La democracia y el santo puchero

Acudimos hoy a votar resignados para perpetuar el sistema de partidos, que impide la libertad de elección de los individuos y los somete

La democracia y  el santo puchero

La democracia y el santo puchero / ED

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

En una interesante disertación, la historiadora Lara de Armas Moreno, el pasado 21 de mayo, en LA PROVINCIA / Diario de Las Palmas, recordaba que pucherazo es un concepto que nace a finales del siglo XIX, «cuando en las elecciones locales rurales se utilizaban los pucheros a modo de urna. De él se añadían o retiraban papeletas según el interés, como si fueran las verduras de un potaje». Se trataba de una manera de asegurar el turnismo. Dice Lara de Armas que el acuerdo entre los dos partidos, uno dirigido por Cánovas y el otro por Sagasta, pretendía asegurar la estabilidad de la Restauración y, de esta forma, ante un gobierno desgastado, el rey pedía a la oposición que reclamara nuevas elecciones y saliera a gobernar. Caciques locales, alcaldes, gobernadores civiles y el ministro de la gobernación, colaboraban en el amaño.

Y si aun así hubiera dudas, se recurría al pucherazo, la «clásica manipulación de actas y la compra de votos», incluyendo los ‘lázaros’ o trabajadores públicos vestidos de civiles representando a personas fallecidas y los ‘cuneros’, personas inscritas en lugares que no les correspondían. El 16 de febrero de 1936, cuando fue elegido Manuel Azaña en la II República, en Jaén, hubo más votos que votantes; en Valencia, Tenerife, Cáceres o Galicia el escrutinio tuvo lugar a puerta cerrada, y solo el 10% de los escaños repartidos no fueron amañados. El fraude fue promovido por el Frente Popular, que permitió recuento de papeletas aparecidas en el último momento en sobres abiertos y con borrones o tachaduras. En Málaga y Tenerife se repitieron las votaciones y volvieron a falsearlas. El 31 de mayo de 1936 se habló del Santo Puchero porque participaron una cantidad inmensa de difuntos en las elecciones. Todo ello se completa en el texto de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, publicado por Espasa en 2017.

Las recientes noticias de la nueva ruta del pucherazo –Mojácar, Níjar, La Gomera, Melilla, etcétera–, ahora, en mayo de 2023, con fraudes de votos por correo detectados y perseguidos por las fuerzas de orden público o empadronamientos masivos y suspicaces, aunque anecdóticas, o las sospechas de dudas técnicas sobre las auditorías de los sistemas de recuento informático por la compañía Indra, indican el grado de recelo que tiñe los momentos en los que la tensión democrática para elegir a los representantes se hace patente. Tomémoslo, por lo pronto, como un indicativo de mera tensión. Y vayamos a foros internacionales para testar el momento democrático.

La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, de la ONU, en su informe Crisis y fragilidad de la democracia en el mundo, del 3 de agosto 2022, presentado por la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, dice: «La democracia se encuentra también debilitada. En 2021, el nivel de democracia que una persona media podía disfrutar en el mundo se había reducido a niveles de 1989. Esto supone que los logros democráticos conseguidas en los últimos 30 años se han reducido en su mayor parte. El año pasado, casi un tercio de la población mundial vivía bajo regímenes autoritarios. Además, el número de países que están oscilando hacia el autoritarismo es tres veces superior al de países que oscilan hacia la democracia. El declive de la democracia es especialmente evidente en Asia Central, Europa oriental y Asia Pacífico, así como en partes de América Latina y el Caribe, como se refleja en varios ataques contra el estado de derecho.

Como ejemplo, en algunos países de América Latina y el Caribe hemos observado ataques contra los órganos de gestión electoral, contra tribunales constitucionales, contra los medios de comunicación y las instituciones nacionales de derechos humanos, así como el uso por los gobiernos de la Covid-19 como una excusa para reducir la supervisión de la administración pública». En consecuencia, termina Bachelet, en Nuestra Agenda Común, el secretario general de las Naciones Unidas apeló a un ‘Nuevo Contrato Social’, con el fin de restaurar la confianza pública. El resto del discurso es el blablablá esperado de los organismos dependientes de la ONU, pero de las anteriores observaciones podemos obtener la sensación de que no estamos ante un momento histórico como el de la época de Fukuyama, que declaró eufóricamente la conquista de las civilizaciones por una instauración hegeliana de la democracia liberal en el mundo, sino que atravesamos un momento depresivo donde la democracia está en crisis.

Un clásico sobre la correlación entre democracia y pobreza, de los autores Ross E. Burkhart y Michael S. Lewis-Beck (Comparative Democracy: The Economic Development Thesis, en la revista ‘American Political Science’, 1994), detectó una relación en el sentido de que países con mayores niveles de democracia poseen también un mayor PIB per cápita, un mayor índice de desarrollo humano y un menor índice de pobreza, pero no a la inversa, pues utilizando series temporales concluyeron que el desarrollo económico conduce a la aparición de democracias, pero la democracia por sí misma no ayuda al desarrollo económico. El motivo se supone que es debido a que un mayor nivel de renta lleva a un mayor nivel educativo, y un mayor nivel de desarrollo lleva a la especialización, que engorda al sector secundario, tira del primario y el terciario, y produce abundancia.

El profesor constitucionalista Javier Tajadura, autor de Justicia y Partitocracia, critica la partitocracia como viciada por oligarquías, distanciada de los afiliados, distanciada de los votantes, y con estrategias diseñadas por el mero interés electoral, encaminado a perpetuarse en el poder. Este fenómeno puede ser explicado por la psicología social, se forman dos capas, en el tiempo, primero se convence hipócrita o cínicamente al mayor número de votantes, luego se toma el poder, y finalmente se lo utiliza solo pro domo sua, para perpetuarse, en una especie de círculo vicioso parecido al de quien teniendo riquezas busca siempre tener más riquezas, un mero fenómeno de psicología social.

Y la partitocracia se enquista gracias a los sistemas parlamentarios. Uno de los enemigos más grandes de la partitocracia (y también de Francisco Franco que, a su vez, también era enemigo de la partitocracia) fue Antonio García-Trevijano, quien afirmaba que la partitocracia fue un resultado europeo residual de las corrientes totalitarias (como consecuencia de su actividad antifranquista, sufrió un atentado, dos intentos frustrados de asesinato planeados desde el Consejo de Ministros, y fue encarcelado en la prisión de Carabanchel, y tras imponerse en la Transición la opción de la reforma de la dictadura frente a la ruptura democrática que defendía, abandonó la política; mientras estuvo preso, según Joaquín Navarro en su libro 25 años sin Constitución, fueron a buscar un acuerdo con García-Trevijano para excarcelarlo si éste «se comprometía a darle patadas en las espinillas, como los demás, pero no en los cojones», y García-Trevijano contestó a esta propuesta diciendo que Fraga era un «grosero», y añadió: «Yo no pacto con mis verdugos»). Han tratado sociológica y politológicamente el tema de la partitocracia Robert Dahl (Poliarquía), Michael Coppedge (Partiarchy), o el concepto germano de Estado de Partidos o Parteienstaat.

En España, el turnismo está dominado constitucionalmente por la partitocracia, por los partidos, que son los ejecutores de la acción del Estado. Son como una capa autoprotectora de voluntades grupales y sectarias, imposibles de ser horadados por la voluntad individual. Terminan percibiéndose como un mal necesario.

La cuestión se complica más cuando el juego representativo es regulado por reglas como la Ley D´Hondt, que apagan la potencia de los partidos menores en beneficio de la fortaleza de los partidos mayores, ya sea de forma directa, ya sea a través de segundas vueltas, como, por ejemplo, los sistemas francés o griego.

La democracia adolece de otros defectos, por ejemplo, la regla de la mayoría: un 51% de la población somete al otro 49%. Imaginemos un grupo de 100 personas en las que 51 dominan al resto, a la otra mitad. Y si nos fijamos en el sistema de partidos, unido a los refuerzos de la ley d’Hondt, vemos que un partido como ERC o como Bildu, en España, o la Asociación Socialista Gomera en Canarias, con el voto concentrado y territorializado consiguen gobernar y decidir sobre poblaciones lejanas a su territorio que ni siquiera les conocen, y siendo esas poblaciones más numerosos que ellos mismos, que son minoría. No implica ello que en un momento histórico eso fuera lo más justo, y tenido en cuenta por los constituyentes, pero al paso de los tiempos se presentan situaciones que llegan a ser percibidas como antidemocráticas, viciadas, injustas.

Si la voluntad de la mayoría es un principio democrático, nos podemos encontrar con que la mayoría decide vulnerar derechos de las minorías, o de los individuos, percibidos por estos como fundamentales. Dicho en lenguaje castizo, que millones de moscas coman detritus no significa que ese acto mayoritario sea imitable. El ejemplo democrático de un partido nacional-socialista en Alemania que, por mayoría, decidió exterminar a la minoría judía, es un clásico.

Giovanni Sartori aclaró que la esencia de la democracia es un régimen abierto y de derechos, en el cual la competencia entre partidos implica que unos ciudadanos votan en contra de otros. Vio el problema de la partitocracia y profundizando en sus observaciones políticas llegó a la conclusión, en La sociedad multiétnica, de efectos nocivos provocados por las teorías multiculturalistas, que terminan dando el poder al número, a la mayoría y, en este caso, también a la inmigración masiva permitida por el sentimiento de culpa de los propios europeos, donde se radicaban las democracias más cercanas que analizaba. Sartori propuso que la política no puede desgajarse de los movimientos demográficos, incluyendo sus explosiones de natalidad o, al revés, las carencias de la misma, y en ese caso, como medida protectora recomendaba políticas de control demográfico.

Volviendo a España, Antonio García-Trevijano argumentaba que la española no es una democracia formal, sino una oligarquía de partidos que no había delimitado la separación de poderes, en suma, un régimen de libertades, pero sin democracia formal. Como politólogo, proponía, como ahora se hace viral por el hartazgo, que nadie fuera a votar (un argumento que usó también Saramago en una de sus novelas), para romper el sistema y rehacerlo desde cero.

La democracia es indirecta o representativa cuando las decisiones políticas son adoptadas por personas elegidas por los ciudadanos como sus representantes, a través de los partidos. La democracia es participativa cuando los ciudadanos se asocian y ejercen influencia directa en las decisiones públicas y se facilitan (como en Suiza) mecanismos plebiscitarios consultivos. Y la democracia es directa cuando se participa mediante plebiscitos, referéndums, elecciones primarias, o votación popular de leyes. A veces estas tres propuestas se entremezclan. Pero gana actualmente la partitocrática, que se convierte, en los estados autocráticos, en partido único.

Y en ese problema estamos: la partitocracia es un modelo invasivo, como el rabo de gato en las montañas del campo, nocivo para cualquier otra fórmula alternativa, sea directa o participativa. Y esta fórmula de partidos es así porque es la naturaleza humana misma la que la dicta, así como las células conforman los tejidos y órganos, y éstos conforman el cuerpo. Es una forma de autoorganización del cuerpo social que impide la libertad de los individuos y los somete, una forma que no resulta dañada por la corrupción sino en el sentido de que se cambian unos agentes por otros, pero la vida sigue igual, y vuelta a corromperse, así como el cuerpo humano se envejece, muere y, por la vía de la reproducción, vienen más cuerpos humanos. Así que votaremos resignados, a no ser que queramos vivir en la novela de Saramago o la fantasía formal de García-Trevijano. ¡Ah! Y el Santo Puchero siempre amenazando para los malos tiempos, así como la economía en bonanza y abundancia dando alegrías democráticas para los buenos tiempos.