, se debe estar partiendo la caja de la risa, viendo como los suyos están sudando sangre ante el autoritarismo de Morales, capaz de cesar un día a una consejera socialista para, investido de los poderes plenipotenciarios, examinar los expedientes del área. Y todavía se extrañan de que Guacimara Medina, cabreada, haya presentado su dimisión.

El clima en las alianzas locales de las islas se está enrareciendo progresivamente. Y se pueden producir movidas que impliquen nuevas alianzas y pactos. Y todo esto le puede complicar mucho la vida a Torres a la hora de mantener los acuerdos. Sobre todo, a la hora de concentrarse en los verdaderos problemillas de Canarias: la pobreza, el paro y el hambre que nos sube por las patas.

El Gobierno canario ha salido tocado de la crisis migratoria, que aún está coleando. Los desaires de Madrid les han dejado con el trasero al aire en más de alguna ocasión y solo esa férrea disciplina interna que algunos llaman apretada mordaza, les ha impedido mentar la parentela de algunos ministros. Pero es que, además, lo que antes eran sospechas se han convertido en una esplendorosa realidad: Pedro Sánchez está ocupado en cosas mucho más importantes que Canarias. A estas islas se les va a tratar como a cualquier otra Comunidad del Estado. Ni más, ni menos. Y esa es una noticia terrible. Porque es como decir que a quien entra en las urgencias de un hospital con una navaja clavada en la barriga le van a recetar las mismas aspirinas que al que acude por un dolor en el dedo gordo.

No habrá un plan extraordinario para el turismo canario. No habrá fondos especiales para una región que ha perdido 20 puntos del PIB y tiene un paro desbordado que más que duplica la media estatal. No hay más que palabras digitales y ecológicas para explicar en politiqués que con esos 27 mil millones que vienen de Europa este país va a caminar hacia la modernidad. Un discurso estomagante para quienes, como nosotros, no tienen un problema de transición sino de supervivencia. El problema de muchísimas familias en estas islas es comer, no modernizarse.

El presidente de Canarias sabe, a estas alturas, que los próximos meses serán devastadores. Los 165 millones que va a dedicar a ayudas directas a unas miles de empresas son una cataplasma insuficiente para un enfermo que agoniza sin el turismo. Las vacunas no llegan al ritmo que se habían prometido. Y el área de Asuntos Sociales del Gobierno, en manos de Podemos, es un cuello de botella donde se atascan las mejores intenciones. Ochocientas mil personas están en exclusión social. Más de un cuarto de millón de canarios se están sumergiendo en una oscura charca de pobreza. Las organizaciones humanitarias no dan abasto. Y no existe ni un solo indicio razonable de que todo esto sirva para abrir los ojos de ese gigantesco ombligo que llamamos Madrid, para el que la geografía política de España empieza en el Ampurdán y acaba en la Costa Vasca.

Con este panorama, si mañana le preguntaran a Angel Víctor Torres si va a mandar al Senado a Blas Acosta o a Santiago Pérez, no me extrañaría que deje de tararear el “Pedro Navajas” de Rubén Blades y conteste con mucha mala leche: “voy a mandar a la señora madre que nos parió a todos”.

El cable... otra vez

Señoras, señores y lo que sea, una vez más hemos tenido el honor de asistir a la presentación del cable submarino que unirá, tatachaaaán, los sistemas eléctricos de Tenerife con La Gomera. Debe ser la quinta o sexta vez que se presenta el proyecto en sociedad desde que se aprobó en Consejo de Ministros, Ministras y Ministres en el año 2014. O sea, hace siete años. En las Islas Baleares están conectados a la Península por un cable submarino de 237 kilómetros de largo, que llega a kilómetro y medio de profundidad, desde hace una década. Pero aquí nos lo estamos pensando. Porque en Canarias somos gente de mucho pensar. Hay que hacer estudios para saber si los calderones —y dos piedras— se pueden romper la nariz con el cable o qué efectos pueden tener las miasmas eléctricas sobre las migraciones del atún rojo. No se crean que es tan fácil. Por eso llevamos para siete años para gastar cien millones. Los cuatrocientos de Baleares se invirtieron en un pis pás porque en el Mediterráneo aparte de a Serrat no tienen más que medusas. Y en eso no hay que gastarse la pasta encargando sesudos estudios de impacto medioambiental a prestigiosos ecólogos, ecólogas o ecologues. A la quinta o sexta o séptima va la vencida y Red Eléctrica Española parece que va a tirar el cable de una vez, con lo que se conseguirá la sinergia de los dos sistemas y que La Gomera se pueda quedar a oscuras la próxima vez que pete el sistema en Tenerife. Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la hermandad de los canarios. Nada une más que perder al mismo tiempo los langostinos congelados.