Las patentes en Canarias

En el Archipiélago no existe ninguna tradición al respecto, y en España comienza ahora a tenerse en cuenta en núcleos económicos importantes como son Madrid, País Vasco, Andalucía o Cataluña

José Manuel Rodríguez

La visión personal que expresa este artículo sobre las patentes en Canarias es fruto de la directa experiencia de quien suscribe tanto en investigación fundamental como en transferencia a la industria. La necesidad de patentar está directamente relacionada con la intención de proteger el conocimiento y la futura comercialización de los productos derivables de dicha investigación. En Canarias no existe ninguna tradición al respecto, y en España comienza ahora a tenerse en cuenta en núcleos económicos importantes como son Madrid, País Vasco, Andalucía, Cataluña, … en cualquier caso, comparados con la industria anglosajona, llevamos un siglo de retraso.

Entrar y mantenerse en el mercado en los sectores tecnológicos exige proteger convenientemente el conocimiento propio, sobre todo para que quien plagie tus desarrollos no te expulse del mercado porque patenta tu investigación, fenómeno bastante habitual por otra parte. Sin embargo, el objetivo principal de cualquier científico español sigue siendo publicar en revistas con árbitros, porque es lo que valora la Administración en la carrera científica. Una vez publicado, es imposible patentarlo, pero no a la inversa: todo lo patentado es publicable. En Canarias y en España tenemos la peculiar tradición de regalar conocimiento, echando por tierra años de investigación y de financiación pública. A los dos millones de canarios que poblamos actualmente las islas no creo que nos importe mucho que nuestros científicos tengan cien o doscientos artículos en su currículum, preferiríamos saber que la inversión realizada en ellos ha servido para algo, que se ha transferido al mercado y a la sociedad, y proporcionado retorno económico real.

Una región potente tecnológicamente dedicaría grandes recursos a la investigación fundamental, exigiría resultados a sus científicos, y proveería la batería de ayudas necesarias para patentar y fomentar el emprendimiento desde la Academia: financiación semilla, equipo económico complementario, asesores profesionales, leyes de excedencia temporal, acceso prioritario a infraestructuras científicas,… la alternativa de licenciar la patente es mucho más difícil, porque la realidad internacional es que las patentes hay que prototiparlas y luego comercializarlas, y el licenciatario o inversor quiere a los creadores en su desarrollo, y no a ningún sucedáneo.

La política de empresa respecto a protección del conocimiento es fundamental. La redacción de la patente, y de cada una de sus reivindicaciones, debe ser visada y evaluada por un gabinete especializado. El coste de una buena redacción está en torno a los ocho mil euros, pero la ayudas para patentar en España, publicadas en BOE, no llegan a cubrir ni la mitad de ese presupuesto. Una vez patentado nacionalmente, y antes de dieciocho meses, hay que acudir a patente internacional, lo que exige un desembolso similar. Finalmente, unos dos años después de la patente original, hay que entrar a las fases nacionales de cada país, donde es necesario pagar tasas, traducir al idioma del país, y defender las reivindicaciones ante cada oficina de patentes nacional. Cuarenta mil euros por patente es el precio mínimo de una buena protección.

Una alternativa importante, incorporada hace dos años a la legislación europea y nacional, es el secreto industrial, según el cual se registra el conocimiento con menor coste, y permite la propia comercialización aunque una patente posterior pise nuestra investigación previa. Al menos así se quedaría con el mercado quien mejor lo trabaje. Sí, hablo de competir.

Suscríbete para seguir leyendo